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lunes, 9 de septiembre de 2013

AQUEL VERANO Capitulo 4



Menuda borrachera estaban empezando a coger. Siempre decían que la del año anterior había sido mejor. El primer día de Abundio en el pueblo siempre acababa en una borrachera descomunal, cuando sobrevenía la resaca, le acompañaba el arrepentimiento y la cogida el año anterior, siempre parecía mejor borrachera.
Era difícil evitar las anécdotas vividas durante años en el rio, los acontecimientos que allí ocurrieron, formaban parte de su vida. Evitando mencionar  a Alenka, la mayoría de recuerdos de Abundio se referían a hechos ocurridos generalmente en el rio.
Durante toda su vida, los cuatro amigos encontraron su entretenimiento más importante en el rio y la poza de La Esquina, además del valle que rodeaba aquel oasis en medio de las rocosas montañas. En el remanso del rio se abría un prado muy extenso, con una gran encina justo en el centro y al fondo, la montaña con una escarpada muralla rocosa, que independizaba a los bañistas del resto de valle. Justo enfrente de esta muralla de rocas se encontraba la poza de La Esquina, formada por la erosión continua del rio golpeando sobre la esquina del monte, hueco que se aprovecho también para construir el puente de piedra que cruzaba el rio y que según El Gorgo, era de la época de los faraones. Unos metros más debajo de la poza, el rio se movía entre rocas y guijos de poco tamaño, a escasa profundidad.
En esta zona era donde Abundio solía pescar crustáceos de agua dulce utilizando únicamente las manos. Levantaba suavemente las piedras  y con un rápido movimiento, apresaba los cangrejos por la parte gruesa del caparazón. Sus amigos no dominaban este arte de pesca. Varios dedos de El Femi sufrieron el apresamiento de alguna pinza de cangrejo, cuando estos las abrían y cerraban patosamente en un postrer intento de evasión tesonero e inútil.
Otras veces pescaban inocentes pececillos  en la poza de La Esquina, simplemente con poner de cebo un trozo de hierbajo. En ocasiones los bancos de estos peces eran tan grandes, que oscurecían el agua a su paso. Aunque eran tan abundantes estos peces y fáciles de conseguir, que un día los cuatro amigos dejaron de tener interés por ellos. Lo mismo ocurrió con las ranas que atrapaban en el valle que adornaba el rio. Ese valle repleto de zarzales que aprovechaban los cuatro amigos para atiborrarse de moras silvestres, una afición que adquirieron desde que siendo muy pequeños, destinaron al pueblo un profesor que vino de Valencia y con mucho cariño por las cosas de la huerta. Don Ramón era un hippie con alopecia que les enseño a aprovechar las cosas del campo y un día dejo entrever sus preferencias por los escolares que consumían bobamente sus horas libres recogiendo moras y florecillas silvestres para obsequiar con ellas a sus madres.
El rio era la vida del pueblo y principalmente para Abundio y sus amigos, los baños en las calurosas tardes de verano. Para ellos constituía un placer inigualable, sentir la piel en contacto directo con las aguas, refrescándose. El Woody nadaba al estilo rana y los otros preferían el estilo perro, salpicando, chapoteando y removiendo tanto el agua que, durante el tiempo que duraba el baño no se apreciaba la más pequeña señal de vida en muchos metros de rio alrededor de ellos. Incluso después del bochorno que pasó Abundio el día del fallido chapuzón desde el puente de piedra, los amigos consumían la mayor parte de las tardes de verano en aquel rio. Solo El Gorgo se tiraba frecuentemente  desde el puente y El Femi le contaba a Abundio que aquel gigantón que veía en la cola del puente para saltar, una vez salto desde el saliente rocoso de la montaña, pero no coincidió con la semana de vacaciones de Abundio. Abundio, desde la tranquilidad del calmado remanso, hablaba con su primo y  restaba importancia a tal hazaña. Le instaba a olvidar la idea de intentarlo, justificándolo con un argumento aplastante, su mayor edad. Abundio siempre se dirigía a su primo como un adulto, aun siendo niños, solo por ser un poco mayor; pero es que Woody le seguía la corriente.
Cada verano consumían la mayor parte del tiempo, bañándose en el rio. La actividad principal de la semana juntos, que tampoco fue lo mismo desde que se marcho Alenka. La afición mas reciente que tenían aparte del rio, era la borrachera de cervezas el día que llegaba Abundio de la ciudad. Afición que nunca coincidió con Alenka en el pueblo puesto que solo hacia unos pocos años que la disfrutaban o se podría decir mejor que la sufrían, porque Abundio ya empezaba a cansarse del castigo que suponía la posterior resaca y  los apuntes de El Gorgo el día siguiente, recordándole  todas las tonterías y cursiladas que había dicho, mencionando a Alenka.
Lamentablemente aquel verano comenzaba igual. Abundio ya empezaba a escurrirse en aquella silla de plástico de la terraza. Con su seriedad habitual, empezaba a balbucear como un bebe para argumentar las historias que contaba El Gorgo. De repente saltó, como si hubiera adquirido una dosis de sentido común, a la vez que una ducha fría y dijo:
-¡Pero bueno! ¡Vamos a ir a nadar al rio o que!
-¡A dormir y a la cama te vas a ir tu! Que llevas un chaparron que no puedes ni hablar.-Le espetó El Gorgo con su vozarrón.
Abundio se levantó y sin decir nada, enfilo el camino a casa de su padre andando como lo haría un pingüino mareado andando por el hielo. Consciente de su mala educación pero tranquilo porque aquel verano iba a durar más de una semana. Ya habría tiempo de disculparse, cuando se le pasara la borrachera.

Continuara…..

Autor- Miguel Bou
Foto-- Miguel Bou

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