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sábado, 14 de septiembre de 2013

REALIDAD ABSURDA



¿Qué sentirá un preso condenado injustamente pero que no tiene forma de demostrar  que es inocente? Teniendo todo en contra, solo él sabe ciertamente que no es culpable, pero no puede demostrarlo.  Bueno yo lo sé más o menos. Ayer sentí algo parecido. Me da hasta vergüenza contarlo de lo absurdo que es, pero es que no he podido dormir en toda la noche. Venga, lo cuento y así a los que les caigo mal tienen algo para pitorrearse de mí.
Por la tarde me fui con mi hijo de 11 años a Portsaplaya a intentar pasar un rato pescando, en plan poco profesional. Para ser más claro, cogimos una mierda de caña vieja del trastero y un chusco de pan y fuimos a matar el tiempo, aunque solo fuera sintiendo la brisa marina. Aunque hacia aire y yo no tenía muchas ganas, solo por la ilusión que veía en  mi hijo, accedí a sus intenciones de compartir juntos una afición que tengo desde pequeño.
Aparcamos en el supermercado en zona blanca exenta de pago y caminamos por la acera del paseo hasta el puerto deportivo. Una vez allí, enfilamos el espigón con dirección a un pequeño faro que hay al final. Antes de llegar nos sentamos en las piedras  y me dispuse a extender la caña para prepararnos. A lo lejos y al otro lado del canal unos agentes de la benemérita me hicieron señas. Entendí que como estaba enfrente de unas boyas, no podía pescar. Vale, con la caña a medio montar cogimos los trastos y seguimos hasta el final. Nos volvimos a sentar  y continúe montando la caña, mientras a lo lejos vi como los agentes montaban en su vehículo y se marchaban. Antes de acabar de montar la caña, vi a los guardias que llegaban al espigón por nuestro lado, aparcando encima de la acera. Con la caña a medio montar aun y oliéndome que algo no iba bien, me dirigí a un señor que pescaba allí cerca. Le pregunte si allí era ilegal pescar y me contesto que donde me había puesto yo estaba prohibido, pero donde estaba él se podía pescar. Con los agentes aun lejos y temiéndome lo peor, cogí la caña, todavía sin acabar de montar y ande los pocos pasos que separaban la zona legal de la ilegal, no había más de cinco metros.
Continúe montando la caña, pero ya de pie y cuando iba a poner el anzuelo para poder iniciar la pesca, los “picoletos” llegaron a nuestra posición. Un agente tenía entre 20 y 30 años y el otro poco menos de cuarenta, con “cuerpo tordo” y una pinta de “malfollao” que escondía detrás de unas gafas gigantes de chulito de chiringuito. Fue este quien nos pidió los DNI después de dar unas aterradoras buenas tardes. Aquí iniciamos una conversación en la que cualquier palabra mía parecía enfadar más al teniente Kojak:
-Le estoy diciendo que aquí está prohibido pescar.
-Perdone, he visto su aviso pero creía que se refería a la zona de boyas. Le entendí mal.
-¡No, en todo el canal!
-Ya, ya, le he preguntado a este señor y me lo ha dicho. Ya me he cambiado a este lado, no volverá a ocurrir. Por suerte no he empezado a pescar. Ni siquiera he acabado de montar la caña.
-¡Como que no! Le he visto yo desde allá como tiraba la caña al agua.
- No puede ser, ni siquiera he puesto el anzuelo. ¿Cómo voy a pescar sin anzuelo? Compruébelo usted mismo, la caña está a medio montar.
-Me está llamando mentiroso, desde allá le he visto tirar la caña.
A todo eso yo me preguntaba cómo podía haberlo visto desde tan lejos, si yo casi no podía ver el corcho a tres metros. Y también, porque en vez de coger el coche para recorrer la distancia para cambiar al otro lado del espigón y andar hasta nosotros, porque no ando unos pocos metros por el espigón de enfrente y me dice claramente que está prohibido y si no guardo la caña,  me denuncia. Yo sé porque, porque el “chuloputas” ya tenía claro lo que iba a hacer. Cuando me vio pasar con mi hijo a unos metros de él pensó” este pardillo me va a alegrar la tarde”.
Mientras redactaba la denuncia, le dije varias veces y con educación, que no podía denunciarme por pescar en un sitio prohibido porque técnicamente no había empezado a pescar. Nada,  como si le hablara a la pared, impotente por no poder hacer entrar en razón a este energúmeno, desistí para no empeorar las cosas.  La principal razón, porque iba con un niño de 11 años y empezaba a sentirme como un delincuente ante las miradas que me dirigía el becario con pelo de “bakalaeta”. Para más risa, entendieron mis explicaciones como un rebote mío (palabras textuales) y solo por eso, me confiscaron la caña de pescar. Así me lo dijo:
-Y por haberse” rebotao” le confisco la caña.
Bueno, no entro en más detalles, pero los hay y más absurdos aun. Me denunciaron por NO pescar, en un sitio que ignoraba que estaba prohibido y me confiscaron la caña por intentar explicar que era injusto. Por momento, que digo a partir de aquel momento, he viajado en el tiempo. Franco sigue vivo y hay que evitar a la Guardia Civil, aunque no estés haciendo nada malo. Este agente ha conseguido desarticular a una banda de dos terroristas, que intentaban hundir toda la flota de barquitas de lujo de Saplaya, con una mierda de caña que le compre a un chino por 30 euros en medio de la calle. Bravo un aplauso.
Evidentemente  ya he redactado una queja formal con el formulario pertinente  y lo he enviado al ministerio del interior. Siiiiiiiii, ya lo se, no servirá de nada. Pero ya  me cansé de callar y tragar, además  iba con un menor  y recibí el mismo trato que un terrorista. Así lo entendió mi hijo, porque hasta el con su inocencia, no entendía nada.
Me da igual la denuncia, ya la recurriré mil veces si hace falta. Fíjate lo que te digo, me hubiera callado si me hubieran tratado como tonto o ignorante, porque así fue realmente. Yo cojo y me voy lamentando lo tonto que soy, pensando en lo que me costara una multa que me han puesto por TONTO. Pero me aplicaron la ley antiterrorista delante de mi hijo y esto no puede quedar así. No he podido dormir y como siempre, solo me queda el pataleo. Si su obligación es denunciarme que lo hagan, pero yo desconocía la prohibición, llámame tonto pero no me fusiles, hombre de Dios.
Vamos a darles un fuerte abrazo a estos dos agentes, en especial a uno con cuerpo tordo, que consiguió ser más chulo que un pobre desgraciado con una vieja caña de mierda y que solo intentaba pasar un rato con su hijo sin hacer ningún daño. Su actitud me obliga a pensar que es  eso lo que quería. Estamos en buenas manos.
Como me hubiera gustado haberle dado un bofetón a mano abierta para compensar la humillación.

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