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domingo, 11 de enero de 2015

AQUEL VERANO Capitulo 21



Pocos son los detalles que diferencian a los mortales al nacer. Es el destino quien se regodea moldeándonos como si fuéramos figuras maleables, para llevarnos por diferentes caminos de la vida, siempre en dirección a un mismo final, la muerte.
El caprichoso destino se cebó con el padre de El Gorgo escribiéndole el guión más macabro imaginado, siendo el principal protagonista y a conciencia además, él mismo.
Separados del grupo, El Femi se dispuso a contarle a Abundio lo ocurrido el invierno anterior, manifestando visiblemente unas maneras, como si fuera a desvelarle el secreto mejor guardado del universo.
Antolino y Paquita, así se llamaban los padres de El Gorgo, pero el diminutivo de sus nombres no concordaba con su tamaño físico. Antolino tenía un cuerpo enorme. Era muy tosco, de actitud áspera y brusca, no toleraba que se le contradijese nada. Esta era una manía que la mayoría de los habitantes del pueblo respetaba por la cuenta que les tenía. Era desabrido y muy violento, tenía un humor otorgado a todos los diablos conocidos y el lenguaje en su boca siempre resultaba malsonante porque blasfemaba las peores cosas a cada momento y por los más insignificantes motivos. Su ropa siempre tenía girones y descosidos. Parecía ir sucio por condición y casi podía considerarse normal, puesto que se dedicaba a la albañilería y ya se sabe que en ese oficio y en el de pintor, hay manchas que no salen nunca. Aunque, a decir verdad, no era muy amigo del agua y contaban las malas lenguas que nadie le vio nunca lavarse. La Paquita, su mujer, pregonaba por el pueblo que solo una vez lo vio bañarse y fue porque le llamó borracho y él quiso demostrarle que no le tenía miedo al agua.
Por el contrario Paquita, la madre de El Gorgo, era también grande pero larguirucha, chupada, flaca y poco estilizada. Parecía estar tísica, no tenía aspecto de buena salud; con la tez cetrina y las mejillas hundidas. Era extremadamente religiosa y siempre vestía de luto, a pesar de no tener a nadie cercano morando en camposanto. Era huérfana de nacimiento y sus pocos parientes, de un pueblecito de Salamanca, la ignoraron a muy temprana edad. De ahí que buscara cobijo emocional en la fe cristiana, aunque en ocasiones fuera de manera exagerada.
La casa de El Gorgo era de las más bonitas del pueblo, no por economía ya que el nivel social que tenían era muy parecido al del resto del pueblo, humilde; sino por las buenas manos y maneras de albañil que tenía Antolino. Durante años, en sus ratos libres había engalanado con esmero la fachada de la casa. Adornos en balcones y cornisas, hacían de esa casa un retablo único en el pueblo.
Dentro de sus rarezas, El Gorgo y sus progenitores formaban una familia normal y de lo más común que se podía ver en el pueblo. Pero el invierno anterior ocurrió algo que cambió el transcurrir de sus vidas. Ese algo tenía un nombre, Justine. Justine era una cuarentona exuberante, con rasgos germanos y que compró una casa en el pueblo, unos quince años atrás. Al principio solo se le veía en verano y luego desaparecía, pero desde hacía un par de años, ya no se marchaba al acabar el verano. Era muy reservada y poco se sabía de ella, por lo menos que nadie pudiera demostrar y bien sabe Dios que si alguien podía demostrar algo, no podía hacerlo públicamente. Solo se le podía ver por la calle cuando salía con su clásico descapotable rojo, posiblemente para ir a la ciudad, y cuando regresaba. Pero a pesar de que no se le veía por las calles del pueblo, ni bares, ni tiendas, fue capaz de romper más de una pareja y no menos de dos o tres matrimonios católicos. Poco se sabía de ella, pero eso sí, los rumores malsanos sobre su comportamiento corrían como la pólvora; que si bien no eran infundados del todo, si que lo eran desproporcionados en muchas ocasiones y alguna vez inventados. Se podía decir que lo poco que se sabía de ella era fruto de los rumores que circulaban por el pueblo. Lo de que era extranjera se podía ver a cuatro leguas, pero que trabajaba de prostituta en la ciudad y rumores de esa índole, de momento solo eran eso, rumores.
Para las mujeres del pueblo era como el demonio disfrazado, una lagarta, bicho malo, incluso un pendón. Para los hombres era otra cosa, era como la imagen de un limón que obliga a salivar inconscientemente. Ya sea por el efecto de alguna sustancia química corporal y sensorial o por los designios de la naturaleza, no se conoce varón que no tenga en mente ciertas cosas sucias y pecaminosas ante la visión de ciertas calenturas femeninas, pero afortunados son los que saben controlarlo y reprimirlo si es necesario u obligado.
El Femi puso la mano en el hombro de Abundio, aparentando expresar que lo que le iba a contar seguidamente, era más fuerte aun de lo que se podía imaginar.
Resulta que le contaron a la Paquita que vieron salir un día, de la casa de Justine, a su marido Antolino, el padre de El Gorgo. Esta, acorraló a Antolino en casa el día adecuado, elegido muy premeditadamente como hace cualquier esposa experta. Aprovechó el momento que le vio debilitado, debido a alguna ingesta excesiva de alcohol, para intentar sonsacarle sobre lo que había llegado a sus oídos. Viéndose contra la espada y la pared Antolino no lo negó, pero afirmó que el motivo de su visita a casa de Justine solo fue por motivos de trabajo. Que mediando un tercero, que no nombró, le tuvo que hacer a la extranjera una chapuza en la cocina ¿Pero porque nunca se lo contó a la Paquita? Ese fue su error o lo que él creyó más acertado, según se mire. Era algo delicado en cualquier caso, pero dada la reputación que le adjudicaban en el pueblo a Justine, lo mejor para Antolino hubiera sido ir a contarle a la Paquita el trabajito que le había salido y luego hacerlo. Puede que pensara que si se lo contaba, jamás haría ese trabajo o puede que en su cabeza rondara otro tipo de trabajito. Nadie nunca lo sabrá, pues la verdad se la llevo con él a la tumba.
Los días posteriores a la discusión de los padres de El Gorgo fueron muy tranquilos, demasiado tranquilos, puntualizaba El Femi en su relato a Abundio.
Antolino dejó de trabajar, vestía con la poca ropa que tenia decente, incluso algún día se le pudo ver con traje de chaqueta, aunque viejo, muy chocante para los que estaban acostumbrados a verlo haraposo. La Paquita estaba más tiempo en la iglesia que en casa y a la hora de las misas, se acurrucaba en uno de los bancos de las esquinas, tapándose la cara con un velo negro para esconder la vergüenza. Lo poco que salía de su boca en presencia de alguien, tenía que ver con el diablo, al que ponía como único culpable de su desdicha. Tanto fue así, que hasta Antolino recitó ante testigos más de una vez, haber hecho un pacto con el diablo en persona.
Abundio, levantó la mano ante El Femi, como insinuando entender porque repetía El Gorgo aquello de que hizo un pacto con el diablo.
Antolino, el padre de El Gorgo, se convirtió en otra persona. Parecía sentirse abandonado y todos los días salía temprano de casa en dirección al rio. Se le podía ver cerca del rio, sentado bajo algún árbol. Ausente, pero sin llegar a estar desorientado, parecían poseerle lúgubres pensamientos. El desamparo y desespero posiblemente fueron la causa de que se le apareciera traicioneramente un fantasma disfrazado de consuelo y descanso, que ante tanta soledad no tuvo problema para familiarizarse con él: el pensamiento de la muerte. El comportamiento de Antolino en sus paseos, indicaba claramente que ese pensamiento le acompañaba constantemente. Miraba mucho el árbol bajo el que se sentaba, comprobaba la resistencia de alguna de las ramas más gordas del árbol, incluso se le llegó a ver pasear con un trozo de cuerda en la mano. Pasaron unos cuantos días y se fue transformando. La seguridad que le daba la decisión que parecía haber tomado, ejercieron en Antolino una especie de benéfica influencia. Empezó a aparentar una sensación de bienestar interior muy extraña, muy rara en él para los que le conocían. Probablemente el caprichoso destino le permitió disfrutar de sus negros pensamientos y le dejo saborear algunas gotas de placer y de picante sabor en la copa de la muerte. Tan caprichoso y retorcido, que no le dejaba colgarse de aquella rama de árbol que ya había seleccionado, sin dejarle saborear un poco más el amargo dulzor de la vida, atormentándose con su desdicha y repitiéndose a sí mismo, que había hecho un pacto con el diablo y no se podía romper.
Un día, cercano a las celebraciones navideñas, Antolino inició su huida diaria de la realidad en dirección al rio y nunca más regreso a casa. Fue encontrado al día siguiente, sin vida, enganchado en un árbol hundido en una orilla del rio. Tuvieron que venir las autoridades y la Guardia Civil de la ciudad, por lo complicado que fue recuperar el cuerpo sin vida de Antolino. Después de varios días de lluvias torrenciales, el rio bajaba embravecido, la riada había destrozado el puente. Todavía muchos se preguntan, porque el caprichoso destino hizo que quedara allí cerca enganchado en el árbol y no fuera arrastrado lejos por la fuerza del agua. En un bolsillo, un papel en blanco sirvió de comidilla a la gente del pueblo para alimentarse, durante días, de rumores inventados. Pero la verdad siempre se quedo con Antolino.
Abundio, sin decir ni una palabra, miró hacia el rio y luego agachó la cabeza. Inevitablemente, rompió a llorar como un niño, consciente de que lo hacía por tantos motivos, que era injusto atribuir sus lágrimas a uno solo de ellos. Y lo mejor de todo era que no sentía ninguna vergüenza.
Secó sus ojos llorosos e invitó a El Femi a sentarse otra vez en los pedruscos del rio con el resto de amigos. Sin hablar, solo con la mirada, pactaron que nunca más hablarían de este asunto.

Continuará…

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