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viernes, 19 de septiembre de 2014

EL EXPERIMENTO



El otro día se me ocurrió hacer un experimento, más por chaladura que por aburrimiento. Mira, me salió un pareado.
 Cada día me veo influenciado por la presencia directa o indirecta de miles de personas. Digo miles y no exagero, deambulan a mi alrededor, los paseo en mi tren, algunos me hablan y a algunos les hablo yo, la mayoría no dice nada, pero todos o casi todos llevan el teléfono móvil en la mano, están a punto de sacarlo o lo están guardando. Yo los observo, a veces con el móvil en la mano también. No hay distinción por edad, ni por sexo, raza o lo que quieras pensar, aproximadamente más del 90% de las personas que veo cada día en mi trabajo, aunque solo los llegue a ver durante unos pocos segundos, tienen presente el teléfono móvil. Que quede claro que no estoy levantando ninguna voz de alarma en contra de esto, ni nada parecido. Al contrario me parece lo más normal del mundo, porque todas esas personas que observo cada día, vienen a esperar el tren, viajan en él o se acaban de bajar y cuando la gente tiene que esperar, utiliza cualquier método para que la espera se haga más corta. Antes se llevaba más lo de los libros, sobre todo en los viajes en tren, pero con los teléfonos actuales el abanico de opciones de entretenimiento para las esperas, es más amplio. Realmente, hoy en día para lo que menos se utiliza el móvil es para hablar por teléfono.
En eso consistió el experimento. Me acerque a ese grupo de personas que esperan al final del andén de Alboraya a que llegue su tren hacia Rafelbuñol. Ese último banquito del andén donde se posicionan numerosas personas sentadas y de pie. Entre quince y veinte, la mayoría con el teléfono en la mano. Mi intención es averiguar,  más o menos, el grado de concentración en lo que están haciendo y más concretamente los que miran hipnotizados su móvil.
Me sitúo próximo al grupo y simulo que me entra una llamada de teléfono. Hablo en voz muy alta y además gesticulo para llamar la atención también de los que llevan auriculares. Para dramatizar más, simulo una conversación relacionada con catástrofes y empiezo con lo siguiente:
--¡Ostras tío, vaya calor! Han dicho que esto es el comienzo, que son llamaradas solares y que esto posiblemente acabe en una muy grande que nos dejará a todos socarrados.
Levanto un poco la mirada y nada, ni se han inmutado. Voy a intentarlo otra vez, con más dramatismo y hablando más alto aun:
--Si, también lo he oído. Parece que el meteorito es más grande que el que acabó con los dinosaurios. Por lo que dicen, impactará en la tierra antes de que acabe el año.
Levanto la mirada y ni siquiera me miran. ¿Estarán sordos? Los de los auriculares si, para eso gesticulo a ver si alguno se los quita, pero los otros tampoco hacen ni caso. Paso a probar de otra manera, voy a darle un toque cómico a ver qué pasa:
--Pues sí, parece ser que si sigue este calor se pueden derretir los polos. Dicen que las casas colgantes de Cuenca será primera línea de playa.
Esta vez sí, aunque solo me mira una señora exuberante de unos cincuenta años, peleada con su estilista, pero no puedo asegurar que le interese lo que digo, puesto que masca chicle de manera compulsiva y mira en todas direcciones. Habrá coincidido justo el momento, porque el resto de personas siguen pasando de mí. Tengo que probar una última vez, echar el resto, la casa por la ventana. Tengo que inventar el cataclismo más despiadado, mortífero y devastador que pueda imaginar. La extinción de la raza humana entre terribles dolores y el final definitivo del planeta:
--Si tío, lo acabo de oír en las noticias ahora mismo. Según parece van a desconectar el whatsapp entre cuatro y cinco días. Tienen que arreglar no se que del servidor y va a estar inoperativo por lo menos una semana.
Ahora sí, la mayoría me miran, hasta los que no tienen teléfono en mano. Incluso aquel jubilado que saca cuentas con la calculadora de su prehistórico móvil. Al más alejado le escucho decir que habrá que avisar a Toñi para que se instale el Telegram, que aun no se lo ha instalado. Y un matrimonio que había sentado, el marido le dice a ella preocupado--¿Qué ha dicho del whatsapp?—
En fin, no es verdad, no he hecho este experimento pero tengo pensado hacerlo y seguro que los resultados no irán desencaminados a los que me he imaginado. Por supuesto, cuando lo haga recopilaré pruebas para mandarlas por whatsapp y restregarlo.
¡Uy! 47 mensajes nuevos, voy a ver qué pasa.

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