Estábamos ya casi preparados
para salir en dirección hacia el evento en el que iba a participar nuestra
hija. La madre estaba acabando de acicalarse y mientras, los niños y yo esperábamos
pacientemente. Entonces sonó mi teléfono móvil y lo cogí.
--Hola, buenas tardes. Me gustaría
hablar con el titular de la línea. ¿Es usted?
--Si soy yo ¿Quién llama?
--Mire, le llamamos de “Garrofone”
para hacerle una oferta ¿Qué paga actualmente en su factura telefónica?
--Mucho.
--Pues si se cambia a “Garrofone”,
le ofrecemos un descuento de…
--No, no, no puedo
atenderle, vamos a salir y tenemos prisa. Adiós.
La madre no acababa y los
niños empezaban a ponerse nerviosos. De repente sonó el teléfono fijo del
comedor.
--Si, dígame.
--Si, queríamos hablar con Agustín
Mequedao Toldía.
--Yo soy, dígame.
--Llamamos de seguros “Larga
vida” ¿Tiene usted seguro de decesos?
—Sí, pero de eso se encarga
mi señora y ahora no le puede atender.
--¿Y cuanto paga?
--No sé, pero creo que
mucho.
--Pues nosotros queremos
ofrecerle nuestras ofertas para que pague menos…
--Pero si no le he dicho
cuanto pago.
--Seguro que si se cambia
con nosotros…
--No mire, lo siento pero
tenemos prisa y no le puedo atender. Adiós.
La niña ya esperaba en la
puerta de casa gritando a su madre para que se apresurara por qué no íbamos a
llegar a tiempo. Asomando su madre por el pasillo se escuchó el tono de su teléfono
móvil.
--Cógelo tu Agustín, que no
puedo—dijo ella volviendo hacia atrás otra vez.
--Si, dígame.
--Hola ¡no mas! nos gustaría
hablar con el titular de la línea, Agustín Mequedao.
--Yo soy, dígame.
--Hola, señor Agustín, le
llamamos de Timofonica.
--Un momento, yo ya estoy en
Timofonica.
--Si señor Agustín, le
llamamos para saber si usted quiere pagar menos en la factura de teléfono.
--Pues claro ¿Qué estamos
tontos? Para eso no es necesario que me llame, ustedes me cobran menos y santas
pascuas. Adiós.
Ya estábamos todos muy
tensos, menos la madre que seguía a lo suyo y parecía no enterarse de todo lo
que estaba pasando. Los niños estaban pegados a mí con cara de preocupación.
Esperando que sería lo siguiente que iba a pasar. Mire a mi hijo mayor y le
dije:
--Hijo, apaga tu teléfono.
Es posible que sea el comienzo otra vez y si está apagado, una cosa que
evitamos.
--¡Papa!
--Dime hijo ¿Qué pasa?
--Un mensaje papa.
--Dame el teléfono a ver que
es.
Vaya por dios, es un mensaje
de Banco Queleden, que tenemos un crédito pre concedido de 15000 euros. Que
tenemos que responder ESTOY DE ACUERDO EN ARRUINARME LA VIDA al número que pone
y ya está.
Empecé a preocuparme yo también
y los niños al ver mi cara se agarraron más fuerte a mí. Ya estaba asustado,
los ataques eran cada vez más feroces y apuntaban justo al centro de gravedad
de nuestras vidas, la cuenta “incorriente”. Justo en la puerta y a punto de
salir, apareció definitivamente la madre de los niños. Cuando tenía en la mano
el pomo de la puerta para abrir, sonó el timbre.
--¡Atrás, escondeos que voy
a abrir!--les dije a los tres, mientras les señalaba hacia donde tenían que ir,
seguidamente abrí la puerta despacio.
--¿Hola, Agustín Melenao?
--No, es Mequedao.
--Eso, Agustín Mequedao.
Hola, vengo de Ibertrola para comprobar los datos de su factura de la luz.
--¿Cómo mis datos?
--Si, los datos, si me
enseña su factura se lo explico.
--Pero si le mandan de la compañía,
debería traer usted los datos ¿No? O será que los datos están bien, porque ya
me gustaría que estuvieran mal, me han cobrado casi 200 euros.
--Bueno, pues entonces, le
puedo hacer un descuento del 10% en la factura, si me la enseña.
No, no, lo siento, tenemos
que salir. Adiós.
Cerré la puerta y llame a
toda la familia.
--Bien familia, hemos
superado lo más difícil. Puede que ya no lleguemos, pero lo vamos a intentar.
Juntaros a mí y no os separéis pase lo que pase.
Bajamos las escaleras hasta
el patio y nos acercamos a la puerta de la calle. Justo al abrir, se
abalanzaron sobre nosotros, vestidos con ropa pilingui y repipi.
--Hola ¿Estás de acuerdo con
lo que dice la biblia? Venimos de la Iglesia Cristiana del Santo Evangelio de
la Oración del Huerto de la Familia del Monte de las Aceitunas.
Aturdido por el golpe, cerré
la puerta y corrimos otra vez hacia casa. Apagué las luces, bajé las persianas,
desconecté la antena, el cable de teléfono, el timbre de la puerta y nos
acurrucamos en la esquina de una pared que daba hacia el interior. Ya lo había probado
otras veces y funcionaba.
Pocos años antes ya nos habíamos
librado de una invasión, Donald Sutherland nos ayudo contra los ladrones de
cuerpos, pero ahora estábamos solos frente a la nueva invasión.
La invasión de los
taladradores de mentes.