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sábado, 16 de agosto de 2014

AQUEL VERANO Capitulo19



Un tremendo escalofrió recorrió el cuerpo de Abundio. Sin camisa y tirado sobre la hierba, notó el frescor de la brisa que había cambiado de dirección, transformando el sopor del aire africano en bocanadas de frescor más placentero. Si bien el camino del rio no era tan fresco y húmedo como el de los cipreses donde estaban las casetas del calvario, al bajar un poco el sol a media tarde, también se refrescaba convirtiéndose en un lugar agradable.
Se levantó y a zarpazos se quitó los restos de hierba y agujas de pino que se le habían pegado en la piel. Se puso la camiseta y volvió a sentarse sobre la hierba. Seguía con la vista las lejanas nubes del horizonte, mientras los recuerdos volvían a situarlo en la realidad cercana. Una realidad que empezaba a ser más dura de  lo que podía haber imaginado días antes. Pocos días llevaba en el pueblo, pero muchos más tendrían que quedarse. Eso era lo más importante y que no podía cambiar, una circunstancia sobrevenida que hacia aquel verano, obligatoriamente, distinto a los anteriores. Recordaba las palabras de El Femi como puñados de agujas lanzadas con fuerza sobre su pecho desnudo y que algunas se le habían quedado clavadas,  produciendo un leve dolor que desaparecía instantáneamente. No podía imaginar aquello tan grave que le había pasado a El Gorgo y que El Femi le había insinuado varias veces. Solo veía en su cabeza la imagen del grandullón,  con aquellas vestimentas impropias de su personalidad y que se había quedado solo en la terraza del bar, con actitud aparentemente normal. Y Carla, era posible que esa preciosa chica morena viviera en el pueblo y nunca haberse fijado en ella. Cuantas cosas más habría pasado por alto los últimos veranos.
Abundio se sentía atormentado, pero notaba un poco de desahogo recordando la breve conversación con su padre, incluso con su tía Elodina, la madre de Woody, y el desconcertante encuentro que había tenido con ella. Era muy posible que su amigo tuviera razón, empezaba a pesarle en la conciencia. Realmente debía recapitular sobre sus intenciones primarias y enfocar su actitud rebajando su inapropiado orgullo, para tratar de entender un poco más la situación que estaba viviendo.
 Según El Femi, durante los últimos años el principal problema de Abundio había sido la falta de interés por sus amigos y sus vidas. En pocas palabras, no sabía escuchar y la única disculpa era el breve tiempo que pasaba cada verano en el pueblo. Poco tiempo, que podía servirle como excusa egoísta para no interesarse por la vida de sus amigos el resto del año, pero que si que utilizaba para obligarles a que escucharan sus plegarias cansinas y quejas existenciales, de lo aburrido de su vida fuera del pueblo. Todo entre cerveza y cerveza, entre copa y copa. Ni siquiera la arrogancia que le impusieron en un principio a Don Ramón, aquel maestro que llegó muy joven al pueblo y que le adjudicaron  solo por ser valenciano;  tampoco la soberbia irónica e inofensiva que desprendía El Gorgo al machacar algún rival, podían igualar a la desfachatez con la que Abundio había tratado a sus amigos los últimos años. Desfachatez rastrera, gratuita, pero también inconsciente.
En su cabeza se sucedían imágenes de un pasado reciente, parecían vividas hace poco, pero no era así. Con cada visión se sentía más egoísta aun que la anterior. Repetía en su interior palabras que había dicho en otros tiempos y que sus amigos escuchaban tratando  comprender, como lo haría cualquier amigo verdadero. Pero ahora lo veía de otra forma, aquella atención y compasión no era reciproca, no conseguía recordar ningún comentario similar de sus amigos. ¿Acaso nunca le habían hablado de ningún temor, problema o contratiempo vivido, que necesitara del apoyo y comprensión de un amigo?  Pues seguro que sí, pero el solo pensaba en sí mismo y conforme aumentaba su borrachera diaria, aun escuchaba menos. Su esfuerzo mental, ahora solo valía para revivir innumerables lamentos, expresados de forma absurda y lastimera, que ahora eran simplemente banales. Avergonzado, triste y angustiado, como la tenue luz de navegación de un barquichuelo en medio de una devastadora tempestad.
Abundio empezó a escuchar los sonidos de instrumentos musicales. La banda del pueblo estaba ya reunida y preparaban el comienzo de la cabalgata con la que arrancarían las fiestas del pueblo. Eran sonidos sin orden y concierto, de aire y percusión, adornados de vez en cuando por alguna melodía con sentido, posiblemente por el clarinete o flauta solista de la banda. Esto mismo indicaba que era más de media tarde y lo del rio se había anulado. Estaba en el único camino decente para bajar al rio y de haber pasado sus amigos, hubieran visto a Abundio tirado sobre la hierba en un lado del camino. La mejor opción era volver al bar y si no había nadie allí, la cabalgata sería la siguiente opción. Por un momento pensó que podrían estar en el rio, que pasaron por su lado y lo ignoraron.  Aunque fuera un poco mezquino, Abundio ya era capaz de reconocer que posiblemente se lo merecía.
Se levantó y comenzó a andar hacia el pueblo, caminando por la hierba evitando así el polvo que levantaba la brisa cuando rozaba el camino de tierra. No había andado casi nada cuando vio un grupo de gente caminando en su dirección. Solo podía distinguir a El Femi con algunas chicas. Al acercarse más, comprobó que efectivamente eran sus amigos acompañados de las chavalas que estaban en la terraza del bar. Además, entre ellas estaba también Carla. Abundio, definitivamente estaba atrapado en un sentimiento de culpabilidad, que hacia menguar su endeble personalidad según se acercaba al grupo andando. Venían alegres y jocosos, riendo como adolescentes en un coctel hormonal. Al encontrarse, todo el grupo calló y El Femi se quedo mirando a Abundio. Este, se quedo en blanco y miro hacia el suelo. Más que vergüenza, sentía una confusión embarazosa y reverencial temor hacia El Femi, que le había encontrado una herida abierta que ya no sentía, porque camuflaba el dolor con chiquilladas y alcohol. El Femi le miraba como si estuviera esperando algo. Abundio se quedó de pie frente a él, enhiesto, impotente y con los ojos humedecidos. Luchando contra una inminentes y vergonzosas  lagrimas, como si fuera un árbol marchito en un prado invernal, tan abandonado, solitario y miserable, que nadie se atreve a contemplar. Tan solo El Femi parecía intervenir en la patética escena, el resto de integrantes del grupo cuchicheaban entre ellos evitando mirar a Abundio; que ya era víctima de las circunstancias.
--Quiero que me perdonéis amigos. Todo lo que me has dicho antes en el bar es totalmente cierto. He venido al pueblo a quedarme y este año no volveré a la ciudad dentro de tres días, como pasa todos los años. Reconozco que tenemos muchas cosas pendientes entre nosotros y solo es por culpa mía. Por favor, tenéis que perdonarme—dijo Abundio con voz  temblorosa levantando ligeramente la mirada sin llegar a los ojos de El Femi—
--¿Perdonarte porque? Nos hemos preocupado al no encontrarte en el bar.  ¿Dónde te has metido? Venga, vamos al rio a pasar un buen rato, ya volveremos al bar cuando haya acabado la ridícula cabalgata—dijo El Femi con su mano puesta entre el cuello y el hombro de Abundio—
--¡Vamos!—Espetó Abundio mientras interceptaba una pequeña lágrima que quería escapar de su ojo, utilizando toscamente los nudillos de la mano—
Se unió al grupo, que al completo y sin fisuras, continuaron andando como si no hubiera pasado nada. Para Abundio sí que había pasado algo, en silencio seguía revolviendo en su conciencia y no podía evitar mirar de reojo a El Gorgo constantemente. Observaba su extraño comportamiento, parecía un desconocido, por su actitud y la de todos hacia él. Hacia un rato que había llegado a la terraza del bar vestido como un repipi remilgado y ahora vestía normal, aunque seguía ausente y esquivo. En cualquier caso, Abundio prefería permanecer en silencio, para evitar una posible metedura de pata. Era mejor esperar, antes de hacer preguntas, debía limar un poco más las asperezas que el mismo había provocado con su arrogancia.
Caminaban hacia el rio mientras se escuchaba en la lejanía, el sonido de los pasacalles de la banda de música, que ya acompañaba a la cabalgata en el pueblo. Abundio andaba en una esquina un poco más separado del grupo, encendiendo un cigarro tras otro, golpeando pequeñas piedras del suelo tratando de darles un efecto propio de futbolista y lanzándolas a distintos lados del camino. Parecía buscar con empeño un resultado que ni el mismo conocía, alternando tímidas miradas hacia el grupo y especialmente hacia El Gorgo. El grandullón caminaba al otro lado del grupo, sin levantar la vista del suelo tampoco. Parecía un alma en pena, con aspecto frágil y delicado, inmerso en un desconcertante silencio. Un silencio que rompía alguna vez, para repetir la misma frase siempre--¡hizo un pacto con el demonio, hizo un pacto con el demonio!—Después de repetirla varias veces, únicamente El Femi parecía reaccionar y lo miraba sin decir nada, miraba a Abundio un segundo y continuaba con sus bromas a las chicas. El resto actuaba con naturalidad, ignorando su comportamiento como si no lo oyeran, como si fuera invisible. No daban ninguna importancia a las palabras de El Gorgo ni cuando las pronunciaba intentando simular una voz de ultratumba y que conseguía estremecer a Abundio. Con cada segundo que El Femi miraba a Abundio, parecía solicitarle paciencia y tranquilidad, a la vez que su rostro expresaba en silencio, ansia por encontrar el momento adecuado para darle explicaciones.
Entre puntapié y puntapié a las piedrecitas, en una de esas miradas hacia donde estaba El Gorgo, este levanto la mirada del suelo y la clavo sobre Abundio.
--¡Que cojones miras Abunditoooo! ¡Hizo un pacto con el diabloooo!—grito el grandullón con voz ronca y demoniaca.
Sin decir nada,  Abundio agachó la cabeza y siguió andando, pero como si una tonelada de metal se apoyara en su pecho, oprimiéndole el corazón. El mismo susto provocó que aligerara el paso, tratando de huir. Entonces El Gorgo se detuvo en seco, llevó sus manos a la cabeza y soltando gritos desgarradores empezó a correr hacia el pueblo. Como si llevara el cuerpo en llamas o despellejándose en vida, con los gritos de dolor que provocarían la tortura más inimaginable, se alejo corriendo. Ninguna chica, ni los dos amigos de Abundio, parecieron darle importancia a lo que estaba pasando. Simplemente se apartaron levemente para evitar que El Gorgo les atropellara al revolverse y siguieron su camino hacia el rio con normalidad. Los gritos seguían escuchándose incluso después de perderse de vista en el camino. Se mezclaban con las melodías, cada vez más inaudibles, de la banda de música, convirtiendo el momento en algo grotesco, que preocupaba únicamente a Abundio.
Agachó la cabeza nuevamente y siguió andando hacia el rio, que ya podía apreciarse fugazmente a lo lejos.

Continuara…

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