Como mola la estación de la
Alameda. Qué bonita proeza arquitectónica creada por el erudito arquitecto Calatrava,
no el de los hermanos, sino el valenciano de Benimamet conocido a nivel mundial
por sus vanguardistas diseños arquitectónicos. Sin duda, la estación de la
Alameda inaugurada en 1995 es una de sus mejores creaciones en Valencia sin
precedentes, no te digo ya las consecuentes.
Lo que más mola es que está
perfectamente diseñada y con todo lujo de detalles, para ser una estación de
metro subterránea. Para empezar, mola mucho su localización. El simple hecho de
estar construida sobre el antiguo lecho del rio Turia, muy famoso por la riada
del 57, la convierte en la primera parada de metro a nivel mundial con un
microclima propio. Con la humedad ambiental adecuada, que proporciona una
temperatura ideal en cualquier estación del año. Calor en verano y frio en
invierno. No, no me equivoque, quería decirlo así; sois siempre tan irónicos.
Lo que mola de verdad, de
verdad, es el mundo ferroviario metropolitano incrustado en esta maravilla arquitectónica
que es la estación de la Alameda. Lamento pensar, aunque igual me equivoco, que
esta parte ya no es obra de Calatrava, ni siquiera sé si entiende de
ferrocarriles suburbanos, pero en cualquier caso, mola que fuera alguien
experto en trenes el que se encargara de la distribución de las instalaciones
ferroviarias de la estación.
Pensada quizás como súper estación
termino al estilo de “Chamartines” y similares, mola mogollón que decidieran
crear dos nuevos destinos más. Pero mola más que cada destino sea hacia
direcciones diferentes, convirtiendo la estación en un importantísimo nudo
ferroviario que ya quisieran tener en Miranda de Ebro.
Cuatro salidas al exterior
desde dos extremos opuestos, cuatro ascensores, cuatro vías, tres andenes, tres
posibles direcciones y lo que más mola en todo el conjunto, trenes con hasta
seis destinos diferentes. ¡Moooooooola! Y sin querer entrar en los detalles del
numero de agujas, indicadores de dirección y señales. Incluso señales modernísimas
de color azul que muy pocos conocen y han visto, mucho menos encendidas. No te
puedes hacer una idea lo bien que viene la perfecta humedad ambiental para el
correcto funcionamiento de todo ese entramado ferroviario, incluso los
ascensores, que nada tienen que ver con el ferrocarril.
¿Qué más se puede pedir? No
me lo digas que ya te lo digo yo, le falta en una de las esquinas, un ramal que
te lleve hasta las Torres de Serranos.
Me imagino al usuario de
esta estación siempre contento y feliz. Incluso los viajeros inusuales, que con
un poco de suerte, si cae el enclavamiento, puede conocer el estado anterior a
lo que se denomina la teoría del caos y que puede cambiar la existencia del
planeta. Vivir esta aventura no tiene precio, por eso solo es de vez en cuando,
para no acostumbrarse a lo bueno.
También mola la utilización que
se le da a la estación como pista atletismo. Todos los días se organizan
carreras desde vía 4 a vía 1, rara vez en dirección opuesta, suelen participar
normalmente usuarios que van hacia Marítimo. De vía 2 a vía 4 y al revés,
normalmente son participantes que van hacia Aeropuerto o Torrente. Carreras de obstáculos
y de altura también; estas son menos frecuentes, suelen inscribirse extranjeros
con maletas que han pasado unos días en algún hotel cercano a la estación y
saben perfectamente que en algún lugar de ahí abajo, salen trenes que van a
Aeropuerto. Mola, porque según la hora, pueden salir desde distintos andenes.
Lo que no mola es que para tantas carreras y pruebas, solo hay un juez de
salida y las salidas en falso de los participantes de nueva inscripción, suelen
ser habituales.
En fin, una “supermegaflipante” estación de metro, sin secretos, sin tapujos
e intuitiva a más no poder, imposible perderse.
Si hubiera que ponerle un “pero”,
diría que el color no me gusta. Yo la pintaría azul turquesa con estrellitas
blancas, molaría más aun.