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sábado, 30 de agosto de 2014

AQUEL VERANO Capitulo20



El camino que iba hacia el rio acababa en un llano donde los arboles, que en todo el recorrido se alzaban erguidos y majestuosamente alineados a cada lado, se dispersaban formando un amplio prado bañado de sombra. Desde él se podía apreciar en todo su esplendor, los remansos que hacia el rio en la parte de abajo. Remansos donde se formaban unas playitas muy idóneas para el baño y recreo de los habitantes del pueblo y forasteros de otros pueblos de alrededor. Desde ese prado solo restaba recorrer un pequeño trozo muy empinado para acceder a las zonas de baño o continuar hacia la derecha para cruzar el puente de piedra. Por el puente se podía acceder a la ribera opuesta del rio donde el baño era más complicado por la escasez de remansos debido a la curvatura que hacia el rio en aquel tramo. Desde el puente se lanzaban al agua los jóvenes más atrevidos y solo los más valientes como El Gorgo y pocos más, lo hacían aun desde más arriba, en los salientes de la montaña donde empezaba el puente.
Por lo menos así era como lo recordaba Abundio, así era el rio cuando marchó a la ciudad el año pasado. Al llegar al borde del prado, miró hacia el rio y no pudo evitar sorprenderse al ver semejante espectáculo dantesco. No se parecía nada al rio que recordaba, aunque caudaloso, habían desaparecido los remansos y el agua fluía por torrentes pronunciados y alternados por todo el ancho del cauce. Solo se podía ver un pequeño hueco forzado por el agua pero que a primera vista, no parecía albergar ninguna emoción para el baño de un adulto. Nada que fuera mas allá de un triste remojón alternando las partes del cuerpo y que  por muy fresquita que estuviera el agua, no cubría lo suficiente para lo que Abundio y sus amigos conocían como un convencional baño en el rio. El puente de piedra había desaparecido, solo quedaba el trozo del principio que estaba amarrado a la roca maciza de la montaña, justo la parte que coincidía con la honda poza  a la que se lanzaban los chavales, no había espacio siquiera para hacer las largas colas para tirarse al agua. Era evidente que aquello era el resultado de una riada invernal.  Abundio había visto muchas riadas, pero ninguna lo suficientemente poderosa para provocar efectos tan devastadores.
Para bajar al rio por el pequeño tramo empinado que les quedaba, el grupo de amigos tuvo que reducir el espacio entre ellos, ya que era un camino estrecho. Empinado y pedregoso, lleno de riscos sueltos y con muchas grietas profundas, probablemente producidas también por la erosión del agua.
Iniciaron el descenso por el escarpado y estrechito camino de piedras y a los pocos metros, Carla dio un paso en falso al pisar una de las numerosas piedras sueltas, provocándole un brusco resbalón. Indefensa y temiendo una caída al suelo de bruces, alargó estrepitosamente los brazos para agarrarse al antebrazo de Abundio, que caminaba a su lado. Fue tal el ímpetu y desespero que puso, que acabó aferrándose a Abundio apretando sus prominentes atributos pectorales sobre el pecho de Abundio.
--¡Perdón!—dijo él ruborizado, consciente de haber notado bulto.
--¿Perdón?—pregunto ella sorprendida y achinando los ojos.
Abundio se vio invadido por una vergüenza desmedida que le hizo desviar bruscamente la vista hacia el rio. Fue entonces cuando la chica se percató de la inocencia tontuna de Abundio. El carácter de Carla, era más de aprovecharse de la ignorancia de Abundio, que de rendirse a la experiencia de El Femi.
--¡Agárrame y no me sueltes! Que no quiero caerme—dijo ella apretándose más a Abundio y provocando el rebose de sus pechos por los laterales del minúsculo bikini.
Fue un descenso breve pero tortuoso para Abundio. Cada apretón de la chica, se esforzaba en vano intentando crear algo de hueco entre sus cuerpos para que ella no notara los acelerados latidos de su corazón. Corazón que empezaba a bombear toda la sangre de Abundio hacia el mismo sitio.
Una vez en la orilla del rio, Carla dejó de insistir en su interés al comprobar la pasividad de Abundio y buscó otra vez a las chicas, sentándose bastante separada de Abundio.
 Sentados en piedras y en el suelo, algunas de las chicas parecían ignorar a Abundio descaradamente, pero a él no le importaba porque desde el principio las había ignorado a todas, salvo a Carla y por verse obligado. Separado un poco del grupo, Abundio observaba atónito a su alrededor. Eran fechas en las que normalmente el rio estaba muy concurrido y sin embargo no había nadie, estaban solos. Normalmente el dia de la cabalgata anunciando el inicio de las fiestas restaba afluencia de visitantes y bañistas, pero nunca llegaba a estar todo tan solitario. Era una imagen tétrica a la que solo Abundio parecía extrañar, tanto que El Femi al verlo se acercó y se sentó a su lado.
--¡Que te parece Abundio!—le dijo pasándole la mano por encima del hombro.
--¡Vaya riada! Ha podido con el puente incluso. Nunca hubo ninguna tan potente ¿Pudisteis verla?—dijo Abundio.
--No, no la vimos. Cuando dejo de llover y nos acercamos, estaba la Guardia Civil y no dejaban pasar.
--¿Cómo? ¿Era peligroso?
--No. Se suicidó el padre de El Gorgo y no encontraban el cuerpo. Cuando bajó el caudal del rio, apareció el cadáver un poco más abajo, hinchado como una pelota.
Como si el grupo entero lo hubiera oído, se quedaron todos callados. Woody, se levantó y separándose un poco se puso a lanzar piedras al rio. Las chicas, dejaron de murmurar. Los dos amigos se quedaron mirándose en silencio, aguantándose la mirada sin pestañear. Finalmente,  Abundio cedió y miró hacia el rio.
--¿Cuándo ocurrió?—preguntó  resignado y medio avergonzado al descubrir que podía tener sentido el comportamiento de El Gorgo, sin que él se hubiera preocupado lo más mínimo.
--Poco antes de Navidad—respondió Femi.
A pesar de la insistencia de El Femi recordándole que ese invierno había ocurrido algo, jamás hubiera pensado Abundio que el acontecimiento en cuestión iba a ser tan doloroso. Se quedó imaginando a su amigo grandullón, en esos últimos días y en los últimos años. En un momento recordó numerosas situaciones de su amigo, que por graves que fueran, nunca consiguieron alterar su persona. Recordó como alguna vez le escuchó decir que llorar no era cosa de hombres, que los hombres no debían llorar aunque perdieran a su mismo padre, de la manera más horrible que se pudiera imaginar. Así era, en esos días no había visto llorar a El Gorgo, a pesar de que ahora sabía que tenía motivos para hacerlo.
--Ven conmigo Abundio—dijo El Femi agarrando a su amigo y separándose del resto del grupo—Voy a contarte lo que pasó, pero será la última vez que hablemos de esto. Jamás le dirás al Gorgo lo que te he contado y nunca  me pedirás que te de mas detalles de los que ahora te voy a dar.
Y fue así, separados del grupo y con semblante serio, El Femi empezó a contar lo que pasó.

Continuará…

sábado, 16 de agosto de 2014

AQUEL VERANO Capitulo19



Un tremendo escalofrió recorrió el cuerpo de Abundio. Sin camisa y tirado sobre la hierba, notó el frescor de la brisa que había cambiado de dirección, transformando el sopor del aire africano en bocanadas de frescor más placentero. Si bien el camino del rio no era tan fresco y húmedo como el de los cipreses donde estaban las casetas del calvario, al bajar un poco el sol a media tarde, también se refrescaba convirtiéndose en un lugar agradable.
Se levantó y a zarpazos se quitó los restos de hierba y agujas de pino que se le habían pegado en la piel. Se puso la camiseta y volvió a sentarse sobre la hierba. Seguía con la vista las lejanas nubes del horizonte, mientras los recuerdos volvían a situarlo en la realidad cercana. Una realidad que empezaba a ser más dura de  lo que podía haber imaginado días antes. Pocos días llevaba en el pueblo, pero muchos más tendrían que quedarse. Eso era lo más importante y que no podía cambiar, una circunstancia sobrevenida que hacia aquel verano, obligatoriamente, distinto a los anteriores. Recordaba las palabras de El Femi como puñados de agujas lanzadas con fuerza sobre su pecho desnudo y que algunas se le habían quedado clavadas,  produciendo un leve dolor que desaparecía instantáneamente. No podía imaginar aquello tan grave que le había pasado a El Gorgo y que El Femi le había insinuado varias veces. Solo veía en su cabeza la imagen del grandullón,  con aquellas vestimentas impropias de su personalidad y que se había quedado solo en la terraza del bar, con actitud aparentemente normal. Y Carla, era posible que esa preciosa chica morena viviera en el pueblo y nunca haberse fijado en ella. Cuantas cosas más habría pasado por alto los últimos veranos.
Abundio se sentía atormentado, pero notaba un poco de desahogo recordando la breve conversación con su padre, incluso con su tía Elodina, la madre de Woody, y el desconcertante encuentro que había tenido con ella. Era muy posible que su amigo tuviera razón, empezaba a pesarle en la conciencia. Realmente debía recapitular sobre sus intenciones primarias y enfocar su actitud rebajando su inapropiado orgullo, para tratar de entender un poco más la situación que estaba viviendo.
 Según El Femi, durante los últimos años el principal problema de Abundio había sido la falta de interés por sus amigos y sus vidas. En pocas palabras, no sabía escuchar y la única disculpa era el breve tiempo que pasaba cada verano en el pueblo. Poco tiempo, que podía servirle como excusa egoísta para no interesarse por la vida de sus amigos el resto del año, pero que si que utilizaba para obligarles a que escucharan sus plegarias cansinas y quejas existenciales, de lo aburrido de su vida fuera del pueblo. Todo entre cerveza y cerveza, entre copa y copa. Ni siquiera la arrogancia que le impusieron en un principio a Don Ramón, aquel maestro que llegó muy joven al pueblo y que le adjudicaron  solo por ser valenciano;  tampoco la soberbia irónica e inofensiva que desprendía El Gorgo al machacar algún rival, podían igualar a la desfachatez con la que Abundio había tratado a sus amigos los últimos años. Desfachatez rastrera, gratuita, pero también inconsciente.
En su cabeza se sucedían imágenes de un pasado reciente, parecían vividas hace poco, pero no era así. Con cada visión se sentía más egoísta aun que la anterior. Repetía en su interior palabras que había dicho en otros tiempos y que sus amigos escuchaban tratando  comprender, como lo haría cualquier amigo verdadero. Pero ahora lo veía de otra forma, aquella atención y compasión no era reciproca, no conseguía recordar ningún comentario similar de sus amigos. ¿Acaso nunca le habían hablado de ningún temor, problema o contratiempo vivido, que necesitara del apoyo y comprensión de un amigo?  Pues seguro que sí, pero el solo pensaba en sí mismo y conforme aumentaba su borrachera diaria, aun escuchaba menos. Su esfuerzo mental, ahora solo valía para revivir innumerables lamentos, expresados de forma absurda y lastimera, que ahora eran simplemente banales. Avergonzado, triste y angustiado, como la tenue luz de navegación de un barquichuelo en medio de una devastadora tempestad.
Abundio empezó a escuchar los sonidos de instrumentos musicales. La banda del pueblo estaba ya reunida y preparaban el comienzo de la cabalgata con la que arrancarían las fiestas del pueblo. Eran sonidos sin orden y concierto, de aire y percusión, adornados de vez en cuando por alguna melodía con sentido, posiblemente por el clarinete o flauta solista de la banda. Esto mismo indicaba que era más de media tarde y lo del rio se había anulado. Estaba en el único camino decente para bajar al rio y de haber pasado sus amigos, hubieran visto a Abundio tirado sobre la hierba en un lado del camino. La mejor opción era volver al bar y si no había nadie allí, la cabalgata sería la siguiente opción. Por un momento pensó que podrían estar en el rio, que pasaron por su lado y lo ignoraron.  Aunque fuera un poco mezquino, Abundio ya era capaz de reconocer que posiblemente se lo merecía.
Se levantó y comenzó a andar hacia el pueblo, caminando por la hierba evitando así el polvo que levantaba la brisa cuando rozaba el camino de tierra. No había andado casi nada cuando vio un grupo de gente caminando en su dirección. Solo podía distinguir a El Femi con algunas chicas. Al acercarse más, comprobó que efectivamente eran sus amigos acompañados de las chavalas que estaban en la terraza del bar. Además, entre ellas estaba también Carla. Abundio, definitivamente estaba atrapado en un sentimiento de culpabilidad, que hacia menguar su endeble personalidad según se acercaba al grupo andando. Venían alegres y jocosos, riendo como adolescentes en un coctel hormonal. Al encontrarse, todo el grupo calló y El Femi se quedo mirando a Abundio. Este, se quedo en blanco y miro hacia el suelo. Más que vergüenza, sentía una confusión embarazosa y reverencial temor hacia El Femi, que le había encontrado una herida abierta que ya no sentía, porque camuflaba el dolor con chiquilladas y alcohol. El Femi le miraba como si estuviera esperando algo. Abundio se quedó de pie frente a él, enhiesto, impotente y con los ojos humedecidos. Luchando contra una inminentes y vergonzosas  lagrimas, como si fuera un árbol marchito en un prado invernal, tan abandonado, solitario y miserable, que nadie se atreve a contemplar. Tan solo El Femi parecía intervenir en la patética escena, el resto de integrantes del grupo cuchicheaban entre ellos evitando mirar a Abundio; que ya era víctima de las circunstancias.
--Quiero que me perdonéis amigos. Todo lo que me has dicho antes en el bar es totalmente cierto. He venido al pueblo a quedarme y este año no volveré a la ciudad dentro de tres días, como pasa todos los años. Reconozco que tenemos muchas cosas pendientes entre nosotros y solo es por culpa mía. Por favor, tenéis que perdonarme—dijo Abundio con voz  temblorosa levantando ligeramente la mirada sin llegar a los ojos de El Femi—
--¿Perdonarte porque? Nos hemos preocupado al no encontrarte en el bar.  ¿Dónde te has metido? Venga, vamos al rio a pasar un buen rato, ya volveremos al bar cuando haya acabado la ridícula cabalgata—dijo El Femi con su mano puesta entre el cuello y el hombro de Abundio—
--¡Vamos!—Espetó Abundio mientras interceptaba una pequeña lágrima que quería escapar de su ojo, utilizando toscamente los nudillos de la mano—
Se unió al grupo, que al completo y sin fisuras, continuaron andando como si no hubiera pasado nada. Para Abundio sí que había pasado algo, en silencio seguía revolviendo en su conciencia y no podía evitar mirar de reojo a El Gorgo constantemente. Observaba su extraño comportamiento, parecía un desconocido, por su actitud y la de todos hacia él. Hacia un rato que había llegado a la terraza del bar vestido como un repipi remilgado y ahora vestía normal, aunque seguía ausente y esquivo. En cualquier caso, Abundio prefería permanecer en silencio, para evitar una posible metedura de pata. Era mejor esperar, antes de hacer preguntas, debía limar un poco más las asperezas que el mismo había provocado con su arrogancia.
Caminaban hacia el rio mientras se escuchaba en la lejanía, el sonido de los pasacalles de la banda de música, que ya acompañaba a la cabalgata en el pueblo. Abundio andaba en una esquina un poco más separado del grupo, encendiendo un cigarro tras otro, golpeando pequeñas piedras del suelo tratando de darles un efecto propio de futbolista y lanzándolas a distintos lados del camino. Parecía buscar con empeño un resultado que ni el mismo conocía, alternando tímidas miradas hacia el grupo y especialmente hacia El Gorgo. El grandullón caminaba al otro lado del grupo, sin levantar la vista del suelo tampoco. Parecía un alma en pena, con aspecto frágil y delicado, inmerso en un desconcertante silencio. Un silencio que rompía alguna vez, para repetir la misma frase siempre--¡hizo un pacto con el demonio, hizo un pacto con el demonio!—Después de repetirla varias veces, únicamente El Femi parecía reaccionar y lo miraba sin decir nada, miraba a Abundio un segundo y continuaba con sus bromas a las chicas. El resto actuaba con naturalidad, ignorando su comportamiento como si no lo oyeran, como si fuera invisible. No daban ninguna importancia a las palabras de El Gorgo ni cuando las pronunciaba intentando simular una voz de ultratumba y que conseguía estremecer a Abundio. Con cada segundo que El Femi miraba a Abundio, parecía solicitarle paciencia y tranquilidad, a la vez que su rostro expresaba en silencio, ansia por encontrar el momento adecuado para darle explicaciones.
Entre puntapié y puntapié a las piedrecitas, en una de esas miradas hacia donde estaba El Gorgo, este levanto la mirada del suelo y la clavo sobre Abundio.
--¡Que cojones miras Abunditoooo! ¡Hizo un pacto con el diabloooo!—grito el grandullón con voz ronca y demoniaca.
Sin decir nada,  Abundio agachó la cabeza y siguió andando, pero como si una tonelada de metal se apoyara en su pecho, oprimiéndole el corazón. El mismo susto provocó que aligerara el paso, tratando de huir. Entonces El Gorgo se detuvo en seco, llevó sus manos a la cabeza y soltando gritos desgarradores empezó a correr hacia el pueblo. Como si llevara el cuerpo en llamas o despellejándose en vida, con los gritos de dolor que provocarían la tortura más inimaginable, se alejo corriendo. Ninguna chica, ni los dos amigos de Abundio, parecieron darle importancia a lo que estaba pasando. Simplemente se apartaron levemente para evitar que El Gorgo les atropellara al revolverse y siguieron su camino hacia el rio con normalidad. Los gritos seguían escuchándose incluso después de perderse de vista en el camino. Se mezclaban con las melodías, cada vez más inaudibles, de la banda de música, convirtiendo el momento en algo grotesco, que preocupaba únicamente a Abundio.
Agachó la cabeza nuevamente y siguió andando hacia el rio, que ya podía apreciarse fugazmente a lo lejos.

Continuara…

domingo, 3 de agosto de 2014

AQUEL VERANO Capitulo18



Abundio sintió una voz y la presión de una mano en su brazo. Abrió los ojos sobresaltado, moviendo la cabeza a su alrededor de manera compulsiva, como asustado. Comprobó que no había nadie. Seguía estando en la terraza del bar, igual de vacía que cuando marchó El Femi. Solo ante él y agarrándole por el brazo intentando levantarlo, el dueño del bar, con su melena despeinada.
--¿Te has hecho daño? Menudo trompazo te has dado.
--Si, eso parece. Debo de haber tenido algún bajón—contestó Abundio aturdido.
--Si es que estás loco. Deberías haberte ido con tus amigos. A estas horas aquí en la terraza, hasta los tomates verdes maduran. El resol convierte la terraza en un invernadero, pasa dentro del bar por lo menos, que se está más fresco.
--¡Un momento! ¿Mis amigos? Y las chicas de esa mesa ¿Ahí había unas chicas?—Dijo Abundio aun confuso, mientras con su mano derecha agarraba el brazo del dueño del bar que intentaba levantarle.
--¡Tranquilo chaval! Parece que hayas visto un fantasma. Si,  las chicas también se fueron hace rato y la morenita que hablaba contigo también. Es lo que deberías haber hecho tú. Anda, vete a casa que te va a dar una lipotimia  fuerte  y me vas a meter en un lio—le contestó visiblemente contrariado y con semblante apático.
Abundio se levanto raudo, se miro los pies, después las manos y suspiró fuerte, como si se quitara un peso de encima. El dueño del bar lo miro de arriba abajo y suspiro también diciendo--¡madre mía, que mal está la cosa!—y se marchó otra vez hacia el interior del bar sin volver a mirar a Abundio.
Tenía la sensación de haber dormido durante horas. Se sentía extraño, pero descansado. Pensó que aquel hombre tenía razón, lo mejor era irse a casa y dejar pasar un rato hasta que bajara un poco la temperatura. Hacía demasiado calor.
Se quito la camiseta y se hizo la idea de marcharse a casa. Bajando los escalones que separaban la terraza de la calle, levanto la cabeza y vio como bajaba por la calle El Gorgo. Volvió a dar tres pasos hacia atrás buscando la insulsa sombra del toldo de lona. Se puso la camiseta sobre la cabeza y se quedó de pie mirando cómo se acercaba su amigo. El Gorgo parecía otro, caminaba cabizbajo. Se había cambiado las vestimentas y tenía un aspecto extraño, diferente al que estaba acostumbrado a ver Abundio. Estaba tan cambiado, que no parecía El Gorgo que se había ido corriendo un par de horas antes, cuando le sermoneó.  Abundio pensó que llevaba algún tipo de disfraz para participar en la cabalgata vespertina, que ese mismo día servía como inicio de las breves fiestas del pueblo. Pero era muy pronto para disfrazarse, además no era normal que los amigos utilizaran disfraz alguno en la cabalgata y mucho menos si no lo habían concretado antes entre ellos. En cualquier caso,  la pinta que llevaba El Gorgo no coincidía con las maneras del grandullón en los últimos años. Quizás tuviera algo que ver con lo que había comentado El Femi. Lo que dijo sobre algo que había ocurrido ese invierno y afecto mucho al Gorgo. Al pensar eso, Abundio sintió vergüenza y creyó que lo mejor era esperar la ocasión adecuada o simplemente ni mencionarlo para no pasar el apuro de reconocer que no se había interesado.
--¡Eh, que pasa Abundio!—saludo El Gorgo al pisar el primer escalón de la terraza, sin mirarlo e impasible— ¿tomamos algo?
Abundio, como una estatua, lo miró de la cabeza a los pies y sin decir palabra le siguió hasta la mesa mientras utilizaba la camisa que se había puesto en la cabeza  para secar el sudor de su frente con movimientos rápidos. Se sentaron en una mesa y Abundio no lograba salir de su asombro. Miraba a su amigo y parecía no conocerlo. El Gorgo, desprendía un fuerte olor a perfume barato, muy parecido a la loción de afeitado que se usaba en la barbería. Estaba peinado con brillantina gomosa que le daba al pelo el aspecto de moldeado inalterable, con un surco en el lateral de la cabeza que dividía un poco de pelo en dirección a su oreja derecha, llegando a taparla y el resto de mata en otra dirección, cubriendo la totalidad de la cabeza. La cantidad de mejunje que había en su pelo, resaltaba los pequeños surcos que habían formado las púas del peine en la parte más espesa de pelo. Su ropa se parecía a la de un colegial repipi y extremadamente pedante. Con pajarita, pantalones cortos de aparente buena tela y sandalias con calcetines blancos totalmente estirados. Aparentaba una tranquilidad sinuosa que asustaba a Abundio. Hacía poco que  había estado con El Gorgo de siempre, incluso los días anteriores desde que llego al pueblo y esa tranquilidad y esa pinta, nunca la había visto en su amigo grandullón. Lo normal era oírlo vocear sin más y  zarrapastrosamente vestido y despeinado. Tenía frente a él al anti-Gorgo perfecto y la perplejidad le tenía bloqueado. No se atrevía ni siquiera a preguntar la bebida que quería pedir. Abundio, con cara de pasmado, se cogió un trozo de carne de su brazo con las uñas y apretó para comprobar que estaba despierto, que nada de aquello era la continuación del pequeño desvanecimiento de antes y seguía viendo visiones. Era real, estaba despierto y lo peor es que al llegar el dueño del bar a tomar nota, no se inmuto lo mas mínimo al ver al Gorgo. Pregunto que iban a tomar con tanta naturalidad, que hizo pensar a Abundio que no era la primera vez que lo veía así.
--¿Vas a bajar al rio con nosotros? He quedado con El Femi dentro de un rato—pregunto Abundio intentando  aparentar normalidad.
--No, nunca más iré al rio—contestó sin tapujos El Gorgo.
Se quedaron sentados en la mesa sin mirarse. El Gorgo sin decir nada y Abundio sin atreverse a hablar tampoco. Durante un buen rato estuvieron callados y casi sin tocar la cerveza que tenían en la mesa. Abundio se levantó afectado por la calma tensa que había.
--¡Gorgo! me marcho un rato a casa—le dijo en un último intento de romper el hielo e iniciar una conversación como las de siempre.
--Adiós Abundio—respondió de manera seca y ruin.
El Gorgo aun no había mirado a Abundio a la cara desde su llegada, pero tampoco parecía estar enfadado o molesto. Abundio miró hacia la frente sudorosa de su corpulento amigo, volvió a mirar su indumentaria dominical típica de un niño al que su madre ha acicalado concienzudamente para asistir a misa y se marchó del bar, extrañado y pensativo.
Las calles del pueblo continuaban desiertas y el calor, aunque menos, seguía siendo sofocante. En vez de dirigirse hacia casa, cogió la calle que llevaba al camino por el que se iba al rio. Era un camino de tierra bordeado por frondosos árboles de hoja caduca que en aquella época del año estaban en todo su esplendor. La sombra que producían, mantenían fresca la hierba baja que crecía a su alrededor. Aquel lugar también era un buen refugio para los calurosos días de verano, el aire se filtraba entre los árboles y con el leve movimiento de sus hojas se refrescaba, produciendo una sensación de bienestar.
Casi a mitad de camino, en uno de esos llanos de hierba bajo los árboles del camino y pinos cercanos, se tumbó boca arriba, colocando sus manos detrás de la cabeza con los dedos entrelazados, simulando una almohada. Los cálidos rayos de sol parecían menos molestos al atravesar aquel tupido ramaje. Abundio se mezcló con el olor de la hierba, resinas, agujas de los pinos y hongos, que parecían invadir sus sentidos, produciéndole un atarantamiento somnífero. Escuchaba el trinar de los pájaros y se sintió hipnotizado por el sofisticado cantar de un jilguero. Mirando hacia arriba contemplaba el cielo de un azul oscuro, sin nubes, a través de las copas de los árboles y de un montón de troncos perpendiculares, que a lo lejos parecían cerrarse formando un impresionante muro, en tanto que aquí y allá un algún rayo de sol se colaba coloreando la hierba del suelo. Miraba ociosamente el cielo y allí permaneció un largo rato dejando que sus ojos, deslumbrados, vagaran entre las copas de los arboles, entre los troncos majestuosos y la verde hierba, mientras la suave brisa soplaba por la arboleda. Podía notar como su cuerpo se iba relajando al respirar aquel aire. Cuando algún rayo de sol acertaba a traspasar los arboles e incidía en el rostro de Abundio, este los cerraba pudiendo ver la claridad a través de sus parpados y si los movía, dibujaba figuras sin forma definida, que se desplazaban de un lado a otro sobre un fondo de color, que oscurecía al apretar más los parpados.
Poco a poco el poder de la naturaleza le fue atrapando y le borró de la mente todo lo ocurrido durante el fatídico día que estaba viviendo, incluso desde que  inició  aquel verano en el pueblo. Dejó su mente en blanco y no tardó mucho en alcanzar  una placentera paz, hasta acabar durmiéndose sobre la hierba fresca.

Continuara…