Eran las horas más calurosas
del día en esa época del año. El sol apretaba de tal manera que cualquier
intento para defenderse de él era inútil. Tan solo la sombra parecía apaciguar
aquel poder abrasador del sol, pero resultaba endeble cuando coincidía con la brisa
ardiente proveniente de África, que en verano resecaba todo ser vivo del pueblo
que no buscara refugio. La mejor manera de evitar esos sofocantes momentos era
en el interior de las casas. Las casas del pueblo estaban construidas con
vastos muros de piedra, en sus caras al exterior, que aislaban del calor
sofocante en los meses de verano. En su interior se podía llegar a pasar frio,
cuando en la calle, como solía decir El Gorgo, las lagartijas llevaban uniforme
de bombero para no quemarse.
Durante los días de verano,
en esas horas era muy raro ver a gente por las calles, salvo a Abundio y sus
amigos que aguantaban en la terraza del bar bebiendo, solo hasta que se
levantaba aquella brisa tórrida que inutilizaba la sombra que producía el
techado de lona de la terraza del bar. Era entonces cuando inevitablemente el
grupo de amigos se veían forzados a refugiarse hasta que, como mínimo, el sol se
inclinara un poco hacia los montes conforme avanzaba la tarde.
Justo ese era el día. El día
que Abundio pensó que debía coger las riendas de su vida, coincidió con la
sofocante mezcla climática. Era el único que torpemente no había ido a
resguardarse del ambiente abrasivo. Se quedó solo, bajo aquel techo de franjas
azules y blancas, que se inflaba como si fuera a convertirse en un globo aerostático
y que los agujeros desiguales que servían de aliviadero, no eran suficientes
para evitar un desproporcionado aleteo sonoro que convertía la situación en más
insoportable aun.
La imagen de Abundio, mal
sentado, con cara de circunstancias y con los labios resecos y cuarteados, representaba
una especie de retablo patético. Observado tan solo por el dueño del bar, que
de vez en cuando le dirigía una mirada lastimera sin apartar la cabeza de un
gran ventilador instalado al final de la
barra y que más que refrescar, solo revolvía su pelo.
Ya era tarde para volver a
casa con intención de comer y era pronto para bajar al rio. La escasa ingesta
de alimento sólido empezaba a debilitar a Abundio, que parecía entrar en un
estado somnoliento, mientras movía efusivamente su boca y lengua, en un difícil
intento por humedecer los resecos labios, con la escasa saliva etílica disponible.
La mejor solución a la espera solo pasaba por ingerir algún líquido y a ser
posible sin alcohol. Esperó a que el dueño del bar mirara para hacerle una
señal, pero enseguida pensó que si no lo entendía bien, le traería otra cerveza
fresca sin más. Prefería algo más sano y para eso debía ir hasta la barra para
evitar malentendidos. Agarro fuerte los
laterales de la silla para levantarse, tratando de ayudarse con el apoyo,
debido al cansancio que notaba. Fallo en el primer intento y volvió a la silla,
en otra postura. Su cabeza se ladeó como si no tuviera contacto por el cuello
con el resto del cuerpo. Le invadió un tremendo vahído que lo descoloco aun mas
de la silla, haciéndolo caer al suelo inconsciente, como un saco de algarrobas.
Cuando Abundio abrió los
ojos, era de noche. Estaba en el suelo tendido. Rodeado por sus amigos y
algunos curiosos que se habían acercado.
--¿Qué ha pasado?—pregunto
al Gorgo, que sujetaba su cabeza en alto.
--Te has desmayado Abundio
¡Es que te has pasado bebiendo como siempre! Por más que te esfuerces, nunca aguantaras
más que yo—contesto El Gorgo tratando de minimizar los hechos.
--Pero ya es de noche. Otro día
que no hemos ido al rio a nadar
El Femi y El Gorgo se
miraron perplejos entre ellos.
--¿Estás bien Abundio? ¿Cuántos
dedos ves aquí?—dijo de recochineo El Femi, mientras ponía frente a sus ojos el
puño cerrado.
--Déjate de bromas Femi.
Sabes de sobra que habíamos quedado en ir a nadar al rio antes de que te fueras
enfadado—dijo Abundio en tono enfadado.
--Pero… ¡Woody, ves y avisa
al médico!—alertó El Femi al primo de Abundio.
--¡Que medico ni que leches!—gritó—estoy
bien, que os pasa a vosotros.
--Amigo, acabas de llegar al
pueblo. Ni siquiera has ido a casa aun. Te estábamos esperando y enseguida te
has puesto a beber como un loco y al rato has caído inconsciente. Solo han sido
dos o tres minutos pero nos hemos asustado ¿Ya estas mejor Abundio?
--¿Cómo? Entonces ¿Carla?—dijo
Abundio confuso.
--¿Carla? ¿Quién es Carla?
No sé de qué hablas.
--Nada, déjalo. No es nada.
Estoy muy cansado.
Apoyo la cabeza hacia el
lateral y empezó a invadirle un aciago vacio. Las palabras de El Femi eran
demasiado claras para no darse cuenta de que toda había sido un sueño y el
exceso de alcohol podía tener algo que ver. Se le empezaron a humedecer los
ojos, mientras ladeaba la cabeza hacia el lado opuesto, hasta que los cerró
completamente.
Una pequeña lágrima rebosó
de su ojo y dibujó una delgada línea en el lateral de su rostro hasta
desaparecer, sin volumen suficiente para llegar a caer al suelo.
Continuara…
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