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martes, 8 de abril de 2014

EL PLAN DE PASCUALET Confusión Parte 3



Cada día, cada despertar de Pascual en aquella cueva, era la continuación de una existencia estéril. Una muesca más en su almanaque de amargura. Ya ni siquiera recordaba lo que había sido su vida pasada. Vacio y sumiso a su cruel destino, no invertía el más mínimo esfuerzo en pensar lo que fue su vida en el pasado. Una vida envidiable, familiar y laboral, que se fue al traste. Un cúmulo de circunstancias que se sumaron a una desdicha forzada por su esposa y la mala suerte también, le llevaron a la indigencia. Su familia, su guapa esposa e hijos, el trabajo en el ferrocarril, todo se desvaneció. Al principio pensó que no podía tener tan mala suerte, que todo parecía un plan malvado calculado a conciencia, incluso llego a pensar volarle la cabeza al culpable de su final laboral en el ferrocarril. Solo fue eso, un pensamiento fugaz aun pareciendo premeditado. Tampoco parecía mala suerte que le abandonara su mujer. La pérdida de sus hijos sí que fue una consecuencia, igual que acabar malviviendo en una cueva.
Con los años, dejó de pensar en su pasado y convirtió su existencia en una monotonía solitaria para sobrevivir, solo por un factor humano innato que posiblemente llevamos las personas, porque a Pascualet le hubiese gustado más de una vez, que aquella amargura acabara de manera rápida. Deambulaba por el pueblo con la mirada perdida, ignorado por todos aquellos que cariñosamente le llamaban Pascualet y le recordaban constantemente lo buena persona que era. Ultrajado por despiadados y humillado incluso por los niños del pueblo. Ya ni se acercaba por los alrededores de la empresa de autobuses que suplantó el ferrocarril donde trabajó durante muchos años y también su padre. No hablaba con nadie, los más jóvenes que no sabían de su vida, creían que era mudo. Había cambiado un perfecto plan de venganza, por un simple plan de supervivencia. Cuanto más rápido consiguiera algo para comer, antes volvía a recluirse en su cueva, en eso consistía ahora su plan diario. Sabía que el camino más corto para conseguirlo era ir directamente a la iglesia, pero diariamente se convertía en un calvario, ya que necesariamente se cruzaba con mucha gente de pueblo. Había borrachos que lo esperaban en la puerta del bar, solo para castigarle en su vía crucis particular.
Como cada día, comenzó a andar hacia el pueblo en dirección a la iglesia. Alternando su vacía mirada entre el suelo y aquel campanario que podía ver desde la cueva. Todo sería como siempre, de no ser que la cueva había amanecido acicalada y todas sus cutres pertenencias ordenadas meticulosamente. No recordaba haberlo hecho el, pero el simple hecho de pensar en ello era reconfortante para Pascualet. Había algo distinto dentro de él que le hacía sentir bien, aunque no pudiera explicar que era. Se acercaba al pueblo como levitando, como si su cuerpo no pesara, notando cada latido de su corazón como si fuera a salirse de su pecho.
Entró en el pueblo y empezó a cruzarse los primeros habitantes del pueblo. Como siempre, agachó la mirada hacia el suelo para no ver la indiferencia hacia su persona y encajar humildemente cualquier desprecio. Siguió andando y por un momento le pareció escuchar su nombre. La voz que lo pronuncio venia desde su derecha, levanto tímidamente la mirada hacia allí y lo volvió a escuchar.
-¡Pascualet! ¿Estás sordo? Te estoy llamando.
Sorprendido levanto la mirada, volvió a mirar los harapos que llevaba puestos y seguidamente a su alrededor. Nadie le miraba con desprecio. Algunos, ni siquiera le miraban y el que lo hacía, era con una sonrisa. Con paso lento se acercó hacia aquella chica guapísima que tenia la tienda de ultramarinos a la entrada del pueblo, con fruta bien amontonadita y que provocaban el rugir de las tripas de Pascualet cada día. La chica le preparó un bocadillo gigante y se lo puso en una bolsa con algunas piezas de fruta. Cogió la bolsa, volvió a bajar la vista al suelo y se marcho apresurado, sin dar las gracias. Otra novedad en el mismo día que todo parecía distinto. Pero en ese momento solo pensaba en volver a la cueva, nunca le había costado tan poco tiempo emprender el camino de vuelta a su cuchitril campestre.
Ya en la cueva, se sentó en el suelo mirando hacia los montes, mientras sujetaba con las dos manos aquel bocadillo desmesurado. No estaba acostumbrado a tener tantas cosas en la cabeza y tampoco tanta comida entre sus manos. Sin pensar más, empezó a dar buena cuenta de aquel manjar, comer era lo más importante. El resto podía esperar. ¿Qué prisa había por entender lo que estaba pasando?
Teniendo comida, dejaba de estar hambriento.
 ¿Qué importaba estar confuso?

Continuara…

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