oncontextmenu='return false' onkeydown='return false'>

lunes, 23 de septiembre de 2013

PEDAGOGIA ADOLESCENTE



Hace más de veinte años, siendo aun un adolescente, empecé mi andadura en el mundo ferroviario. Joven y alocado. Alejado de la familia y de mi tierra natal. Más o menos como la mayoría de mis compañeros. Estábamos en una etapa de la vida en la que el significado de civismo lo aprendías cotidianamente, en nuestro, caso sin demasiada colaboración paterna desgraciadamente.
Era fin de semana y volvíamos a casa desde Madrid en un tren de aquellos que llamaban cariñosamente  “borreguero”. Era el más barato y el más divertido. Tenía compartimentos para descansar y pasillos para hacer el energúmeno. Allí mismo estábamos, cuando oímos el taladro del Interventor que se iba acercando pidiendo los billetes. Cuando estuvo a la vista dijo uno de nosotros:
          -¡Que viene el pica!
Aquel hombre con aire marcial, propio de un Legionario y con una gorra de plato impecable, igual que su uniforme, señaló a un niño pequeñito que jugaba con su madre para decir visiblemente enfadado:
          -A ese niño le permito que me llame “pica”, para ustedes soy el señor Interventor en Ruta.
Ojala se me hubiera tragado la tierra. Que bochorno pase y que miedo. Lo miraba y como si estuviera viendo al Sargento de la Guardia Civil de mí pueblo. En aquel momento me administré una buena dosis de civismo asimilándola poco a poco utilizando la educación que había recibido ¿Una anécdota? Para mi fue algo más.
Cosas de la vida, pocos años después yo trabajé como Interventor en Ruta. Lo hice durante más de diez años y no recuerdo ninguna vez que alguien me llamara señor Interventor en Ruta. Normalmente era el “revisor” o el “pica”. También oí vocablos rebuscados como “tiquetador” o “billetero”. En el mejor de los casos era simplemente el Interventor que para mi era todo un piropo. Durante esos años fui testigo en primera persona de la degradación del civismo. Mis principales problemas en el trabajo solían darse con grupos de adolescentes desbocados. Normalmente eran situaciones provocadas por su comportamiento y la falta de respeto. Por ejemplo, realizando la intervención, encontrarme un grupo de chavales sentados, mientras dos ancianos de pie, coordinaban movimientos para aguantar el traqueteo del tren y las voces desproporcionadas de aquellos jóvenes. No estaba dentro de mis obligaciones laborales pero si dentro de mis obligaciones morales. No podía aguantarme y tenía que decir algo. Entonces empezaban los problemas. Era el blanco de todas las actuaciones incívicas de estos desalmados. Ninguna grave ni condenable, pero suficientemente incisivas para no ignorarlas. No quiero generalizar, no eran todos así, menos mal. Aprendí que ante estas situaciones lo mejor era no ponerse nervioso o por lo menos, que no se te notara. Disimula y actúa con firmeza o estas acabado, ese era mi lema. Vaya chapuza de lema, nunca conseguía llevarlo a la práctica. Alguna vez me pregunté si mi forma de actuar guardaba relación con lo que me pasó con aquel señor con gorra de plato ¡perdón¡ con el señor Interventor en Ruta de RENFE. Si era así, tenía que empezar a cambiar porque nunca me funcionaba aquella frase cuando la utilizaba yo, seguramente porque no tenía aire marcial ni gorra de plato, vete a saber. Con los años se fue haciendo más difícil dominar estas y otras situaciones parecidas. Al final me rendí, era complicado ser educado y poner buena cara mientras me insultaban a mí y a mi familia.
En estos últimos años la convivencia social y el respeto han sufrido muchos cambios. Es normal, la sociedad ha cambiado. No hay que tirar la toalla, puede que no sea demasiado tarde y podamos infundir la moral correcta o por lo menos adecuada a nuestros jóvenes para afrontar el futuro. Tranquilos, tenemos la ayuda de Internet, las redes sociales y la televisión o también lo podemos combinar todo mientras nos vamos de “botellón”.
Así sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario