Yo un día fui ferroviario,
que sabrás tú. Ahora ya no lo soy a pesar de que me dedico a manejar trenes. Es
algo personal, hay personas que trabajan conmigo y que se sienten ferroviarios.
Mi más sincera enhorabuena por su
entusiasmo, por ese empeño en seguir disfrutando a pesar de todo, pero están
equivocados, su actitud no los convierte necesariamente en ferroviarios
auténticos. Sin ánimo de desilusionar a nadie, deberían saber que el verdadero
espíritu ferroviario es mucho más que todo eso. Por mucho que te esfuerces, en
la actualidad y salvo raras excepciones, resulta muy difícil alcanzar el último
nivel de espíritu ferroviario. Ni el ultimo, ni muchos de los anteriores que
también te avalarían como ferroviario autentico.
Voy a explicarme bien, que
no quiero malentendidos. Miento, voy a explicar bien mi opinión y si alguien la
entiende mal, pues allá él. Luego podréis pensar de mi que soy un amargado,
desilusionado o lo peor que os venga a la cabeza, lo que voy a decir lo pienso
realmente y lo digo convencido—Yo he sido ferroviario-- Hace tanto que no
recuerdo a qué edad, pero estuve allí, mi alma estuvo allí. Una sensación que
he tratado de explicar sin éxito constantemente. Es imposible de explicar ¿Se
puede explicar el amor? Si, se puede explicar con palabras, pero solo el
enamorado es capaz de sentir esa sensación. No hay palabras para explicar todo
lo que siente y no por eso está más enamorado que nadie, ni es el único
poseedor de esa sensación que produce el amor. Por eso mismo, solo tú sabes si
alguna vez alcanzaste un nivel alto de espíritu ferroviario. Si tienes más de
35 años y crees que aun no lo alcanzaste, lamento decirte que ya nunca lo
disfrutarás y no sabes cuánto me gustaría equivocarme. Si crees que lo tienes o
tuviste alguna vez y no lo has perdido
aun, consérvalo, que no te pase como a mí.
Me está pasando como siempre
que hablo de esto, mucho bla, bla, bla, pero en realidad no estoy diciendo
nada. Lo repito, yo alcancé el máximo nivel de espíritu ferroviario, no duro
gran cosa, pero fue esa sensación que jamás conocerán todos esos aficionados
del tres al cuarto. Esos que se saben el nombre de las locomotoras, de vagones,
demuestran conocer a fondo el maldito tren que conducen en la actualidad o las
circulares y consignas en vigor. Aquellos que conocen enclavamientos de las estaciones
ferroviarias de ciudades que yo no he visitado ni en coche. A pesar de todo
eso, es posible que nunca alcancéis el espíritu ferroviario y mucho menos,
superior al que yo he conocido. El verdadero.
Ruego disculpen mi
arrogancia, solo es un mecanismo de defensa, para evitar decir constantemente y sobre todo a mis compañeros actuales--¡que sabrás
tú!-- Yo también conocía nombres de locomotoras, disfruté del ferrocarril como
trabajo, no como afición y esto sí que me parece sorprendente si lo pienso
ahora. Nunca hice maquetas de trenes, no me gustan los juegos que simulan la
conducción de trenes. No obstante, fui muchas veces como jefe de tren en una
composición con más de diez tolvas cargadas de mineral de hierro. Comprobé
todos sus frenos de aire comprimido, puse el banderín de cola, entré en Altos
Hornos de Vizcaya, desenganché los vagones y esperé horas a que los descargaran
viendo el mecanismo de apertura inferior, una a una como si fuera siempre la
primera vez. Cambié la locomotora de cabeza a cola, maniobrando yo mismo las agujas manualmente,
para colocarla en el lugar adecuado y
viajé durante horas observando a un señor sentado a mi lado, sucio y castigado
por las circunstancias, que en ese momento estaba muchos niveles por encima de
mí en espíritu ferroviario. Esos individuos me doblaban la edad, incluso eran
mayores de lo que yo soy ahora, pero estaban enamorados de aquella vida y no
trataban de explicármelo como intento hacer yo ahora, simplemente lo vivían con
naturalidad. Que sabrás tú. Pero no eran esos tecnicismos lo más importante,
sino el conjunto, el entorno, todo estaba empapado del espíritu del que hablo.
La espera de un cruce, la visita a la cantina, arañarte el brazo con la maleza
que crecía al lado de la vía, la vista desde la locomotora del bellísimo pueblo
de Luarca o incluso los pinchos de chorizo asturiano.
Puede que sepas lo que era
un tren de mineral, incluso puede que alguna vez hicieras uno, pero ahora intenta
explicarme que sentías, no lo que hacías y podre saber aproximadamente, que
nivel ferroviario estás.
Volviendo a la triste
realidad, se me hace raro ver como escuchas con indiferencia, esos momentos que
me vengo arriba y suelto alguna brasa de mis viejos tiempos. Puedo leer tu
mente diciendo aquello--¡pero que dice este tío, vaya brasa esta soltando el
abuelo! Y no te culpo, lo veo hasta lógico. Somos compañeros, efectivamente,
los dos tenemos el mismo empleo. Un empleo en un mundo moderno,
tecnológicamente comunicados, vigilados y robotizados.
A más de uno de ellos me gustaría
verlo andar por la vía a través del monte, con la caja de madera que contenía
el único medio de comunicación que llevabas en la locomotora, buscando el poste
que tenía una conexión para poder enchufarlo y que en el mejor de los casos te
permitía hablar con la estación más cercana. Que tampoco era definitivo, porque
se podía dar la casualidad que el Jefe de Estación y el Especialista no
estuvieran y por mucho que sonara el timbre, desde la cantina no se oía. Podían
haber puesto un timbre en la cantina, de hecho creo que alguna chapuza llegó a
inventarse ¿Me vas a decir que ahora es mejor? Pues sí, tienes razón, pero
tenía una cosa que hoy no ocurre; nunca robaban el cable. Y qué me dices de ese
andar por la naturaleza con tu teléfono, de esos sonidos de la naturaleza que se hacen más
notorios conforme te alejas de la locomotora solo, caminando por la vía. Y
según te alejas, vuelves a sentir cada vez más cerca el sonido de una
locomotora, que por los recovecos que forman las montañas que bordean el rio,
parece que el sonido de motor diesel, no viene por el lado que dejaste la
locomotora. Eso ya no tiene precio, pero que sabrás tu.
Este tipo de sucesos, los
contábamos entre nosotros, mezclando entre medias alguna alusión a los”
yogurines y petit suisse” que cogían el
tren de Gijón. Todo esto formaba eso que no consigo explicar bien, el espíritu
ferroviario. A distintas edades, recién llegados y a punto de jubilarse, pero
que sabrás tu.
Así nacían las anécdotas ferroviarias,
que pasaban de unos a otros. Aquellas historias que contaba el señor que
manejaba la locomotora y que solo pausaba para poder dar un trago a su bota de
vino. Si, no te alarmes, has escuchado bien. Su bota de vino y no pasaba nada.
Que sabrás tú.
Hace años, escribí algunas
anécdotas ferroviarias que yo mismo viví. Alguna me sirvió para recoger algún
premio que me entregó gente de esa calaña. Esos que han conseguido que ya no
existan anécdotas ferroviarias como las de antes. Los que han conseguido que
seamos recelosos unos con otros, que no hablemos entre nosotros, que el
ambiente este enrarecido. Esos que me obligan a tratar de explicar, una y otra vez, el valor que tenía ese
espíritu ferroviario. Ya me voy cansando, sobre todo de que hables a mis
espaldas. Acepto que me veas como el abuelo que cuenta películas de vaqueros,
por eso cada vez lo hago menos.
Por eso mismo soy tan
arrogante cuando hablo de esto. Hace tiempo que descubrí que la posesión de
este espíritu, no valía para nada. Los nuevos que llegan a este mundillo, no
les interesan estas historias, salvo que muriera alguien o se formara una
escabechina digna de un periódico de sucesos. Ese tipo de anécdotas también las escribí alguna vez, pero por
alguna razón nunca gustaron. Mi madre siempre decía—a nadie le gustan los
entierros--He sufrido accidentes ferroviarios graves, incluso en uno estuve
cerca de que me afectara. He perdido a un compañero y amigo en un accidente
ferroviario, no teníamos ni 20 años y conocía a sus padres y hermanos. Además
todos supimos lo que paso y que lo provocó, no como ocurre desde hace unos
años. Que sabrás tú.
Ya sé que no soy más que
nadie por haber vivido estas cosas, seguramente tú también has vivido
sensaciones parecidas, pero me cabrea mucho que hayan perdido todo su valor. No
me preocuparía tanto si ahora fuera albañil o dentista, pero es que diariamente
conduzco trenes. También me cabreo conmigo por enquistar en mi persona ese
espíritu que debería haber abandonado
hace años.
Es difícil de entender. Solo
unos pocos afortunados podemos decir que subimos con locomotora a la mina de
Figaredo, nos comimos un bocata de picadillo de cerdo, recién sacrificado, en el bar-estanco-farmacia de Ujo o fuimos el
jefe de un tren de mercancías en Bilbao, conducido por Valeriano o Laudelino.
Lo demás son banalidades ferroviarias, que nada tienen que ver con el espíritu ferroviario.
Que sabrás tú.
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