Cansado de dar vueltas en la cama, Fedric se quedó
durante un segundo inmóvil boca arriba, con los ojos abiertos, en la oscuridad
de la habitación. Estaba empapado de sudor y agotado, a pesar de haber dormido
varias horas. En su cabeza aun tenía borrosas imágenes de algo soñado, tan
borrosas que era incapaz de recordar con claridad lo que habían acontecido. De
un tirón brusco, apartó la sabana que le cubría y puso su pie desnudo en el
suelo. La mala circulación le provocaba pérdida de sensibilidad en sus
extremidades y el cambio de temperatura del mármol frio le aliviaba.
Se levantó y con la mente en blanco, salió de la
oscuridad de la habitación. Sin razón aparente, se dirigió sin titubear a la habitación
donde estaba el ordenador. Abrió la página de Google y escribió en el buscador “maniaco
depresivo”. Pinchó el primer enlace y se puso a leer. Era una página de
medicina donde hablaba de esta enfermedad, de sus síntomas y de su tratamiento.
Cuando llego a los síntomas dejo de leer. Algo le hizo reaccionar, apagó la
pantalla y trató de olvidar su actitud, sin saber muy bien porque había hecho
aquello.
Como tenía el día libre, lo mejor era vestirse y salir a
la calle. Quizás era buena idea coger el tren e ir a la ciudad a dar una vuelta.
Al salir a la calle, volvió a invadirle el pensamiento
sobre lo que había buscado en internet. Posiblemente su interés por aquella
enfermedad tenía más sentido del que imaginaba cuando lo tecleo en el buscador.
Desde hacía años su vida estaba vacía y muchas veces se preguntaba si realmente
era su destino definitivo. Después de muchos años casado y con un hijo mayor de
edad, no podía explicarse aquel vacio. Lo había dado todo, intentando hacer
siempre lo correcto, su destino no podía ser un monótono tormento diario. Se sentía
cansado y siempre andaba cabizbajo y meditabundo.
Enfiló la calle en dirección a la estación pensando en su
familia. Su hijo se había independizado años antes y desde poco después la relación
con su mujer empezó a enfriarse. Fedric sabía que su esposa le era infiel, pero
ella se comportaba con tanta naturalidad que llego el día que dejo de
preocuparle. Al principio ella siempre lo negó y Fedric optó por obviarlo.
Simplemente, cuando los vio juntos por casualidad, dio por hecho que no podía hacer
nada. Vivian en matrimonio, pero en silencio. Rara vez tenían una conversación fluida,
seguramente debida al remordimiento de ella y a la desesperanza y rendición de
Fedric.
Andando por la
calle, se iba enumerando mentalmente los síntomas que padecían los maniacos
depresivos. Por dios, uno por uno, tenía la sensación de sufrirlos todos. Le
acosaba constantemente la infelicidad, ya no disfrutaba con casi nada y había
perdido todo interés por cosas que siempre le gustaron.
A mitad de camino, se cruzo con un antiguo conocido. Los
hijos de ambos estudiaron juntos y aunque Fedric casi ni se acordaba, este le
saludo efusivamente. Asqueado, intentó forzar una buena cara, saludó y continúo
el camino pensando en lo absurdas que llegaban a ser algunas personas. Fedric
se irritaba con mucha facilidad, coartado quizás por la relación con su
adultera esposa, a pesar de que con ella ya hacía tiempo que ni siquiera se
enfadaba.
Llegó a la estación y ya llegaba el tren. Esperó a mitad
del andén y justo al pasar delante de él vio un chispazo muy fuerte. Como un relámpago,
acompañado del sonido de un golpe. Se froto los ojos y vio un grupo de personas
en el andén que murmuraban entre ellas. Se acercó y pudo escuchar que el tren estaría
un buen rato parado. Fedric pregunto que había pasado pero nadie le respondió,
ni siquiera le miraron.
Frustrado su intento de pasar la mañana de paseo en la
ciudad, deshizo el camino hacia casa resignado. Por alterar un poco la monotonía,
se detuvo en el estanco a comprar tabaco. Hacía tiempo que no fumaba, pero pensó
que iba a empezar otra vez. ¿Por qué no? Su vida necesitaba cambios, pues este podía
ser uno aunque fuera insano. El estanco estaba lleno. Se podía escuchar aquella
canción triste de Adele que tanto le emocionaba. Empezó a notar sus ojos húmedos
y rápidamente dijo en voz alta--- ¡cuánta gente, no me espero!—Cogió la puerta
y salió a la calle sin que nadie le contestara. A lo lejos vio el pesado que le
había saludado antes y ya no tuvo tiempo de cambiar de acera. Sorprendentemente,
al llegar a la misma altura, paso de largo sin decir nada. Normal, la cara de
perro con la que le había saludado antes le habría enfadado. ¡Mejor! Pensó Fedric, uno menos que tenía que saludar.
Entró en casa y su mujer ya se había levantado. Estaba
sentada frente el ordenador y aun estaba la página que Fedric había consultado
antes.
--¿Qué haces? Le preguntó.
Ella no contestó, ni siquiera apartó la mirada de la
pantalla.
--¿No me oyes, te he hecho una pregunta? Repitió mientras
dirigía la vista hacia la pantalla.
Tampoco obtuvo respuesta. Justo en ese momento sonó el teléfono.
Ella lo cogió, escuchaba sin decir nada. Sin soltar palabra alguna, colgó el teléfono
y volvió a mirar la pantalla sin parpadear. Poco a poco, Fedric vio como
cambiaba la cara de su mujer, hasta soltar una inmensa lagrima que llegó hasta
el suelo.
--¿Qué pasa? ¿Por qué no me contestas?
La mujer descolgó el auricular y marco un número. Sus lágrimas
eran abundantes ya.
--Hijo. Vente a casa.
--Que pasa mama. Respondió su hijo al otro lado del teléfono.
--Tu padre. Que me acaban de llamar que se ha tirado al
tren.
Fedric asombrado,
grito:
--¿Qué coño estás diciendo? Que mierda de broma es esta.
Se abalanzo sobre la mujer muy enfadado y su cuerpo la traspaso
sin ni siquiera notar roce. Miró a la pantalla y el puntero del ratón señalaba
el último de los síntomas mentales que detallaba la página médica. Justo donde ponía
“pensamientos suicidas”.
Fedric no entendía nada y seguía gritando sin resultado.
Vio un gesto de su mujer y dejó de gritar. Ella, entre sollozos, miró al vacio
y dijo:
--¡Maldito cabrón! Para una vez que tienes cojones de
hacer algo.
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