oncontextmenu='return false' onkeydown='return false'>

jueves, 31 de julio de 2014

AQUEL VERANO Capitulo17



Eran las horas más calurosas del día en esa época del año. El sol apretaba de tal manera que cualquier intento para defenderse de él era inútil. Tan solo la sombra parecía apaciguar aquel poder abrasador del sol, pero resultaba endeble cuando coincidía con la brisa ardiente proveniente de África, que en verano resecaba todo ser vivo del pueblo que no buscara refugio. La mejor manera de evitar esos sofocantes momentos era en el interior de las casas. Las casas del pueblo estaban construidas con vastos muros de piedra, en sus caras al exterior, que aislaban del calor sofocante en los meses de verano. En su interior se podía llegar a pasar frio, cuando en la calle, como solía decir El Gorgo, las lagartijas llevaban uniforme de bombero para no quemarse.
Durante los días de verano, en esas horas era muy raro ver a gente por las calles, salvo a Abundio y sus amigos que aguantaban en la terraza del bar bebiendo, solo hasta que se levantaba aquella brisa tórrida que inutilizaba la sombra que producía el techado de lona de la terraza del bar. Era entonces cuando inevitablemente el grupo de amigos se veían forzados a refugiarse hasta que, como mínimo, el sol se inclinara un poco hacia los montes conforme avanzaba la tarde.
Justo ese era el día. El día que Abundio pensó que debía coger las riendas de su vida, coincidió con la sofocante mezcla climática. Era el único que torpemente no había ido a resguardarse del ambiente abrasivo. Se quedó solo, bajo aquel techo de franjas azules y blancas, que se inflaba como si fuera a convertirse en un globo aerostático y que los agujeros desiguales que servían de aliviadero, no eran suficientes para evitar un desproporcionado aleteo sonoro que convertía la situación en más insoportable aun.
La imagen de Abundio, mal sentado, con cara de circunstancias y con los labios resecos y cuarteados, representaba una especie de retablo patético. Observado tan solo por el dueño del bar, que de vez en cuando le dirigía una mirada lastimera sin apartar la cabeza de un gran ventilador  instalado al final de la barra y que más que refrescar, solo revolvía su pelo.
Ya era tarde para volver a casa con intención de comer y era pronto para bajar al rio. La escasa ingesta de alimento sólido empezaba a debilitar a Abundio, que parecía entrar en un estado somnoliento, mientras movía efusivamente su boca y lengua, en un difícil intento por humedecer los resecos labios, con la escasa saliva etílica disponible. La mejor solución a la espera solo pasaba por ingerir algún líquido y a ser posible sin alcohol. Esperó a que el dueño del bar mirara para hacerle una señal, pero enseguida pensó que si no lo entendía bien, le traería otra cerveza fresca sin más. Prefería algo más sano y para eso debía ir hasta la barra para evitar malentendidos.  Agarro fuerte los laterales de la silla para levantarse, tratando de ayudarse con el apoyo, debido al cansancio que notaba. Fallo en el primer intento y volvió a la silla, en otra postura. Su cabeza se ladeó como si no tuviera contacto por el cuello con el resto del cuerpo. Le invadió un tremendo vahído que lo descoloco aun mas de la silla, haciéndolo caer al suelo inconsciente,  como un saco de algarrobas.
Cuando Abundio abrió los ojos, era de noche. Estaba en el suelo tendido. Rodeado por sus amigos y algunos curiosos que se habían acercado.
--¿Qué ha pasado?—pregunto al Gorgo, que sujetaba su cabeza en alto.
--Te has desmayado Abundio ¡Es que te has pasado bebiendo como siempre!      Por más que te esfuerces, nunca aguantaras más que yo—contesto El Gorgo tratando de minimizar los hechos.
--Pero ya es de noche. Otro día que no hemos ido al rio a nadar
El Femi y El Gorgo se miraron perplejos entre ellos.
--¿Estás bien Abundio? ¿Cuántos dedos ves aquí?—dijo de recochineo El Femi, mientras ponía frente a sus ojos el puño cerrado.
--Déjate de bromas Femi. Sabes de sobra que habíamos quedado en ir a nadar al rio antes de que te fueras enfadado—dijo Abundio en tono enfadado.
--Pero… ¡Woody, ves y avisa al médico!—alertó El Femi al primo de Abundio.
--¡Que medico ni que leches!—gritó—estoy bien, que os pasa a vosotros.
--Amigo, acabas de llegar al pueblo. Ni siquiera has ido a casa aun. Te estábamos esperando y enseguida te has puesto a beber como un loco y al rato has caído inconsciente. Solo han sido dos o tres minutos pero nos hemos asustado ¿Ya estas mejor Abundio?
--¿Cómo? Entonces ¿Carla?—dijo Abundio confuso.
--¿Carla? ¿Quién es Carla? No sé de qué hablas.
--Nada, déjalo. No es nada. Estoy muy cansado.
Apoyo la cabeza hacia el lateral y empezó a invadirle un aciago vacio. Las palabras de El Femi eran demasiado claras para no darse cuenta de que toda había sido un sueño y el exceso de alcohol podía tener algo que ver. Se le empezaron a humedecer los ojos, mientras ladeaba la cabeza hacia el lado opuesto, hasta que los cerró completamente.
Una pequeña lágrima rebosó de su ojo y dibujó una delgada línea en el lateral de su rostro hasta desaparecer, sin volumen suficiente para llegar a caer al suelo.

Continuara…

miércoles, 30 de julio de 2014

QUE SABRAS TU



Yo un día fui ferroviario, que sabrás tú. Ahora ya no lo soy a pesar de que me dedico a manejar trenes. Es algo personal, hay personas que trabajan conmigo y que se sienten ferroviarios. Mi más sincera enhorabuena  por su entusiasmo, por ese empeño en seguir disfrutando a pesar de todo, pero están equivocados, su actitud no los convierte necesariamente en ferroviarios auténticos. Sin ánimo de desilusionar a nadie, deberían saber que el verdadero espíritu ferroviario es mucho más que todo eso. Por mucho que te esfuerces, en la actualidad y salvo raras excepciones, resulta muy difícil alcanzar el último nivel de espíritu ferroviario. Ni el ultimo, ni muchos de los anteriores que también te avalarían como ferroviario autentico.
Voy a explicarme bien, que no quiero malentendidos. Miento, voy a explicar bien mi opinión y si alguien la entiende mal, pues allá él. Luego podréis pensar de mi que soy un amargado, desilusionado o lo peor que os venga a la cabeza, lo que voy a decir lo pienso realmente y lo digo convencido—Yo he sido ferroviario-- Hace tanto que no recuerdo a qué edad, pero estuve allí, mi alma estuvo allí. Una sensación que he tratado de explicar sin éxito constantemente. Es imposible de explicar ¿Se puede explicar el amor? Si, se puede explicar con palabras, pero solo el enamorado es capaz de sentir esa sensación. No hay palabras para explicar todo lo que siente y no por eso está más enamorado que nadie, ni es el único poseedor de esa sensación que produce el amor. Por eso mismo, solo tú sabes si alguna vez alcanzaste un nivel alto de espíritu ferroviario. Si tienes más de 35 años y crees que aun no lo alcanzaste, lamento decirte que ya nunca lo disfrutarás y no sabes cuánto me gustaría equivocarme. Si crees que lo tienes o tuviste alguna vez  y no lo has perdido aun, consérvalo, que no te pase como a mí.
Me está pasando como siempre que hablo de esto, mucho bla, bla, bla, pero en realidad no estoy diciendo nada. Lo repito, yo alcancé el máximo nivel de espíritu ferroviario, no duro gran cosa, pero fue esa sensación que jamás conocerán todos esos aficionados del tres al cuarto. Esos que se saben el nombre de las locomotoras, de vagones, demuestran conocer a fondo el maldito tren que conducen en la actualidad o las circulares y consignas en vigor.  Aquellos que conocen enclavamientos de las estaciones ferroviarias de ciudades que yo no he visitado ni en coche. A pesar de todo eso, es posible que nunca alcancéis el espíritu ferroviario y mucho menos, superior al que yo he conocido. El verdadero.
Ruego disculpen mi arrogancia, solo es un mecanismo de defensa, para evitar decir constantemente y sobre todo a mis compañeros actuales--¡que sabrás tú!-- Yo también conocía nombres de locomotoras, disfruté del ferrocarril como trabajo, no como afición y esto sí que me parece sorprendente si lo pienso ahora. Nunca hice maquetas de trenes, no me gustan los juegos que simulan la conducción de trenes. No obstante, fui muchas veces como jefe de tren en una composición con más de diez tolvas cargadas de mineral de hierro. Comprobé todos sus frenos de aire comprimido, puse el banderín de cola, entré en Altos Hornos de Vizcaya, desenganché los vagones y esperé horas a que los descargaran viendo el mecanismo de apertura inferior, una a una como si fuera siempre la primera vez. Cambié la locomotora de cabeza a cola, maniobrando yo mismo las agujas manualmente,  para colocarla en el lugar adecuado y viajé durante horas observando a un señor sentado a mi lado, sucio y castigado por las circunstancias, que en ese momento estaba muchos niveles por encima de mí en espíritu ferroviario. Esos individuos me doblaban la edad, incluso eran mayores de lo que yo soy ahora, pero estaban enamorados de aquella vida y no trataban de explicármelo como intento hacer yo ahora, simplemente lo vivían con naturalidad. Que sabrás tú. Pero no eran esos tecnicismos lo más importante, sino el conjunto, el entorno, todo estaba empapado del espíritu del que hablo. La espera de un cruce, la visita a la cantina, arañarte el brazo con la maleza que crecía al lado de la vía, la vista desde la locomotora del bellísimo pueblo de Luarca o incluso los pinchos de chorizo asturiano.
Puede que sepas lo que era un tren de mineral, incluso puede que alguna vez hicieras uno, pero ahora intenta explicarme que sentías, no lo que hacías y podre saber aproximadamente, que nivel ferroviario estás.
Volviendo a la triste realidad, se me hace raro ver como escuchas con indiferencia, esos momentos que me vengo arriba y suelto alguna brasa de mis viejos tiempos. Puedo leer tu mente diciendo aquello--¡pero que dice este tío, vaya brasa esta soltando el abuelo! Y no te culpo, lo veo hasta lógico. Somos compañeros, efectivamente, los dos tenemos el mismo empleo. Un empleo en un mundo moderno, tecnológicamente comunicados, vigilados y robotizados.
A más de uno de ellos me gustaría verlo andar por la vía a través del monte, con la caja de madera que contenía el único medio de comunicación que llevabas en la locomotora, buscando el poste que tenía una conexión para poder enchufarlo y que en el mejor de los casos te permitía hablar con la estación más cercana. Que tampoco era definitivo, porque se podía dar la casualidad que el Jefe de Estación y el Especialista no estuvieran y por mucho que sonara el timbre, desde la cantina no se oía. Podían haber puesto un timbre en la cantina, de hecho creo que alguna chapuza llegó a inventarse ¿Me vas a decir que ahora es mejor? Pues sí, tienes razón, pero tenía una cosa que hoy no ocurre; nunca robaban el cable. Y qué me dices de ese andar por la naturaleza con tu teléfono, de esos sonidos de la naturaleza que se hacen más notorios conforme te alejas de la locomotora solo, caminando por la vía. Y según te alejas, vuelves a sentir cada vez más cerca el sonido de una locomotora, que por los recovecos que forman las montañas que bordean el rio, parece que el sonido de motor diesel, no viene por el lado que dejaste la locomotora. Eso ya no tiene precio, pero que sabrás tu.
Este tipo de sucesos, los contábamos entre nosotros, mezclando entre medias alguna alusión a los” yogurines y petit suisse”  que cogían el tren de Gijón. Todo esto formaba eso que no consigo explicar bien, el espíritu ferroviario. A distintas edades, recién llegados y a punto de jubilarse, pero que sabrás tu.
Así nacían las anécdotas ferroviarias, que pasaban de unos a otros. Aquellas historias que contaba el señor que manejaba la locomotora y que solo pausaba para poder dar un trago a su bota de vino. Si, no te alarmes, has escuchado bien. Su bota de vino y no pasaba nada. Que sabrás tú.
Hace años, escribí algunas anécdotas ferroviarias que yo mismo viví. Alguna me sirvió para recoger algún premio que me entregó gente de esa calaña. Esos que han conseguido que ya no existan anécdotas ferroviarias como las de antes. Los que han conseguido que seamos recelosos unos con otros, que no hablemos entre nosotros, que el ambiente este enrarecido. Esos que me obligan a tratar de explicar,  una y otra vez, el valor que tenía ese espíritu ferroviario. Ya me voy cansando, sobre todo de que hables a mis espaldas. Acepto que me veas como el abuelo que cuenta películas de vaqueros, por eso cada vez lo hago menos.
Por eso mismo soy tan arrogante cuando hablo de esto. Hace tiempo que descubrí que la posesión de este espíritu, no valía para nada. Los nuevos que llegan a este mundillo, no les interesan estas historias, salvo que muriera alguien o se formara una escabechina digna de un periódico de sucesos. Ese tipo de anécdotas  también las escribí alguna vez, pero por alguna razón nunca gustaron. Mi madre siempre decía—a nadie le gustan los entierros--He sufrido accidentes ferroviarios graves, incluso en uno estuve cerca de que me afectara. He perdido a un compañero y amigo en un accidente ferroviario, no teníamos ni 20 años y conocía a sus padres y hermanos. Además todos supimos lo que paso y que lo provocó, no como ocurre desde hace unos años. Que sabrás tú.
Ya sé que no soy más que nadie por haber vivido estas cosas, seguramente tú también has vivido sensaciones parecidas, pero me cabrea mucho que hayan perdido todo su valor. No me preocuparía tanto si ahora fuera albañil o dentista, pero es que diariamente conduzco trenes. También me cabreo conmigo por enquistar en mi persona ese espíritu  que debería haber abandonado hace años.
Es difícil de entender. Solo unos pocos afortunados podemos decir que subimos con locomotora a la mina de Figaredo, nos comimos un bocata de picadillo de cerdo, recién sacrificado,  en el bar-estanco-farmacia de Ujo o fuimos el jefe de un tren de mercancías en Bilbao, conducido por Valeriano o Laudelino. Lo demás son banalidades ferroviarias, que nada tienen que ver con el espíritu ferroviario.
Que sabrás tú.

domingo, 20 de julio de 2014

AQUEL VERANO Capitulo 16



La terraza del bar empezaba a quedarse vacía. Faltaba el primo Woody y El Gorgo para que aquella fuera la típica situación diaria que vivían los amigos durante una semana en verano. Todos marchaban a comer y se quedaban solos en el bar, alimentándose de los panchitos y frutos secos que entraban con cada ronda de cerveza. El escaso alimento sólido que ingerían normalmente, aceleraba notablemente los efectos del nocivo alcohol.
Los dos amigos estaban sentados de tal manera que parecían no conocerse, a pesar de estar en la misma mesa. El Femi sacó su paquete de cigarrillos y dirigiendo la mirada hacia Abundio, encendió uno. Guardó el paquete moviendo  la cabeza hacia los lados en clara actitud negativa. Miró hacia arriba y formó un gran aro con el humo, que enseguida destrozo con un dedo. Volvió a mirar a Abundio e hizo el mismo gesto de negación con su cabeza.
--Abundio, Abundio, amigo mío—dijo El Femi expulsando por completo el humo de sus pulmones.
--¿Qué pasa Femi?—pregunto Abundio con intención sonsacadora.
--Nada, nada.
--Algo pasa Femi—insistió otra vez— ¿es por lo que te he dicho en relación a nuestra actitud?
--Déjame Abundio, no quiero hablar de eso. Vete a saber lo que le has dicho al Gorgo que ya no ha vuelto. Deberías saber que vive un momento delicado y has de tener cuidado con él.
--No he dicho nada malo creo. Solo pretendo que nos demos cuenta del maldito estado de conciencia al que hemos llegado. Todo lo que hacemos tiene que pasar por el bar. Beber y emborracharnos cada día, parece ser nuestra única meta. Nos ponemos a prueba  diariamente con este castigo insano, sin fijar ningún límite. Experimentamos la posibilidad de aguantar lo inaguantable, para no ser el primero en caer fulminado por el alcohol. Deberíamos reconocer, quizás demasiado tarde ya, que hemos desaprovechado la mejor parte de nuestra vida y lo mejor de nosotros se ha quedado por el camino.
El Femi parecía no hacer caso a aquellas rebuscadas palabras de Abundio. Sentado de lado aun, observaba detenidamente el cigarrillo entre sus dedos cada vez que lo alejaba de su boca, expulsaba bocanadas de humo entremezclados con aros que creaba con un golpe seco de su mandíbula.
Quedando aun medio pitillo, lo tiró al suelo y lo pisó violentamente. Movió la silla situándose frente Abundio y sin mirarlo, se puso a engullir a puñados los frutos secos que había en un plato en el centro de la mesa.
--Femi, parece que no me estas escuchando—le recriminó Abundio notándolo ausente y desinteresado.
Se quedaron unos segundos mirándose y El Femi cogió todos los cacahuetes que llevaba en la mano y los lanzó furiosamente sobre la mesa, haciendo que volaran por todos lados. Miro fijamente a Abundio. Se podía ver claramente en su gesto facial, como la ira iba apoderándose poco a poco del ligón.
--¡Por el amor de Dios Abundio, voy a tener que ser yo quien te lo diga!—gritó El Femi, asustando a Abundio.
--¿Decirme que?
--¡Que eres tonto Abundio! ¡Tonto y ciego! Después de tantos años sigues sin darte cuenta. Ahora vienes con sermones sobre nuestras vidas, nos dices que no quieres seguir así, que debemos cambiar… ¿Qué tenemos que cambiar? Nosotros no tenemos que cambiar nada, eres tu el que parece tener un problema. Nosotros podemos ayudarte,  pero no tenemos nada que cambiar, ni queremos cambiar.
Hizo una pausa mirando fijamente a Abundio.
--Escúchame bien, porque no quiero que sigas con tus charlas y que te enteres de una vez. Alguien tiene que decírtelo.
--¿Decirme que?—Dijo Abundio con cierta inseguridad y visiblemente sorprendido.
--Pues la realidad de todos estos años y que te niegas a ver. Cada año  esperamos tu llegada al pueblo con ilusión. Con la ilusión de pasar una semana divertida, de las fiestas del pueblo y de lo que sea, solo porque no nos vemos más en todo el año. Lo más importante y que no te enteras es que te escuchamos. Escuchamos tus lamentos cuando nos describes lo triste de tu vida en la ciudad, de tu trabajo. Aguantamos, como hacen los amigos de verdad, tus cansinas plegarias de amor hacia Alenka. Respetando  tu nostalgia hacia el vago recuerdo que tienes sobre Alenka. Si, bebemos y bebemos como los peces en el rio. Tratamos de que te lo pases bien y te alegres, bebiendo y haciendo bromas como la que acabo de hacer ¿y tú qué haces? Nada, te pasas la semana en plan serio y amargado. Que si Alenka esto, que si Alenka lo otro ¡ Pero si nunca tuviste nada con ella! Podrías intentar conocer a otras chicas para que se te pase esa tontería, pero bebes demasiado y acabas empeorando tu existencia, creyéndote tu mismo que Alenka es una enfermedad incurable. Has tenido más de una vez la oportunidad de conocer a chicas, que de seguro te harían olvidar y yo mismo las he visto marcharse agotadas por tu amargura o cansadas de insinuarse sin éxito. Hace tan solo un momento, casi te ha vuelto a pasar con Carla. Esa chica, que esta como un tren, ha venido aquí contigo porque ha querido ella. Yo no he tenido nada que ver y me dio el bofetón porque se me ha resistido. Normalmente no me tengo que esforzar mucho para engatusar a las chicas, pero Carla no dejaba de interesarse por ti con preguntas y al ver que se me resistía me he excedido con mis insinuaciones. Por eso me arreó el bofetón. Por poco la cagas otra vez, suerte que se han marchado antes de que metas la pata, si no lo has hecho ya, veremos si aparece esta tarde en el rio. No me extrañaría que cambiara de opinión y decida no ir al rio,  para no tener que aguantar como la ignoras. No eres más tonto porque ya no hay ningún nivel superior de tontería.
Abundio parecía estar noqueado ya. Escuchaba con atención y perplejo, la facilidad y soltura con que le hablaba El Femi, incapaz de defenderse o alegar alguna replica.
--Y lo que es peor—continuó El Femi—vienes hoy con sermoneos sobre nuestro futuro y nuestras vidas, cuando solo es la tuya la que te preocupa. Nunca te has interesado por nuestras vidas el resto del año. Lo que es nuestra vida fuera de la semana que estas aquí, parece que no te importa mucho. Ni siquiera has preguntado por lo que le ha pasado al Gorgo este invierno. Pasas de Woody, que ya sabemos que se comporta como un niñato alocado, pero es tú primo y pasas de él. Solo piensas en ti, pero eres nuestro amigo y cada año disfrutamos de tu compañía, a tu manera, pero lo pasábamos bien. Pero si este verano has venido para quedarte, te recomiendo que empieces a olvidar esos sermones y te preocupes más de lo que te rodea. Tienes que dejar de pensar en ti solamente y en tu supuesto amor incomprendido por Alenka, que pareces un chalado. Y recuerda siempre que ante todo somos amigos. Los amigos se apoyan y defienden entre ellos, no se reprochan y sermonean, recuérdalo. Ahora me voy, nos vemos después en el rio o antes aquí en el bar, si es que quieres venir.
Sin mirarlo siquiera, con la mirada perdida que era lo que mejor sabia hacer, se quedó solo en la terraza del bar. Estupefacto por la sinceridad de El Femi e intranquilo por El Gorgo ¿Qué sería lo que había pasado ese invierno?
Abundio se vio invadido por una confusión amarga y compleja. Incluso con alcohol, notaba sentimientos nuevos. No entendía muy bien porque, pero estaba seguro que aquel verano, podría hacerle comprender muchas cosas que llevaban tiempo confundiéndolo. Ya sabía que su principal enemigo era él mismo y no el alcohol o sus recuerdos.
 Por lo menos era otra buena señal.

Continuara…

sábado, 19 de julio de 2014

POR UNAS RODAJAS



Una tarde de picnic en el campo, me junté con una persona no habitual y  descubrí que tenía el mismo problema que yo, estaba obsesionada con la teoría de las conspiraciones y manipulaciones a las que estamos sometidos los ciudadanos de a pie. Aseguraba que añaden, intencionadamente,  sustancias en determinadas comidas para hacerlas adictivas, escondidas en conservantes, colorantes o parecido.
Me puse a rebuscar en mi atrofiado cerebro y encontré cosas que podían dar por buena aquella teoría. No me estoy refiriendo a la adicción que te puede crear el chocolate o los dulces, sino a ciertos alimentos anti natura que engordan a lo bestia y que por alguna razón, no puedes parar de comerlos o desear comerlos. Incluso algunos slogans publicitarios ya utilizan aquello de—a que no puedes comer solo una o cuando haces pop ya no hay stop—
Vale, ahora todos dirán que eso es evidente, que todo el mundo lo sabe, pero que están muy buenos esos productos. Es normal encontrarse en esos picnics que he hablado antes, alguien que lleva esa bolsa de “snacks” novedosos que nadie ha probado o el típico bollo industrial que, al probarlo, te ves obligado a adquirirlo en tu próxima visita al supermercado. Mi recuerdo más lejano de este fenómeno de no parar de comer o desear comer algún producto,  se remonta a las papas aquellas que tenían una cara con una gran sonrisa en la bolsa. De eso hace más de treinta años.
Aunque parezca una tontería, que lo es, todo esto lo pensé el otro día mientras cortaba unas rodajas de fuet. Me acordaba de aquellos tiempos que un amigo mío se comía el fuet a bocados y yo a rodajitas entre el pan. El mismo fuet a mi me engordaba y él era fino como un palillo, pero no es esa la cuestión. La cuestión es que todos nos lo comíamos sin quitarle esa piel  blanquecina que lo envolvía. ¿Quién pelaba el fuet? Casi nadie, es que  no sabía igual. Por eso acabaron vendiéndose dentro de una bolsa, porque todos los manoseaban. Hasta los fabricantes sabían de sobra que nadie, absolutamente nadie, le quita la piel. Ese día,  yo cortaba rodajas del fuet mas barato que había en el súper, en su bolsita por supuesto, y veía como se desprendía sola aquella capa blanquecina. Puede que antes la piel se confeccionara con algún tipo de tripa del cerdo o que se yo, pero lo que yo cortaba era plástico, sin duda. Pero a pesar de eso, el recubierto blanco sabe igual que antes. Qué demonios esconderá esa capa blanca del envoltorio y ¿estará controlado sanitariamente? Lo más seguro es que haya control, pero yo veo engullir  bolsas de papas, con sabores extraños, a velocidad vertiginosa y también tendrán control sanitario. Ponle a tu hijo un plato repleto de lechuga ecológica y observa lo que tarda en comérselo, si es que consigues que empiece.
La explicación es fácil, algunos alimentos contienen sustancias que inciden en partes de nuestro cerebro creando una supuesta adicción, como las drogas o la manipulación visual mediática. Incluso creo que alguna de esas sustancias encubiertas se podría considerar droga, pero como pasa en la difusión  mediática, no todo va destinado a manipular, a veces solo quieren atontar.  Una idea, porque esas galletas negras con blanco dentro, no las fabrican solo con lo blanco. No habría que sufrir  viendo el absurdo de separarla y chupar lo de dentro.
Que sí, que cada uno se atonte como quiera, yo seguiré con el fuet, pero pelado. Me da unos ardores para morirme y me sienta fatal, pero por lo menos evito esa sustancia blanquecina que lo envuelve.
Y no me digas que tú siempre lo has comido sin piel que no me lo creo, seguro que alguna vez has probado pillín.

No continuará seguramente…
Y sí, la foto es mia.