oncontextmenu='return false' onkeydown='return false'>

sábado, 19 de septiembre de 2015

ULTIMO ESTRENO



Los días previos al estreno no había demasiada expectación. Tampoco era una obra novedosa, se representaba muy a menudo y si podías asistir varias veces, tan solo podías diferenciar algunos pequeños matices. Detalles sin importancia que no alteraban el argumento de la obra. Aun así y a pesar de la poca expectación, rara era la vez que el aforo no quedaba completo. Entre el público podía ver a muchas personas que habían asistido a la función varias veces, incluso repetían su asistencia entre breves espacios de tiempo, tan breves que ni siquiera los imaginaba capaces de distinguir esos pequeños matices que podrían hacerla un poco diferente. Hasta yo recordaba haber coincidido otras veces con algunos de los que allí estaban.
La obra mezclaba varios géneros claramente diferenciados, muy enrevesada, aunque de muy fácil entendimiento para el público en general. Comenzaba con varios actores en el escenario y tras una ligera recolocación del decorado, todos los actores desaparecían del escenario con una corta frase, dejando solo al actor principal y otro secundario. El principal permanecía inmóvil, ese era su papel, mientras el secundario representaba una especie de pantomima, sin voz, casi sin sonido ambiente  y que al final podía llegar a interpretarse como tragedia, rara vez tragicomedia.
El prólogo, a pesar de ser detallado y extenso, no decía mucho sobre el desarrollo principal de la obra. Se convertía en un monólogo aburrido como siempre, con un orador muy aburrido también y que a decir verdad, a mi me sobraba desde el principio.
Empezó la obra, quedaron solo dos actores en el escenario y empezó la interpretación el actor secundario. Esta vez, como vestuario había elegido un mono de color gris, quien sabe si con dos tallas menos a la que gastaba y quien sabe también si a propósito. En breves segundos se metió de lleno en su papel. Cogió un cubo de agua y vació un poco del contenido en otro recipiente con asas. Poco a poco fue dejando caer en el agua una sustancia blanca que deslizaba entre sus dedos cariñosamente, con una suavidad que hipnotizaba. Movía con suma destreza sus dedos para deshacer los terrones que encontraba, hasta que la sustancia rebosó por encima del agua, formando una frágil y pequeña isla que poco a poco se hundió en el agua, desapareciendo finalmente. Introdujo sus manos en el recipiente y las movió con armonía mientras parecía hablar telepáticamente, comunicándose sin palabras con aquella mezcla que estaba creando. Después de unos minutos, con el público en silencio, el actor vestido de color gris nos dio la espalda totalmente. Cogió un trozo de madera, lo coloco en un hueco y con un artilugio de metal comenzó a repartir aquella mezcla creada en los huecos que había alrededor de la cuña. Solo se podía escuchar el sonido metálico de aquella herramienta cuando golpeaba en alguno de los bordes al arrastrarse. De repente, un movimiento en falso movió la madera y a punto estuvo de estropear una actuación estelar hasta el momento, pero la experiencia le hizo revolverse hábilmente y evitar lo que parecía inevitable. No hubo ni un ligero rumor, todos seguían en silencio y no pude evitar la tentación de desviar la vista hacia los asistentes. Algunos miraban al escenario, otros al suelo y encontré a uno que me miro a mi, con un gesto de complicidad, como indicándome que aquello también formaba parte del guion.
Poco después dejó el objeto metálico, cogió una esponja empapada en agua y mojó toda la superficie por la que había extendido aquella mezcla cariñosamente formada. Arrastró sus toscas manos alrededor del recipiente, como quien rebaña  la rebosante salsa con un trozo de pan y colocó toda la mezcla sobrante en una baldosa que pego en el centro de lo que había limpiado con la esponja. Hábilmente coloco un martillo en posición vertical aguantando la baldosa y con un par de golpes al artilugio metálico para limpiar los restos de mezcla adheridos dio por concluida su representación. Fue una actuación contundente, sublime, hipnótica y sobre todo tenaz, muy tenaz.
No hubo ningún aplauso, el actor tampoco parecía solicitarlos. Al otro lado de su escenificación quedaba el personaje principal, en su  último estreno. Su último papel, inapropiado para una carrera impresionante, toda una vida de dedicación, para retirarse de esa manera.
Dirigí la mirada hacia atrás otra vez y lentamente observe como todos seguían en silencio. De repente, al fondo escuche algo – ¡descanse en paz!-- fue entonces cuando reaccioné. No estaba en ningún teatro, ni aquel señor de gris era un actor. Era el sepulturero, un erudito trabajando el yeso con el que selló la losa que separaba la triste realidad, de la caja en la que estaba mi madre. Mi madre, todos tenemos una, esa persona que hace buena la cháchara mal utilizada de “en la salud y en la enfermedad, para lo bueno y para lo malo, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida” Creo que se cambió lo de “hasta que la muerte nos separe” porque en realidad aquellas palabras se pensaron para una madre y no para un casamiento.
Perder una madre es algo, entre otras cosas, que cuando le pasan a uno, cree que no puede haber nada peor, aunque lo haya. Sin embargo, al otro lado del muro, yacía mi madre, despojada y expulsada vilmente de su vida terrenal, a cambio de toda la eternidad de regalo. Y yo, anonadado y absorto con la faena de aquel operario del cementerio.
Han pasado días ya y pensándolo bien, creo que ya se lo que me pasó. Fue un mecanismo de defensa. El cerebro humano, por defecto, intenta aislarnos de las cosas que pueden causarnos dolor y para eso utiliza métodos, por rastreros que sean, para apartarnos de una realidad dolorosa.
Creo que si consigo controlar ese poder, seré capaz de vivir mil años o más, así que os podéis ir preparando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario