El camino que iba hacia el
rio acababa en un llano donde los arboles, que en todo el recorrido se alzaban
erguidos y majestuosamente alineados a cada lado, se dispersaban formando un
amplio prado bañado de sombra. Desde él se podía apreciar en todo su esplendor,
los remansos que hacia el rio en la parte de abajo. Remansos donde se formaban
unas playitas muy idóneas para el baño y recreo de los habitantes del pueblo y
forasteros de otros pueblos de alrededor. Desde ese prado solo restaba recorrer
un pequeño trozo muy empinado para acceder a las zonas de baño o continuar
hacia la derecha para cruzar el puente de piedra. Por el puente se podía
acceder a la ribera opuesta del rio donde el baño era más complicado por la
escasez de remansos debido a la curvatura que hacia el rio en aquel tramo.
Desde el puente se lanzaban al agua los jóvenes más atrevidos y solo los más
valientes como El Gorgo y pocos más, lo hacían aun desde más arriba, en los
salientes de la montaña donde empezaba el puente.
Por lo menos así era como lo
recordaba Abundio, así era el rio cuando marchó a la ciudad el año pasado. Al
llegar al borde del prado, miró hacia el rio y no pudo evitar sorprenderse al
ver semejante espectáculo dantesco. No se parecía nada al rio que recordaba,
aunque caudaloso, habían desaparecido los remansos y el agua fluía por
torrentes pronunciados y alternados por todo el ancho del cauce. Solo se podía
ver un pequeño hueco forzado por el agua pero que a primera vista, no parecía
albergar ninguna emoción para el baño de un adulto. Nada que fuera mas allá de
un triste remojón alternando las partes del cuerpo y que por muy fresquita que estuviera el agua, no cubría
lo suficiente para lo que Abundio y sus amigos conocían como un convencional
baño en el rio. El puente de piedra había desaparecido, solo quedaba el trozo
del principio que estaba amarrado a la roca maciza de la montaña, justo la
parte que coincidía con la honda poza a
la que se lanzaban los chavales, no había espacio siquiera para hacer las
largas colas para tirarse al agua. Era evidente que aquello era el resultado de
una riada invernal. Abundio había visto
muchas riadas, pero ninguna lo suficientemente poderosa para provocar efectos
tan devastadores.
Para bajar al rio por el
pequeño tramo empinado que les quedaba, el grupo de amigos tuvo que reducir el
espacio entre ellos, ya que era un camino estrecho. Empinado y pedregoso, lleno
de riscos sueltos y con muchas grietas profundas, probablemente producidas
también por la erosión del agua.
Iniciaron el descenso por el
escarpado y estrechito camino de piedras y a los pocos metros, Carla dio un
paso en falso al pisar una de las numerosas piedras sueltas, provocándole un
brusco resbalón. Indefensa y temiendo una caída al suelo de bruces, alargó
estrepitosamente los brazos para agarrarse al antebrazo de Abundio, que
caminaba a su lado. Fue tal el ímpetu y desespero que puso, que acabó
aferrándose a Abundio apretando sus prominentes atributos pectorales sobre el
pecho de Abundio.
--¡Perdón!—dijo él
ruborizado, consciente de haber notado bulto.
--¿Perdón?—pregunto ella
sorprendida y achinando los ojos.
Abundio se vio invadido por
una vergüenza desmedida que le hizo desviar bruscamente la vista hacia el rio.
Fue entonces cuando la chica se percató de la inocencia tontuna de Abundio. El
carácter de Carla, era más de aprovecharse de la ignorancia de Abundio, que de
rendirse a la experiencia de El Femi.
--¡Agárrame y no me sueltes!
Que no quiero caerme—dijo ella apretándose más a Abundio y provocando el rebose
de sus pechos por los laterales del minúsculo bikini.
Fue un descenso breve pero
tortuoso para Abundio. Cada apretón de la chica, se esforzaba en vano
intentando crear algo de hueco entre sus cuerpos para que ella no notara los
acelerados latidos de su corazón. Corazón que empezaba a bombear toda la sangre
de Abundio hacia el mismo sitio.
Una vez en la orilla del
rio, Carla dejó de insistir en su interés al comprobar la pasividad de Abundio
y buscó otra vez a las chicas, sentándose bastante separada de Abundio.
Sentados en piedras y en el suelo, algunas de
las chicas parecían ignorar a Abundio descaradamente, pero a él no le importaba
porque desde el principio las había ignorado a todas, salvo a Carla y por verse
obligado. Separado un poco del grupo, Abundio observaba atónito a su alrededor.
Eran fechas en las que normalmente el rio estaba muy concurrido y sin embargo
no había nadie, estaban solos. Normalmente el dia de la cabalgata anunciando el
inicio de las fiestas restaba afluencia de visitantes y bañistas, pero nunca
llegaba a estar todo tan solitario. Era una imagen tétrica a la que solo
Abundio parecía extrañar, tanto que El Femi al verlo se acercó y se sentó a su
lado.
--¡Que te parece Abundio!—le
dijo pasándole la mano por encima del hombro.
--¡Vaya riada! Ha podido con
el puente incluso. Nunca hubo ninguna tan potente ¿Pudisteis verla?—dijo Abundio.
--No, no la vimos. Cuando
dejo de llover y nos acercamos, estaba la Guardia Civil y no dejaban pasar.
--¿Cómo? ¿Era peligroso?
--No. Se suicidó el padre de
El Gorgo y no encontraban el cuerpo. Cuando bajó el caudal del rio, apareció el
cadáver un poco más abajo, hinchado como una pelota.
Como si el grupo entero lo
hubiera oído, se quedaron todos callados. Woody, se levantó y separándose un
poco se puso a lanzar piedras al rio. Las chicas, dejaron de murmurar. Los dos
amigos se quedaron mirándose en silencio, aguantándose la mirada sin pestañear.
Finalmente, Abundio cedió y miró hacia
el rio.
--¿Cuándo ocurrió?—preguntó resignado y medio avergonzado al descubrir que
podía tener sentido el comportamiento de El Gorgo, sin que él se hubiera
preocupado lo más mínimo.
--Poco antes de Navidad—respondió
Femi.
A pesar de la insistencia de
El Femi recordándole que ese invierno había ocurrido algo, jamás hubiera
pensado Abundio que el acontecimiento en cuestión iba a ser tan doloroso. Se
quedó imaginando a su amigo grandullón, en esos últimos días y en los últimos años.
En un momento recordó numerosas situaciones de su amigo, que por graves que
fueran, nunca consiguieron alterar su persona. Recordó como alguna vez le escuchó
decir que llorar no era cosa de hombres, que los hombres no debían llorar
aunque perdieran a su mismo padre, de la manera más horrible que se pudiera
imaginar. Así era, en esos días no había visto llorar a El Gorgo, a pesar de
que ahora sabía que tenía motivos para hacerlo.
--Ven conmigo Abundio—dijo El
Femi agarrando a su amigo y separándose del resto del grupo—Voy a contarte lo
que pasó, pero será la última vez que hablemos de esto. Jamás le dirás al Gorgo
lo que te he contado y nunca me pedirás
que te de mas detalles de los que ahora te voy a dar.
Y fue así, separados del
grupo y con semblante serio, El Femi empezó a contar lo que pasó.
Continuará…