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miércoles, 30 de julio de 2014

QUE SABRAS TU



Yo un día fui ferroviario, que sabrás tú. Ahora ya no lo soy a pesar de que me dedico a manejar trenes. Es algo personal, hay personas que trabajan conmigo y que se sienten ferroviarios. Mi más sincera enhorabuena  por su entusiasmo, por ese empeño en seguir disfrutando a pesar de todo, pero están equivocados, su actitud no los convierte necesariamente en ferroviarios auténticos. Sin ánimo de desilusionar a nadie, deberían saber que el verdadero espíritu ferroviario es mucho más que todo eso. Por mucho que te esfuerces, en la actualidad y salvo raras excepciones, resulta muy difícil alcanzar el último nivel de espíritu ferroviario. Ni el ultimo, ni muchos de los anteriores que también te avalarían como ferroviario autentico.
Voy a explicarme bien, que no quiero malentendidos. Miento, voy a explicar bien mi opinión y si alguien la entiende mal, pues allá él. Luego podréis pensar de mi que soy un amargado, desilusionado o lo peor que os venga a la cabeza, lo que voy a decir lo pienso realmente y lo digo convencido—Yo he sido ferroviario-- Hace tanto que no recuerdo a qué edad, pero estuve allí, mi alma estuvo allí. Una sensación que he tratado de explicar sin éxito constantemente. Es imposible de explicar ¿Se puede explicar el amor? Si, se puede explicar con palabras, pero solo el enamorado es capaz de sentir esa sensación. No hay palabras para explicar todo lo que siente y no por eso está más enamorado que nadie, ni es el único poseedor de esa sensación que produce el amor. Por eso mismo, solo tú sabes si alguna vez alcanzaste un nivel alto de espíritu ferroviario. Si tienes más de 35 años y crees que aun no lo alcanzaste, lamento decirte que ya nunca lo disfrutarás y no sabes cuánto me gustaría equivocarme. Si crees que lo tienes o tuviste alguna vez  y no lo has perdido aun, consérvalo, que no te pase como a mí.
Me está pasando como siempre que hablo de esto, mucho bla, bla, bla, pero en realidad no estoy diciendo nada. Lo repito, yo alcancé el máximo nivel de espíritu ferroviario, no duro gran cosa, pero fue esa sensación que jamás conocerán todos esos aficionados del tres al cuarto. Esos que se saben el nombre de las locomotoras, de vagones, demuestran conocer a fondo el maldito tren que conducen en la actualidad o las circulares y consignas en vigor.  Aquellos que conocen enclavamientos de las estaciones ferroviarias de ciudades que yo no he visitado ni en coche. A pesar de todo eso, es posible que nunca alcancéis el espíritu ferroviario y mucho menos, superior al que yo he conocido. El verdadero.
Ruego disculpen mi arrogancia, solo es un mecanismo de defensa, para evitar decir constantemente y sobre todo a mis compañeros actuales--¡que sabrás tú!-- Yo también conocía nombres de locomotoras, disfruté del ferrocarril como trabajo, no como afición y esto sí que me parece sorprendente si lo pienso ahora. Nunca hice maquetas de trenes, no me gustan los juegos que simulan la conducción de trenes. No obstante, fui muchas veces como jefe de tren en una composición con más de diez tolvas cargadas de mineral de hierro. Comprobé todos sus frenos de aire comprimido, puse el banderín de cola, entré en Altos Hornos de Vizcaya, desenganché los vagones y esperé horas a que los descargaran viendo el mecanismo de apertura inferior, una a una como si fuera siempre la primera vez. Cambié la locomotora de cabeza a cola, maniobrando yo mismo las agujas manualmente,  para colocarla en el lugar adecuado y viajé durante horas observando a un señor sentado a mi lado, sucio y castigado por las circunstancias, que en ese momento estaba muchos niveles por encima de mí en espíritu ferroviario. Esos individuos me doblaban la edad, incluso eran mayores de lo que yo soy ahora, pero estaban enamorados de aquella vida y no trataban de explicármelo como intento hacer yo ahora, simplemente lo vivían con naturalidad. Que sabrás tú. Pero no eran esos tecnicismos lo más importante, sino el conjunto, el entorno, todo estaba empapado del espíritu del que hablo. La espera de un cruce, la visita a la cantina, arañarte el brazo con la maleza que crecía al lado de la vía, la vista desde la locomotora del bellísimo pueblo de Luarca o incluso los pinchos de chorizo asturiano.
Puede que sepas lo que era un tren de mineral, incluso puede que alguna vez hicieras uno, pero ahora intenta explicarme que sentías, no lo que hacías y podre saber aproximadamente, que nivel ferroviario estás.
Volviendo a la triste realidad, se me hace raro ver como escuchas con indiferencia, esos momentos que me vengo arriba y suelto alguna brasa de mis viejos tiempos. Puedo leer tu mente diciendo aquello--¡pero que dice este tío, vaya brasa esta soltando el abuelo! Y no te culpo, lo veo hasta lógico. Somos compañeros, efectivamente, los dos tenemos el mismo empleo. Un empleo en un mundo moderno, tecnológicamente comunicados, vigilados y robotizados.
A más de uno de ellos me gustaría verlo andar por la vía a través del monte, con la caja de madera que contenía el único medio de comunicación que llevabas en la locomotora, buscando el poste que tenía una conexión para poder enchufarlo y que en el mejor de los casos te permitía hablar con la estación más cercana. Que tampoco era definitivo, porque se podía dar la casualidad que el Jefe de Estación y el Especialista no estuvieran y por mucho que sonara el timbre, desde la cantina no se oía. Podían haber puesto un timbre en la cantina, de hecho creo que alguna chapuza llegó a inventarse ¿Me vas a decir que ahora es mejor? Pues sí, tienes razón, pero tenía una cosa que hoy no ocurre; nunca robaban el cable. Y qué me dices de ese andar por la naturaleza con tu teléfono, de esos sonidos de la naturaleza que se hacen más notorios conforme te alejas de la locomotora solo, caminando por la vía. Y según te alejas, vuelves a sentir cada vez más cerca el sonido de una locomotora, que por los recovecos que forman las montañas que bordean el rio, parece que el sonido de motor diesel, no viene por el lado que dejaste la locomotora. Eso ya no tiene precio, pero que sabrás tu.
Este tipo de sucesos, los contábamos entre nosotros, mezclando entre medias alguna alusión a los” yogurines y petit suisse”  que cogían el tren de Gijón. Todo esto formaba eso que no consigo explicar bien, el espíritu ferroviario. A distintas edades, recién llegados y a punto de jubilarse, pero que sabrás tu.
Así nacían las anécdotas ferroviarias, que pasaban de unos a otros. Aquellas historias que contaba el señor que manejaba la locomotora y que solo pausaba para poder dar un trago a su bota de vino. Si, no te alarmes, has escuchado bien. Su bota de vino y no pasaba nada. Que sabrás tú.
Hace años, escribí algunas anécdotas ferroviarias que yo mismo viví. Alguna me sirvió para recoger algún premio que me entregó gente de esa calaña. Esos que han conseguido que ya no existan anécdotas ferroviarias como las de antes. Los que han conseguido que seamos recelosos unos con otros, que no hablemos entre nosotros, que el ambiente este enrarecido. Esos que me obligan a tratar de explicar,  una y otra vez, el valor que tenía ese espíritu ferroviario. Ya me voy cansando, sobre todo de que hables a mis espaldas. Acepto que me veas como el abuelo que cuenta películas de vaqueros, por eso cada vez lo hago menos.
Por eso mismo soy tan arrogante cuando hablo de esto. Hace tiempo que descubrí que la posesión de este espíritu, no valía para nada. Los nuevos que llegan a este mundillo, no les interesan estas historias, salvo que muriera alguien o se formara una escabechina digna de un periódico de sucesos. Ese tipo de anécdotas  también las escribí alguna vez, pero por alguna razón nunca gustaron. Mi madre siempre decía—a nadie le gustan los entierros--He sufrido accidentes ferroviarios graves, incluso en uno estuve cerca de que me afectara. He perdido a un compañero y amigo en un accidente ferroviario, no teníamos ni 20 años y conocía a sus padres y hermanos. Además todos supimos lo que paso y que lo provocó, no como ocurre desde hace unos años. Que sabrás tú.
Ya sé que no soy más que nadie por haber vivido estas cosas, seguramente tú también has vivido sensaciones parecidas, pero me cabrea mucho que hayan perdido todo su valor. No me preocuparía tanto si ahora fuera albañil o dentista, pero es que diariamente conduzco trenes. También me cabreo conmigo por enquistar en mi persona ese espíritu  que debería haber abandonado hace años.
Es difícil de entender. Solo unos pocos afortunados podemos decir que subimos con locomotora a la mina de Figaredo, nos comimos un bocata de picadillo de cerdo, recién sacrificado,  en el bar-estanco-farmacia de Ujo o fuimos el jefe de un tren de mercancías en Bilbao, conducido por Valeriano o Laudelino. Lo demás son banalidades ferroviarias, que nada tienen que ver con el espíritu ferroviario.
Que sabrás tú.

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