La lluvia era desproporcionadamente
intensa e incluso inaudita. No era normal el sonido que producía al golpear la
foresta que rodeaba la cueva donde malvivía Pascual Chufes Gordes. Pascualet se
acurrucaba en su camastro desaliñado que había tenido que mover hasta el rincón
más alejado del exterior. Aun así no podía evitar que las gotas más gordas de
lluvia, que formaban una cortina húmeda en la entrada de la cueva, le
salpicaran al impactar sobre el suelo fangoso del borde. No podía dejar de
tiritar, a pesar de cubrirse con varias cubiertas de mantas sucias y
malolientes, alternadas con ropa vieja. Con los ojos cerrados, escuchaba aquel
ruido ensordecedor que le recordaba a la máquina de separar grava que había en
la cantera del pueblo. Cantera que también
sirvió para fletar algún tren de mercancías en el ferrocarril que trabajo su
padre y después él, con triste desenlace final. Un final que únicamente certificaba
la inmerecida y desastrosa vida en la
que se vio inmerso, por obligación, en los últimos años. Triste final para una
persona honrada y trabajadora. Como le hubiera gustado cambiar ese final,
incluso llego a trazar un plan para hacerlo diferente pero no tuvo valor para
llevarlo a cabo. Ahora ya no importaba, no podía cambiar nada de lo ocurrido,
todo daba igual.
Desde su amargura, dejo de
atormentarse durante un momento y abrió los ojos. La lluvia paró instantáneamente,
desaparecieron todos los chorros y gotas
de agua que tenia frente a él. Una niebla aterradora empezó a cubrirlo todo.
Extrañado, retiro las andrajosas cubiertas que le protegían del frio, invadido
por una sensación de calor intenso. Se
levantó y se acercó al borde de la cueva sorprendido. No podía ver nada, solo
un minúsculo hueco en el cielo donde una intensa luz, parecía esforzarse en debilitar la espesa
niebla. Se quedo mirando atónito, consciente de lo extraño de aquel fenómeno solar
en mitad de la fría madrugada. Durante unos pocos segundos sintió una leve
brisa que no afecto a la niebla y que le rozo el rostro proporcionándole un
bienestar momentáneo que no había sentido jamás en su vida. Todo quedo en el más
absoluto silencio, como si hubiera entrado en una cámara de vacío. De repente,
escuchó una dulce voz femenina susurrándole al oído, mientras seguía envuelto
en el más absoluto silencio:
-¡Pascualet! Has sido
elegido entre los mortales para tener una segunda oportunidad. Si no eres
merecedor de ella recuperaras tu amargura y nunca recordaras que tuviste la opción
de cambiar el futuro. No tendrás ninguna pista ni ayuda, solo tú alma podrá abrir
el destino y variar la dirección espiritual de todo lo que te rodea.
Otro instante de silencio y atravesó
el claro del cielo una potente luz divina que le impactó poderosamente en la
parte izquierda de su pecho, aunque sin producirle ningún daño.
El alba iba dando paso a la
intensa luz solar. Pascualet despertó descansado. Como si hubiera dormido un montón
de horas en una confortable y arropada cama. Se acercó hacia el exterior y
observo, perplejo, que todo estaba seco.
Como si no hubiera llovido desde hacía meses. Ni señal de humedad en el
barranco que protegía su mínima intimidad y le separaba de los gamberros niños
del pueblo que se burlaban al verlo. La única explicación con sentido era la de
haber tenido un sueño y aquella confusión solo era el recuerdo insignificante
de algún dato esquivo del sueño en cuestión.
Poco a poco, mirando a su
alrededor, asimilo que esa era la única explicación. Solo la lluvia, porque había
algo que no podía relacionar con lo poco que recordaba del sueño. Todo lo que tenía
en la cueva, lo único que poseía en la vida, estaba meticulosamente ordenado y
aseado. Solo desentonaban unas pocas migas en el suelo y un pequeño mendrugo de pan sobre una piedra que
le servía de mesa.
Al pobre Pascualet ya no le sorprendían
estos episodios mentales. Durante años estuvo atrapado por el alcohol. Inmerso
en la soledad y el aburrimiento, siempre achacaba cualquier cosa fuera de lo
normal, a alguna lesión neuronal producida por su ingesta de alcohol en el
pasado. Para él tenía sentido. Salvo algún anciano, la mayor parte del pueblo
le trataba como a un loco borracho.
Para Pascual Chufes Gordes,
empezaba otro largo día. Sin explicarse muy bien aquel orden con el que había amanecido
la cueva, ni la extraña sensación de paz
interior que notaba, se dispuso a emprender su camino diario hacia el pueblo
con la intención de conseguir algo que echarse a la boca. Por miserable que
fuera.
Continuará........
Dibujo--Lope Troya