Hace casi 28 años que entre en el
mundo ferroviario por obligación o por presión, no estoy seguro. Da igual, no
me sirven excusas, pues a día de hoy, sigo aquí atrapado por muchos motivos.
Entre ellos no se encuentra el amor al ferrocarril. Esto que suena un poco
moñas, cuando empecé se llamaba “flipao ferroviario” y ahora creo que se llama
“ferrofriky”, viene a significar lo mismo.
Con 17 años, deje toda mi vida (estudios y amigos, entre otras cosas) para irme al norte de España a trabajar en FEVE. Pronto empecé a transformarme, todo encajaba para empezar la conversión al típico
flipado por los trenes. Encima me pagaban. Poco
a poco perdía interés por el pasado y me empapaba de todo aquello. Todo era
perfecto, trabajar en el tren, con buenos compañeros y en un entorno
espectacular, naturaleza pura. Cuando llovía todo se transformaba en fisonomía.
Las montañas asumían tonos sombríos y opacos, desleídos entre la bruma,
mientras el paisaje estallaba en una reluciente y verde y casi dolorosa
estridencia. El traqueteo de los trenes sobre traviesas de madera, sonaba
diferente escuchado desde alguna de aquellas acogedoras estaciones situadas entre montes. El silbato
de las locomotoras de los trenes de mercancías, más graves y sonoros, rebotaban
entre las montañas hasta que desaparecían convirtiéndose, finalmente, en ecos lejanos, terminando en una resonancia
tenue e imperceptible. Era un lugar húmedo, triste y melancólico. Ideal. Aunque
siempre, aquel encanto particular que para mi tenían las tierras del norte, desaparecía con el sol continuado durante
varios días. Era el lugar perfecto para los amantes del los mal llamados “días
tristes”Con 17 años, deje toda mi vida (estudios y amigos, entre otras cosas) para irme al norte de España a trabajar en FEVE. Pronto empecé a transformarme, todo encajaba para empezar la conversión al típico
Esta aventura duro pocos años. Por obligación o por presión, tampoco estoy seguro, volví a la tierra donde nací, Valencia. Han pasado los años y me sigo dedicando a lo mismo. Ahora, cada día me monto en un supositorio repleto de personas. Lo conduzco a través del agujero del culo de la ciudad mientras observo un paisaje tétrico de tubos fluorescentes. Día tras día intento esquivar la mierda que me rodea pero ya resulta difícil no pringarse. Oficialmente, ya hace bastante tiempo que me desvinculé de la vida ferroviaria, por los mismos motivos que al principio lo hicieron perfecto, pero al revés. Me da asco trabajar en este tren, no abundan los buenos compañeros (compañerismo volátil) y el entorno es para vomitar.
Lo que fui y en lo que me he convertido. Solo quedan los recuerdos ¿Valdrá la pena conservarlos?
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