Ya sabes que en estos días
es típico ver mucha gente, a última hora de la tarde, volver a casa después del
trabajo cargado con su caja correspondiente al regalo de empresa. Esa caja de cartón
con asas, llena de ricos manjares, líquidos, sólidos y turrón durísimo; que el
generoso dueño de la empresa ha tenido la amabilidad de regalar a sus empleados
como aguinaldo o lo que sea, para que saboreen su contenido durante las fiestas que se aproximan, debatiendo con hermanos
y cuñados sobre la añada del vino peleón, pero de bonita botella, que venía en
el interior de tan bonita caja. Que ilusión me haría que me regalasen una de
esas cajas, aunque fuera llena de productos de marca blanca.
Sin duda, lo que copa la ilusión
estos días es la lotería de navidad. Un extraño fenómeno que se da todos los
años, muy difícil de entender y muy fácil de explicar. No, no es una contradicción,
solo tienes que ser sensato hasta aburrir como soy yo, para ver qué es lo que
ocurre. O más fácil, solo hay que ser un poco coherente, llevo toda la maldita
vida comprando decimos y participaciones, gastándome mucho y poco, de aquí y
del pueblo que estuve de vacaciones y no me ha tocado una puta mierda. Ahora
salta el otro y te suelta—por lo menos tienes salud—siiiiii, es verdad!!!,
estoy como un chaval, pero también tuve salud aquel año que no compre lotería.
Voy a intentar argumentar lo
que digo, aunque sea de manera absurda, para todos los que ya estáis pensando
que son un viejo gruñón amargado. Que también.
Ilusión porque te toque esa lotería
de navidad la tiene cualquiera allá donde mires, la mayoría lleva algún decimo
o participación que se ha visto obligado a comprar por no hacer el feo o por la
típica excusa—imagínate que les toca a todas las madres del colegio y yo no
compré--. Vete al centro de Valencia, párate en la calle Ruzafa y observa a tu
alrededor. Cientos de personas a tu alrededor que han comprado lotería ¿acaso
crees que les va a tocar a todos? Pues claro que no ¿Por qué deberías ser tú la
excepción? Vale, ya se la respuesta—la ilusión es lo último que perdemos—De acuerdo,
me puede valer como respuesta. Ahora piensa las veces que has comprado tú
durante años y lo que te ha tocado. ¿Te acuerdas de aquel vecino que compro una
participación en una gasolinera de Albacete cuando volvía a casa después de las
vacaciones y le salió el tercer premio? Pues acuérdate, porque es lo más cerca
que vas a ver el premio. Bueno, aun te puedes acercar más, pero es más
doloroso. Imagínate aquel año que salió el gordo en la misma administración que
tu compraste un decimo ¡maldita sea! ¿Porque no compraste el que iba a salir? fácil,
porque había cientos de números a elegir y no iba a salir el que tú compraras.
Y ya no te digo, aquel año que salió la participación que compraste y te
llevaste aquella miseria, únicamente válida para seguir teniendo muchísima ilusión.-
Olvídalo, no te va a volver a pasar en la vida.
Tampoco quiero quitarte la ilusión,
adelante. Vive ese día escuchando de fondo, allá donde estés, el cantar de los
niños de San Idelfonso; que si pronto dejas de escuchar, sabrás que ya ha
salido el gordo. O ilusiónate en directo viéndolo en cualquier televisión. Fustígate
a mediodía con las imágenes de los afortunados derramando champán y piensa que
el año que viene habrá más suerte. Espera a que alguien te suelte que por lo
menos tienes salud o se un cachondo, suéltaselo tú a alguien.
Claro que sí, hay que tener ilusión,
sino que sería de nosotros. Que te crees que yo no tengo ilusión, pues también.
Tengo ilusión de vivir muchos años, de ver crecer a mis hijos, que no me falte
el trabajo y cosas por el estilo.
Otra cosa es la confianza y
en lo que si confió es que este año me toque la lotería de una maldita vez,
para poder tomarme unas cañas sin pensar que este mes llega la factura de la
luz y poder lamentarme, a lagrima viva si hace falta, de haber comprado solo un
decimo y a medias con otro.
Así queee…..
Soñar sigue siendo gratis,
de momento.
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