oncontextmenu='return false' onkeydown='return false'>

martes, 31 de diciembre de 2013

FELIZ AÑO NUEVO



Bueno, bueno, quiero acabar el año a mi estilo, braseando. Quiero despedir el año con el buen rollo que me caracteriza y con esa típica amargura que me endosan todos los que no me conocen de verdad.
Estos son días de reuniones familiares, comilonas, reparto de virus estomacales y contagio de constipados, que por norma general, nadie escapa con facilidad. Personalmente me encuentro incluido en ese grupo bendecido con la gracia divina de contar con un trabajo, más o menos “estable”. Doy gracias cada día señor Rajoy, por favor escuche mis plegarias. Mi mensaje para acabar el año va dirigido a todas esas personas que están en mi situación y cada día, además de dar gracias por esta bendición, se esfuerzan por conservarla. También quiero decir a la señora ministra de trabajo, que esto no es una queja, solo es un suspiro de opinión en un huequecito que he tenido.
El caso es que después de trabajar el día de Nochebuena hasta las diez y cuarto, cené con la familia que me esperaba en casa, me levanté para trabajar el día de Navidad por la mañana, pero a la comida familiar  típica de ese día, ya no me esperaron porque llegue a las cuatro de la tarde. No pasa nada, comí tranquilamente mientras el resto miraba o se comía el postre y  prontito a dormir. Por recomendación del ministerio de fomento, hay que descansar, sobre todo porque el día 26 tenía que levantarme a las cuatro y media de la madrugada.
Cuando todo parecía ser malo, el día 29 por fin puedo estar en una de esas comilonas pero sin alargarla mucho y obligatoriamente light,  puesto que entro a trabajar a las diez de la noche. Pero nada, yo me sigo sintiendo afortunado. Incluso hoy, día 31, porque trabajo esta tarde y voy a tener la suerte de llegar a tiempo para comerme las uvas, si ceno deprisa claro. En cualquier caso, sigo dando gracias porque me levantaré a las seis de la mañana para seguir manteniendo, afortunadamente, este trabajo bendito. Ya ni siquiera me preocupa que el día de la cabalgata de reyes también trabajare por la tarde, para llevar a casa a todas las familias que han acudido a ver a sus majestades de oriente. Espero no pillarlos entrando por el balcón de casa la madrugada del día 6, porque tendré que levantarme temprano para trabajar otra vez. Insisto, no es una queja. Pero si ahora una persona hace el trabajo
que antes hacían tres personas y ganan menos sueldo ¿Dónde está la ventaja de la reforma laboral? Que conteste el empresario si se atreve, en cualquier caso, yo sigo agradeciendo mi situación.
Feliz año para todos, menos para los políticos. Los que se han enriquecido arruinándonos, los que nos toman por gilipollas y los que aun siguen chupando del bote. Para todos ellos, les deseo una cena de ortigas crudas sin levantarse de la mesa hasta acabar el plato.
Ale, me voy a currar sin rechistar. Como si me hubiera tocado la lotería.

domingo, 29 de diciembre de 2013

PERFUMES



Me pregunto porque todos los anuncios televisivos de perfumes están protagonizados por “chulazos y pibones” ¿Qué pasa, que los feos no nos perfumamos? Puedo comprender la dificultad de vender visualmente algo que solo se caracteriza por el olor. No descarto que alguien compre cierto perfume por la bonita forma del frasco que la contiene, pero creo que por norma general, la importancia del producto en cuestión es el olor. Pretenden que un gordo-calvo crea que si usa cierta colonia se le van a echar encima todas esas “chatis”. O que pueda estar sin camiseta y tener a su lado una de esas mujeres señalándole la tableta. Lo dudo, si yo me quito la camisa no se me ve la tableta, lo que se me ve es el turrón y del blando. Voy mas allá aun, si encima del perfume, pongo a los Kid Rock como música de fondo y agarro una copa al estilo deportista campeón, me van a rodear todas esas mujeres. Un momento, sobre este en concreto quiero decir que a mi parecer nadie cogería una copa de esa manera, tenéis razón, yo me he fijado en la forma de coger la copa que tiene el descerebrado del anuncio. Está claro que no hay que mirar ahí. Pues no lo entiendo, independientemente de hacia dónde tenga que mirar, yo sigo sin oler nada.
Desde aquí quiero reivindicar la falta de publicidad de perfumes protagonizadas por tíos normales o si me apuras, por un gordo-calvo. Quizás así, algunos nos sintiéramos más identificados y pensáramos que si te pones esa colonia ocurra realmente lo del anuncio. También lo veo mal, aunque las chicas también las elijan normales y  sin quitar la camiseta, cuando levante la copa se van a ver los “michelines”.
No quiero parecer sexista, dios me libre. Los anuncios de perfumes teóricamente para chicas también lo petan que te mueres. En principio, el fondo es el mismo. Raro es el anuncio de perfume femenino que no incluye chulazo también. O también debo pensar, si soy una chica normal, que al ponerme la colonia voy a tener éxito en una pasarela o voy a tener tanta vista para ver la tableta de un maromo, con lo lejos que esta mi ventana y la ventana del guaperas, al otro lado de la Quinta Avenida esquina con Madison, con 20 carriles para coches y las aceras de diez metros. Ademas de tener esa vista de halcón, que también la tenga él, sin hablar de la inteligencia necesaria para, solo con la posición de la ventana, saber en qué puerta vives y venir a buscarte. Buff!!! También lo veo mal. Te lo podrás imaginar al ver el anuncio si quieres, pero seguirás sin oler nada. Creo que el anuncio vende eso, un perfume. Espera, a lo mejor es un anuncio de manzanas. Por cierto, creo que ahora existen unos perfumes de imitación que, según dicen, se parecen bastante al original. Sin embargo, no recuerdo haber visto ningún “bellezón” anunciándolos. Puede que su calidad-precio, realmente no necesite de publicidad o puede que su efectividad solo este en la imaginación de las personas. Quién sabe.
Así es la publicidad. Es una herramienta para intentar vender un producto. Pero nadie me negara que se adivine mas sinceridad en una señora o señor normal, a los pies de los Picos de Europa, anunciando una marca de leche. Pues el fabricante seguro que tiene la misma intención de vender su producto y por la imagen tampoco se puede conocer el sabor. Da igual, no han tardado en incluir “chulazos y pibones” para publicitar cosas inverosímiles.
Ah!! Claro. Aquí reflexionando tontadas he descubierto cual es la verdadera intención de estos anuncios. La imagen. Tienes que vivir en ese mundo en el que es importante oler bien, no tener caspa ni rizos, conducir un bonito coche aunque sea con la familia y todo ello sin colesterol. Todo esto y más, aunque seas un asesino en serie con chocolatina alrededor del ombligo o seas el más feo conduciendo un tractor, a pesar de haber acabado una carrera en Oxford. Lamentablemente, vende más los abdominales que el doctorado, eso es incuestionable. Por supuesto, si te tienen que descuartizar, mejor que sea un chavalito musculoso y que huela bien, sin duda.
Bien, yo voy a vender un producto con publicidad imaginaria. El producto soy yo. Estoy sentado en una terraza, tomando un carajillo delante de un micrófono y rodeado de paparazzi. Levanto la mirada y de reojillo veo una chica que mira. Me acerco al micrófono y digo:
--No soy la persona que creéis que soy. Soy la imitación de George Clooney.
Valeeeeee!!!!! Este señor no anuncia perfume, pero el mensaje puede que sea otro. Que estoy como una cafetera y sigo sin oler nada.

Texto--mio
Foto---Google

viernes, 27 de diciembre de 2013

OBLIGACION O PRESION



Hace casi 28 años que entre en el mundo ferroviario por obligación o por presión, no estoy seguro. Da igual, no me sirven excusas, pues a día de hoy, sigo aquí atrapado por muchos motivos. Entre ellos no se encuentra el amor al ferrocarril. Esto que suena un poco moñas, cuando empecé se llamaba “flipao ferroviario” y ahora creo que se llama “ferrofriky”, viene a significar lo mismo.
Con 17 años, deje toda mi vida (estudios y amigos, entre otras cosas) para irme al norte de España a trabajar en FEVE. Pronto empecé a transformarme, todo encajaba para empezar la conversión al típico
flipado por los trenes. Encima me pagaban. Poco a poco perdía interés por el pasado y me empapaba de todo aquello. Todo era perfecto, trabajar en el tren, con buenos compañeros y en un entorno espectacular, naturaleza pura. Cuando llovía todo se transformaba en fisonomía. Las montañas asumían tonos sombríos y opacos, desleídos entre la bruma, mientras el paisaje estallaba en una reluciente y verde y casi dolorosa estridencia. El traqueteo de los trenes sobre traviesas de madera, sonaba diferente escuchado desde alguna de aquellas acogedoras  estaciones situadas entre montes. El silbato de las locomotoras de los trenes de mercancías, más graves y sonoros, rebotaban entre las montañas hasta que desaparecían convirtiéndose, finalmente,  en ecos lejanos, terminando en una resonancia tenue e imperceptible. Era un lugar húmedo, triste y melancólico. Ideal. Aunque siempre, aquel encanto particular que para mi tenían las tierras del norte,  desaparecía con el sol continuado durante varios días. Era el lugar perfecto para los amantes del los mal llamados “días tristes”
Esta aventura duro pocos años. Por obligación o por presión, tampoco estoy seguro, volví a la tierra donde nací, Valencia. Han pasado los años y me sigo dedicando a lo mismo. Ahora, cada día me monto en un supositorio repleto de personas. Lo conduzco a través del agujero del culo de la ciudad mientras observo un paisaje tétrico de tubos fluorescentes. Día tras día intento esquivar la mierda que me rodea pero ya resulta difícil no pringarse. Oficialmente, ya hace bastante tiempo que me desvinculé de la vida ferroviaria, por los mismos motivos que al principio lo hicieron perfecto, pero al revés. Me da asco trabajar en este tren, no abundan los buenos compañeros (compañerismo volátil)  y el entorno es para vomitar.
Lo que fui y en lo que me he convertido. Solo quedan los recuerdos ¿Valdrá la pena conservarlos?

sábado, 21 de diciembre de 2013

PORTEADORES



Recordando las películas de Tarzán que veía cuando era pequeño, me he obsesionado con la figura de los porteadores. Olvidando la trama del propio hombre mono, me quedo con la parte en la que aristócratas adinerados viajaban a África para cazar animales de manera despiadada. Desconozco la veracidad del argumento, pero es innegable la osadía del autor de la historia que se cuenta. Sin necesidad de entrar en detalles me voy a centrar en la idea del hombre blanco todopoderoso, uniformado y armado, que deambula por la selva seguido de un numeroso grupo de recios hombres de color. Estos personajes de la historia son descritos como mulas de carga. Seres inferiores a ellos que utilizan para cargar los trastos del hombre blanco, con grandes bultos cargados incluso sobre sus cabezas. Son los primeros que se comen las fieras salvajes y si hace falta se les pega un tiro porque están heridos o enfermos y ya no sirven para ser sus esclavos. Me da igual que Tarzan nade como una flecha, pelee contra cocodrilos con solo un cuchillo o que de un grito desgarrador reúna un montón de animales amigos. La verdadera historia está en los porteadores.
No me refiero al racismo de la historia, que también, intento entender un poco la figura de estos personajes. ¿Dónde los captan o someten? En las tribus del lugar a las que se les supone socialmente inferiores y subdesarrollados ¿Por qué? Estos porteadores reciben algo a cambio de su esfuerzo. Puede que sí o puede que simplemente sean esclavos. Quién sabe, pero lo que sí que parece claro es que solo se regocija el que lleva el arma y sus amiguetes. Si se rebotan un poco, solo hay que disparar al aire o incluso matar alguno para asustar al resto. Eso es lo peor, el que lleva el arma es consciente de que tiene el poder y solo quiere lo mejor para sí mismo con el mínimo coste y esfuerzo personal posible.
Ha sido entonces cuando he pensado en Montoro y sus secuaces conservadores. Es evidente que buscan convertirnos en sus porteadores, de hecho muchos ciudadanos españoles ya lo son. Tenian el problema de que vivimos en una sociedad supuestamente desarrollada socialmente y no nos podían tratar vejatoriamente como lo hacían de manera malvada en la selva de Tarzán. Lo intentaron de manera sutil, pero muchos ciudadanos ya empiezan a expresar su malestar. Nos cuentan que está la cosa mal, que hay que apretarse el cinturón y las frases típicas “no queda más remedio, la herencia recibida o los recortes son necesarios”. Sin embargo ellos siguen igual. Aun no he visto ningún banquero desahuciado, políticos corruptos que dimiten o, si me apuras, sinvergüenzas de estos encarcelados en grupos numerosos. Son cada vez más ricos pisoteándonos y defienden que sus empresas no cometen ningún delito si consiguen tener más beneficios. Mientras, muchos sufren penurias y empeorando. Les da igual, su chulería no tiene límites. Saben que sus amigos y familiares de sus amigos confían en ellos ciegamente. Se hacen los tontos cuando les restriegan sus vergüenzas y corruptelas. Y para acabar nos toman por gilipollas.
Hace poco tuvo la desfachatez de decir que volverán a ganar las elecciones porque los MERCADOS no son gilipollas. Eso es lo importante, los mercados, porque dan por hecho que los gilipollas somos nosotros. Puede que lo crean por culpa nuestra. Cargamos sus bultos para que ellos disfruten cazando, temerosos por si nos come alguna fiera o se les crucen los cables y nos peguen un tiro, metafóricamente hablando.
Somos sus porteadores y algunos ya vamos demasiado cargados.
Habrá que pensar en quitarles el poder y que carguen ellos lo bultos.

domingo, 15 de diciembre de 2013

EPITAFIO



Este es el final de una época de recuerdos bonitos escritos únicamente para presentar a concursos literarios dentro de mi empresa. “Obligación o presión” es una anécdota que nunca presente a concurso y creo que únicamente lo publique en el muro de mi facebook. Las anécdotas ferroviarias que querían para los concursos siempre tenían que ser políticamente correctas y tratar sobre recuerdos simpáticos. No admitieron ninguna anécdota sobre accidentes o casos dolorosos y también los escribí. El ferrocarril es lo que tiene, te ríes y disfrutas mucho, pero también ocurren cosas con consecuencias negativas, lamentablemente, y por mucho que quieran mirar hacia otro lado, estarán ahí siempre. Quizás se necesiten más de 28 años trabajando en el ferrocarril para tener ese sentir. En la primera anécdota que escribí ya expreso mi malestar sobre la transformación del ferrocarril, pero en un intento de revivir buenos tiempos (con cosas buenas y malas) me exprimí un poco mi modesto cerebro recordando mis años ferroviarios. Salieron buenas anécdotas que solo aumentaron mi ego literario y atrasaron un poco, posiblemente, la aparición del alzhéimer. Otras que nunca se supo de ellas por tratar algún percance espinoso. A pesar de que ya hace tiempo que escribí esta ultima anécdota “Obligación o presión”, quiero  utilizarla para anunciar  el fin de mi ILUSION por el ferrocarril. Es algo personal, aunque los que han vivido lo mismo que yo, afirman que eso no se puede perder. Puede ser, pero la prueba la tengo en que todas las anécdotas que he recordado, se remontan a hace mas de 25 años, solo una ocurrió en la última veintena de años. Desde entonces hasta hoy, por más que me esfuerzo, no consigo recordar nada ferroviario interesante, que merezca ser contado, aunque solo sea a pie de andén. El ambiente esta enrarecido y no me extraña. Creo que lo que pasa es que el cabreo está bastante generalizado y es muy diverso, lo que hace imposible la cordialidad y buen rollo ferroviario que conocí en mis orígenes.  Puede que haya interesados en  que así sea o puede que el paso del tiempo necesite esta transformación del mundo ferroviario, incluso es posible que solo se trate de una obsesión mía. Me da igual y aunque aun me saca una sonrisa un niño en su carrito diciendo adiós al tren, tiro la toalla porque por más que rasco en la capa de mala ostia que tengo normalmente, no encuentro ninguna esquirla de lo que fue mi espíritu ferroviario.
Lo dicho, en esta etiqueta solo publicare una anécdota más. Bueno, ni siquiera es una anécdota sino una reflexión personal sobre mi vida laboral. “Obligación o presión” será el final de mi andadura literaria por lo relacionado con el ferrocarril, creo.