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sábado, 20 de diciembre de 2014

COMO MOLA MI TRABAJO 7 Alameda



Como mola la estación de la Alameda. Qué bonita proeza arquitectónica creada por el erudito arquitecto Calatrava, no el de los hermanos, sino el valenciano de Benimamet conocido a nivel mundial por sus vanguardistas diseños arquitectónicos. Sin duda, la estación de la Alameda inaugurada en 1995 es una de sus mejores creaciones en Valencia sin precedentes, no te digo ya las consecuentes.
Lo que más mola es que está perfectamente diseñada y con todo lujo de detalles, para ser una estación de metro subterránea. Para empezar, mola mucho su localización. El simple hecho de estar construida sobre el antiguo lecho del rio Turia, muy famoso por la riada del 57, la convierte en la primera parada de metro a nivel mundial con un microclima propio. Con la humedad ambiental adecuada, que proporciona una temperatura ideal en cualquier estación del año. Calor en verano y frio en invierno. No, no me equivoque, quería decirlo así; sois siempre tan irónicos.
Lo que mola de verdad, de verdad, es el mundo ferroviario metropolitano incrustado en esta maravilla arquitectónica que es la estación de la Alameda. Lamento pensar, aunque igual me equivoco, que esta parte ya no es obra de Calatrava, ni siquiera sé si entiende de ferrocarriles suburbanos, pero en cualquier caso, mola que fuera alguien experto en trenes el que se encargara de la distribución de las instalaciones ferroviarias de la estación.
Pensada quizás como súper estación termino al estilo de “Chamartines” y similares, mola mogollón que decidieran crear dos nuevos destinos más. Pero mola más que cada destino sea hacia direcciones diferentes, convirtiendo la estación en un importantísimo nudo ferroviario que ya quisieran tener en Miranda de Ebro.
Cuatro salidas al exterior desde dos extremos opuestos, cuatro ascensores, cuatro vías, tres andenes, tres posibles direcciones y lo que más mola en todo el conjunto, trenes con hasta seis destinos diferentes. ¡Moooooooola! Y sin querer entrar en los detalles del numero de agujas, indicadores de dirección y señales. Incluso señales modernísimas de color azul que muy pocos conocen y han visto, mucho menos encendidas. No te puedes hacer una idea lo bien que viene la perfecta humedad ambiental para el correcto funcionamiento de todo ese entramado ferroviario, incluso los ascensores, que nada tienen que ver con el ferrocarril.
¿Qué más se puede pedir? No me lo digas que ya te lo digo yo, le falta en una de las esquinas, un ramal que te lleve hasta las Torres de Serranos.
Me imagino al usuario de esta estación siempre contento y feliz. Incluso los viajeros inusuales, que con un poco de suerte, si cae el enclavamiento, puede conocer el estado anterior a lo que se denomina la teoría del caos y que puede cambiar la existencia del planeta. Vivir esta aventura no tiene precio, por eso solo es de vez en cuando, para no acostumbrarse a lo bueno.
También mola la utilización que se le da a la estación como pista atletismo. Todos los días se organizan carreras desde vía 4 a vía 1, rara vez en dirección opuesta, suelen participar normalmente usuarios que van hacia Marítimo. De vía 2 a vía 4 y al revés, normalmente son participantes que van hacia Aeropuerto o Torrente. Carreras de obstáculos y de altura también; estas son menos frecuentes, suelen inscribirse extranjeros con maletas que han pasado unos días en algún hotel cercano a la estación y saben perfectamente que en algún lugar de ahí abajo, salen trenes que van a Aeropuerto. Mola, porque según la hora, pueden salir desde distintos andenes. Lo que no mola es que para tantas carreras y pruebas, solo hay un juez de salida y las salidas en falso de los participantes de nueva inscripción, suelen ser habituales.
En fin, una “supermegaflipante”  estación de metro, sin secretos, sin tapujos e intuitiva a más no poder, imposible perderse.
Si hubiera que ponerle un “pero”, diría que el color no me gusta. Yo la pintaría azul turquesa con estrellitas blancas, molaría más aun.

jueves, 18 de diciembre de 2014

MUY HUMANO



Este utensilio fue mi herramienta de trabajo durante más de quince años. Día tras día me acompaño en el trabajo en Bilbao, Oviedo y Valencia durante todo ese tiempo. No, no son alicates para cortar naranjas, es lo que utilizaba para taladrar los billetes de miles y miles de personas que viajaron en aquellos trenes donde yo trabajaba como Interventor en Ruta.
Fueron tiempos de anécdotas divertidísimas como aquella cuando mi amigo Manue se manchó de cal y no fue porque no le avisaron de que no se arrimara a la pared que se iba a manchar de cal, de cal. O la Mari Loli. Y aquella chica que consiguió que fuera al parque a hablar con las palomas, porque las palomas me hablaban y me decían de su amor. O aquella otra que le gustaba el reggae y las bananas. Éramos una pareja feliz, aunque se despertaba y me tiraba el despertador. Cuando le preguntaba a Maruja. Le decía-- Maruja cuéntame porque las chicas no tienen pilila--.
Grandes anécdotas pero que ya son muy conocidas porque se han contado un montón de veces. Las anécdotas verdaderamente buenas que tuve, eran las anécdotas ferroviarias, pero no sé lo que me pasa que no tengo gracia para contarlas.
A lo mejor si me visto de friqui y las cuento cantando, tienen más gracia.

lunes, 15 de diciembre de 2014

LA CAJA


La verdad es que no estaba muy animado, era domingo, a finales de agosto y hacía un bochorno insoportable. Empezaba un servicio de tarde, con un tren dirección a Rafelbuñol y cuando entré en la cabina  en Palmaret, ya me había fundido casi el litro y medio de agua que tenía para toda la jornada. Es lo que tiene este trabajo, enseguida hay que centrarse en el tajo y entrar en materia, aunque estés desecado. En menos de cinco minutos ya esperaba el primer cruce en Almacera.
Estacionado en Albalat, frente a la señal de salida, comprobando el andén para poder cerrar las puertas y continuar la marcha, sonó el teléfono  de la cabina. Por poco no se me salió el corazón disparado del pecho. Que susto por el amor de Dios, pero aquella fue la llamada que me arregló la tarde sin duda alguna.
La llamada era del Puesto de Mando y al contestar, pensé lo a gusto que me quedaría comentándole el susto que me había dado el teléfono. Pero claro, solo lo pensé. Mi corazón seguía acelerado, pero el mensaje que me dieron quedó claro, o eso creía yo.
Me comunican que en Museros estarán los vigilantes de seguridad para recoger una caja que va en mi tren y que alguien ha reclamado. En el primer coche concretamente. En los dos o tres minutos de trayecto hasta Museros, le iba dando vueltas al asunto de la caja y porqué no me habían dicho que saliera yo a buscarla, como ocurre en otras situaciones similares. Al llegar a Museros, veo que no hay nadie en el andén. Miro hacia el edificio de la estación, por la parte de detrás, salgo  al andén incluso, pero no hay ningún vigilante. Empiezan a invadirme dudas de si la orden me había quedado tan clara ¿me habrán dicho Masamagrell y yo entendí Museros? No sé, pero no podía retrasarme más, así que continué hasta Masamagrell, confiando que estarían allí. Efectivamente, allí estaban los vigilantes, aunque yo hubiera jurado que me dijeron Museros. Estaciono el tren y abro la puerta de la cabina hacia el pasaje. Me preguntan los vigilantes si me han avisado de una caja que se habían dejado. Si, pero en el primer coche podíamos comprobar que no había ninguna caja relevante a la vista. Ante la duda, sugiero que vayan a mirar hasta el final del tren, para eso me espero sin iniciar la marcha. Llegan hasta el final y no hay ninguna caja, por lo menos como la imaginábamos  y que con las pocas personas que viajaban en el tren, seguro que hubieran dado con ella. Yo no sabía exactamente qué tipo de caja buscábamos. Una caja grande de cartón, una caja con fruta, así imaginaba yo la caja de la que hablaba el Puesto de Mando.
Dispuesto a continuar el viaje, les digo que no se preocupen, que yo mismo aviso al Puesto de Mando de que no encontramos ninguna caja.
--¿Por qué esa no será?—digo yo, señalando una cajita pequeña que había solitaria en un asiento cercano, como de cromos o de algún juguetito de tienda de todo a cien.
--¡No, no, hombre! No creo que sea eso—me dice uno de los vigilantes perplejo.
Continúo viaje y llego tan retrasado a Rafelbuñol que cambio de cabina obviando aquella cajita del primer coche. Llamo y explico que no hemos encontrado ninguna caja, salvo una cajita de cartón insignificante y sin aparente importancia, que había en un asiento. Me preguntan cómo era la caja y mientras describía algo tan simple, me responden que me escuchan mal, entrecortado, que llame cuando estacione en Museros, que hay mejor cobertura. No podía quitarme de la cabeza la cajita. ¿Podía ser la caja que buscaban? ¿Habría algo importante dentro de lo que parecía una caja de petardos falleros? Un fajo de billetes de quinientos euros, joyas camufladas, el arma de un crimen u otras tantas chorradas fruto de la imaginación absurda que provoca la soledad de la cabina. Le di tantas vueltas, que cuando estacioné en Museros, me fui en busca de la caja, que ahora estaba en el último coche. Aun estaba allí, solitaria en el asiento. La cogí con cuidado, como lo haría un artificiero, me la llevé a la cabina y volví a llamar al Puesto de Mando.
--Hola, mira que he cogido la caja que te he dicho antes y me la he traído a la cabina, pero no creo…
--¿Puedes describirla?—me pregunta el Inspector del Puesto de Mando.
--Si claro, es una caja de La Vaca que ríe Palitos.
--¿Cómo?
--Si hombre, son unas mini rosquilletas con un vasito de queso blando al lado, supongo que para mojar los palitos.
--… (Pausa)… ¡pero! ¿Qué hay dentro?
--Pues lo que  he dicho. Hay un pack de palitos empezado y tres más sin abrir. En cuanto tenga tiempo la miro bien y te digo si contiene algo más.
A esas alturas, ya me costaba mucho aguantarme la risa y creo que al otro lado del teléfono también. Veía la vaca reírse en el dibujo de la caja y yo me partía de risa.
Finalmente no había ningún tesoro dentro de la caja. Quizás fue un regalo de alguien que me vio desanimado y me la dejó ahí para la merienda, esperando que la encontrara.
Lástima que sea alérgico a los lácteos, pero es cierto que en este trabajo solitario, el sentido del humor es muy importante para mantenerte fresco, aunque solo sea mentalmente.

sábado, 13 de diciembre de 2014

ULTIMA HORA



A pasos agigantados avanzan las obras de lo que será el proyecto estrella por excelencia de la Comunidad Valenciana durante esta última legislatura, que se recordará por el estupendo superávit de las arcas públicas.
Se trata de una infraestructura vital y, sin duda, tremendamente necesaria para el desarrollo económico y social de la comunidad y más concretamente de la comarca de L’Horta Nord.
Ya toma forma el futuro y tan solicitado intercambiador, que unirá la flamante y concurrida estación de la Pobla de Farnals, con la huerta de naranjos abandonados.
A sido un camino largo, pero por fin los ciudadanos verán recompensado su esfuerzo en la búsqueda de una solución al problema que tenían, mediante recogidas de firmas y multitudinarias manifestaciones pacificas.
Esta maravilla de la ingeniería no hubiera sido posible sin la financiación del saneado ayuntamiento de la Pobla de Farnals, el ministerio de fomento, seguramente la comunidad europea también y aun así, casi no es posible llevar adelante una petición tan unánime y sobre todo la de un vecino de la zona, familiar de alguien importante y que no me extrañaría que tuviera a su cargo una cuadrilla de albañiles.
Para completar la financiación, los trabajadores públicos y en concreto, también los trabajadores de FGV, cedieron gustosamente y de manera voluntaria el 10% de sus salarios, para este y otros proyectos importantísimos para nuestra comunidad de los últimos años.

ILUSION



Ya sabes que en estos días es típico ver mucha gente, a última hora de la tarde, volver a casa después del trabajo cargado con su caja correspondiente al regalo de empresa. Esa caja de cartón con asas, llena de ricos manjares, líquidos, sólidos y turrón durísimo; que el generoso dueño de la empresa ha tenido la amabilidad de regalar a sus empleados como aguinaldo o lo que sea, para que saboreen su contenido durante  las fiestas que se aproximan, debatiendo con hermanos y cuñados sobre la añada del vino peleón, pero de bonita botella, que venía en el interior de tan bonita caja. Que ilusión me haría que me regalasen una de esas cajas, aunque fuera llena de productos de marca blanca.
Sin duda, lo que copa la ilusión estos días es la lotería de navidad. Un extraño fenómeno que se da todos los años, muy difícil de entender y muy fácil de explicar. No, no es una contradicción, solo tienes que ser sensato hasta aburrir como soy yo, para ver qué es lo que ocurre. O más fácil, solo hay que ser un poco coherente, llevo toda la maldita vida comprando decimos y participaciones, gastándome mucho y poco, de aquí y del pueblo que estuve de vacaciones y no me ha tocado una puta mierda. Ahora salta el otro y te suelta—por lo menos tienes salud—siiiiii, es verdad!!!, estoy como un chaval, pero también tuve salud aquel año que no compre lotería.
Voy a intentar argumentar lo que digo, aunque sea de manera absurda, para todos los que ya estáis pensando que son un viejo gruñón amargado. Que también.
Ilusión porque te toque esa lotería de navidad la tiene cualquiera allá donde mires, la mayoría lleva algún decimo o participación que se ha visto obligado a comprar por no hacer el feo o por la típica excusa—imagínate que les toca a todas las madres del colegio y yo no compré--. Vete al centro de Valencia, párate en la calle Ruzafa y observa a tu alrededor. Cientos de personas a tu alrededor que han comprado lotería ¿acaso crees que les va a tocar a todos? Pues claro que no ¿Por qué deberías ser tú la excepción? Vale, ya se la respuesta—la ilusión es lo último que perdemos—De acuerdo, me puede valer como respuesta. Ahora piensa las veces que has comprado tú durante años y lo que te ha tocado. ¿Te acuerdas de aquel vecino que compro una participación en una gasolinera de Albacete cuando volvía a casa después de las vacaciones y le salió el tercer premio? Pues acuérdate, porque es lo más cerca que vas a ver el premio. Bueno, aun te puedes acercar más, pero es más doloroso. Imagínate aquel año que salió el gordo en la misma administración que tu compraste un decimo ¡maldita sea! ¿Porque no compraste el que iba a salir? fácil, porque había cientos de números a elegir y no iba a salir el que tú compraras. Y ya no te digo, aquel año que salió la participación que compraste y te llevaste aquella miseria, únicamente válida para seguir teniendo muchísima ilusión.- Olvídalo, no te va a volver a pasar en la vida.
Tampoco quiero quitarte la ilusión, adelante. Vive ese día escuchando de fondo, allá donde estés, el cantar de los niños de San Idelfonso; que si pronto dejas de escuchar, sabrás que ya ha salido el gordo. O ilusiónate en directo viéndolo en cualquier televisión. Fustígate a mediodía con las imágenes de los afortunados derramando champán y piensa que el año que viene habrá más suerte. Espera a que alguien te suelte que por lo menos tienes salud o se un cachondo, suéltaselo tú a alguien.
Claro que sí, hay que tener ilusión, sino que sería de nosotros. Que te crees que yo no tengo ilusión, pues también. Tengo ilusión de vivir muchos años, de ver crecer a mis hijos, que no me falte el trabajo y cosas por el estilo.
Otra cosa es la confianza y en lo que si confió es que este año me toque la lotería de una maldita vez, para poder tomarme unas cañas sin pensar que este mes llega la factura de la luz y poder lamentarme, a lagrima viva si hace falta, de haber comprado solo un decimo y a medias con otro.
Así queee…..
Soñar sigue siendo gratis, de momento.