Abundio cada vez estaba más ausente. Miraba hacia ningún
sitio y por momentos, sentía una soledad
inexplicable. No escuchaba ningún sonido a pesar de que estaba rodeado de gente
y apreciaba esquivamente, el movimiento
de sus labios indicando que estaban
hablando, pero él no oía nada. Ni siquiera a sus amigos que estaban sentados en
su misma mesa y no cesaban de vocear. No podía abstraerse de aquellos
pensamientos que le atormentaban. Todos los veranos ocurría lo mismo. Cuando
llegaba al pueblo, sentía la necesidad de reorganizar todos sus recuerdos. Las
primeras horas, ayudado por la cerveza y sus amigos, eran para situarse
espiritualmente, pensar que iba a ser otro verano sin Alenka y planear las
juergas habituales de la semana en el pueblo. Si bien, aquel verano probablemente no iba a ser igual, sus amigos intentaban empezarlo como
siempre.
Todo formaba parte
de un ritual. Los amigos, con o sin el primo, esperaban a Abundio para
pasar las primeras horas descontroladas, como si se fuera a acabarse la vida en
el planeta y no hubiera un mañana. El Femi y el grandullón de El Gorgo hacían
los preliminares con el Abundio medio empanado, hasta llegar al momento anécdota. Era el
momento en que, como si de una obligación se tratara, los dos amigos señalaban
a Abundio mientras contaban aquello que paso hacia unos cuantos veranos. El
“colorao” decían, mientras señalaban a
un Abundio pensativo y serio.
Hacia unos años, en el viaje hacia el pueblo, el viejo
coche de Abundio se estropeó unos kilómetros antes de llegar. Bajo el tórrido
sol que presionaba sin compasión desde el cielo y le exprimía todo el líquido corporal, esperó hasta que
pasara algún vehículo que lo llevara hasta el pueblo. Una vez en el pueblo,
buscar a Tomas que tenía el único taller mecánico de la zona, para que fuera a
rescatar el coche con su destartalada grúa que se caía a pedazos. Durante horas
no paso ni un alma, ni siquiera uno de aquellos ridículos vehículos agrícolas
que utilizaban los lugareños para desplazarse. Los amigos, cansados de
esperarle a la entrada del pueblo, cogieron unos paraguas para protegerse del
intenso sol y comenzaron a andar por la carretera. Pensativos y preocupados por
si ese año Abundio no iba a visitar el pueblo, pero ellos irían a buscarlo
hasta el cruce de la carretera nacional. Anduvieron todo el trecho que separaba
el coche estropeado y el pueblo, sin cruzarse tampoco con alma viva en todo el
camino. Después de un buen rato andando, se encontraron a Abundio. Allí estaba,
agazapado en una esquina, intentando aprovechar la escasa superficie de sombra
que provocaba el ángulo de inclinación solar apuntando sobre el desguarnecido coche. El pobre no estaba al punto,
estaba ya muy hecho. Colorado como un tomate y con síntomas de
desecación, igual que aquellos peces que colgaban en la cocina de la Aurelia. A
partir de ese momento y después de recoger el coche el mecánico Tomás, todo
volvió a ser como siempre. Cerveza, cigarrito y recuerdos a voces, pero desde
ese día aquella anécdota era obligatoria. Aquel verano estuvo toda la semana escocido y
colorado, sin servir de mucho los baños vespertinos en el rio.
Al señalarle El Gorgo mientras la contaba, Abundio le
miro, rompiendo así ese vacío mental en el que estaba inmerso, tratando de no
desilusionar a sus amigos que lo hacían con buena intención. Ellos insistían en
la vergüenza que pasó toda esa semana debido al color de su piel, pero para
Abundio aquella anécdota no era importante, solo una más. No recordaba ni
siquiera la vergüenza, sin embargo no podía olvidar la vergüenza que paso años
antes, cuando aún vivía Alenka en el pueblo.
En verano, los vecinos del pueblo combatían el calor
bañándose en el rio. Había una zona del rio donde el agua golpeaba con fuerza y
con los años se había formado una poza con más profundidad y los jóvenes más
valientes se tiraban a ella desde el puente de piedra que cruzaba el camino de
una orilla a otra del rio. Los insensatos lo hacían desde un poco más arriba,
en un saliente de la montaña que bordeaba el camino. Abundio no estaba en
ninguna de las dos categorías. Sin llegar a ser un cobarde, aquellos retos
escapaban a sus posibilidades. Solo intentó,
siendo pequeño, saltar desde el puente a la poza, porque a simple vista
parecía asequible. Solo El Gorgo había saltado y no dejaba de insinuar que el que no saltara por lo menos una vez en
la vida desde el puente, jamás seria un hombre de verdad. Acosado por la
insistencia de los comentarios y animado por la presencia de Alenka, que nadaba
junto a otras niñas cerca de ellos,
Abundio tomo la decisión de saltar. Pensó que no podía ser tan complicado, al
ver como todos los días se formaban largas colas para tirarse desde el puente.
Además podía servirle como acercamiento a Alenka, la cual ya empezaba a ver con
ojos adolescentes.
Se coloco en la cola hasta que le llego el turno. Esperó
a que se apartara de la poza el niño que
le precedía en la cola y se acerco al borde del puente, aparentemente decidido. Miro al rio, miro a Alenka y luego
miro a El Gorgo, como intentando buscar un fundamento sensato para lo que
estaba a punto de hacer. Cogió la posición e inicio el movimiento. Justo en ese
momento cambio de opinión, pero ya era
demasiado tarde, estaba más fuera que dentro del puente. La duda convirtió el
salto de su vida en una gran chapuza. Una chapuza de chapuzón, así era como lo
recordaba aquello Abundio. Un bochorno que le dejo muy colorado. Piel colorada
por el costalazo contra el agua y de cara por el sentimiento ridículo que le
persiguió siempre. La exposición al sol el día que se estropeo el coche años
después, no superaba el sonrojo vergonzoso que sufrió ese día en el rio. Pero
Abundio intentaba ver el lado bueno, aquel día fue el primero que Alenka estuvo
tan cerca y comprometida. Esta solo se acerco para interesarse por los
problemas del salto, con inquina, pero se acerco.
Desde ese día Abundio se iba dando cuenta de que había
cosas que la voluntad humana no era capaz de controlar. Había cosas que se le
imponían al hombre, lo sojuzgaban y sometían a su imperio con cruel despotismo.
Fue entonces cuando se dio cuenta de la deslumbrante belleza de Alenka. Abundio siempre buscaba la parte buena de
aquel mal chapuzón en el rio. Ese día comprendió que Alenka era muy guapa y que
aquella hermosura había encendido una hoguera abrasadora en su corazón. Eso era
algo nuevo que rompía en la persona de Abundio, el hasta ese momento
despreocupado e independiente curso de su vida.
No importaba que sus amigos intentaran hacerle sonreír
sin éxito, recordando el sofoco corporal del año que se averió el coche, la
anécdota que podía hacer sonreír a Abundio tenía una chica como protagonista.
Desde aquel fatídico día del chapuzón, hasta hoy mismo, Abundio acepto aquel
fenómeno ineluctable. No podía evitar acordarse de Alenka todos los días al acostarse.
Toda la vida pensó que aquellos sentimientos convertían a Alenka en un dulce
remanso de paz en un rio agitado, para cualquier hombre que la conquistara.
El Femi y El Gorgo jamás hubieran sospechado nada de esta
parte de Abundio y ya se encargaría de que siguiera así, por lo menos ese día.
Recién llegado al pueblo, sin un futuro definido y con otra ronda de cerveza en camino.
Continuara……
Autor-Miguel Bou
Foto-- Puente de piedra a Ganzo sobre rio Saja
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