Intentando digerir las
palabras de su padre, Abundio se acercó al hueco de una puerta, buscando
protección del viento para encender un cigarrillo. Jamás hubiera esperado que
su padre le tratara de esa manera. No lo esperaba porque nunca tuvo el valor de
hablar con él de la manera adecuada. ¿Acaso no conocía bien a su padre? Abundio
no conocía a nadie, ni siquiera se conocía a sí mismo. Durante años había
tejido una telaraña que le servía de protección. Una telaraña de ignorancia,
alcohol y recuerdos. Una protección que ahora empezaba a ver como se
derrumbaba, atacada por los mismos factores que la sostenían frágilmente. Se
sentía un tonto por haber ignorado durante años el sentimiento noble e
inteligente de su padre, ahogándose en alcohol creyéndose empujado por sus
amigos y compadeciéndose a sí mismo por la pérdida de Alenka, que nunca fue
suya pero que recordaba cada noche como si alguna vez lo hubiera sido. La
solución a su existencia solo la tenía el, debía empezar por cambiarse a sí
mismo. Hubo un tiempo en que pensó que las personas no podían cambiar, que eran
como eran y por mucho que lo intentaran no podían convertirse en otras personas
diferentes, Año tras año, sus amigos le esperaban a su llegada al pueblo para
hacer lo mismo que el año anterior. Siempre lo mismo y siempre la misma
amargura. El Gorgo, aunque pasaban los años, no cambiaba. El Femi siempre se
comportaba de la misma manera. El mismo e incluso su padre, veían pasar la
semana de vacaciones en el pueblo, como una rutina viciada. Pero ahí estaba el
problema, solo era esa semana. Cuando volvía a la ciudad a trabajar, su rutina
era otra y desconocía totalmente como era la del pueblo sin estar él allí. Que
hacía El Gorgo el resto del año o El Femi o su primo Woody, eran una incógnita
que desconocía y que no se esforzaba por conocer durante la semana que pasaba
en el pueblo. Ensimismado en su ignorancia forzada, dejaba pasar los días
narcotizado con alcohol, como si todo fuera un simple trámite.
Ahora tenía claro que su
débil personalidad no tenía nada que ver con su padre y que de nada servía
esconderse en el alcohol porque ya no se trataba de un trámite semanal, estaba
en el pueblo para quedarse. La lección de su padre le había dejado perplejo,
aunque le hubiera dicho que se fuera al bar que El Gorgo le estaría esperando.
La sinceridad de su padre le hacía pensar que su problema no era el alcohol,
era él mismo y no podía esperar más tiempo en buscar una solución.
Continuo su camino hacia el
bar, inflando su pecho a tope en cada calada que daba al pitillo, convirtiéndolo
en un irregular cilindro de ceniza compacta que no llegaba a desprenderse de la
parte que aun estaba sin quemar. El desquicio y rapidez en la absorción de la nicotina
toxica del cigarrillo, empezaba producirle un leve mareo visible al andar y un
sudor que le refrescaba la cara con el contacto de la leve brisa que iba y
venía según la orientación de la calle.
En uno de esos traspiés,
ayudado por la irregularidad de los adoquines, salió de una esquina en
dirección a Abundio la Elodina, su tía y madre de Woody. Los padres de Abundio
habían vivido toda la vida en el pueblo, sin embargo muchos de sus habitantes
no podían explicar como la Aurelia y la Elodina eran hermanas. Eran tan
distintas que no lo parecían. La bondad y ternura que desprendía la Aurelia no
casaba con lo arisca que era Elodina. Para ella todo estaba mal, nunca veía
nada correcto y sentía la áspera necesidad de criticar todo lo que le obligaba
a abrir la boca para hablar. Esa era la explicación que Aquilino, soltara
tantas veces en casa “tú hermana Elodina, calladita está más guapa”. Palabras
que a la Aurelia solo le producían una leve sonrisa ausente de molestia ya que
esas palabras podían tomarse como un cumplido. Elodina era tan fea y descuidada
que nunca hubo hombre lo bastante valiente como para pretender algo con ella.
Lo que no gustaba a la madre de Abundio era que recalcara que la ausencia de
roce con varón, la habían convertido en una amargada. Estas palabras, Aquilino
siempre evitaba decirlas, aunque se le escapaban alguna vez. Después de morir
la Aurelia, la relación de Elodina con su cuñado empeoró. En el sepelio, con el
pueblo entero presente para despedir a Aurelia, desató su ira y repartió
desprecios para muchos de los presentes, en especial para el padre de Abundio.
Algunos de los que allí estaban llegaron a decir que solo le faltó rebuznar. Aquilino
siempre afirmó que si lo había hecho y además en otros idiomas que solo
entendía el ganado, por eso no entendía porque lo sentencio al menosprecio, culpándolo de la enfermedad y posterior muerte
de su mujer, Aurelia.
Todos los años Abundio
trataba de evitar a Elodina si era posible. Algún año ni siquiera la había
visto y estando con sus amigos, nunca escuchó una palabra a su primo Woody, en la que nombrara a su madre. Pero ahora ya
no podía evitarla, la tenía justo delante sin posibilidad de escape.
--Hola Abundio, ya me dijo
tu padre que estabas en el pueblo. ¿Cómo estás? A ver si te pasas a verme algún
día por casa y me cuentas cosas de la ciudad. Tu primo dice que va contigo pero
nunca me dice donde.
Aturdido por la nicotina y
descolocado por la falta de hostilidad, Abundio tiró la pavesa del cigarro lejos, con la sensación
de estar haciendo algo malo.
--Hola tía. Si estoy casi
siempre con Anselmo, en el bar charlando
y a veces vamos a nadar al rio—le contesto tratando de ser respetuoso y no
utilizando el mote para nombrar a su primo.
--Muy bien, me alegro. Bueno
me voy, que tengo que hablar con tu padre para preparar la comida. Adiós. ¡Y sonríe un poco Abundio, que estás muy serio siempre!
No podía creer lo que estaba
pasando, tenía la sensación de que no habían existido los últimos años. Estaba
confundido y a la vez emocionado. Se sentía bien. Puede que la telaraña que
creía tener de protección, se rompiera hace años y solo Dios sabia porque.
Desde entonces lo único que había hecho era cavar un pozo. Un pozo sin escalera
por la que volver a subir y que cada año cavaba más profundo, encontrando mas
oscuridad, incapaz de ver la realidad. Una simple conversación con su padre. Un
encuentro fortuito con su tía, totalmente diferente a lo que recordaba de ella
como persona. Con una buena relación con Aquilino, su padre. Lo único que
conservaba y no era diferente, su fealdad. Seguía siendo fea como una vaca
desnutrida. Dos retales aparentemente insignificantes, que le habían
proporcionado una paz interior que desconocía. En un momento había soltado
tanto lastre de culpabilidad que sentía como si flotara por encima del suelo.
Ascendía flotando por el pozo, acercándose a la luz exterior.
Encendió otro cigarrillo,
miró a su alrededor y sintió ganas de correr como un niño, patear una pelota o
saltar lejos, muy lejos. Sensaciones que hacía tiempo que no sentía, solo tenía
que recordar como sonreír. Sus músculos faciales debían haber olvidado el
movimiento para provocarla, después de tanto tiempo de amargura. Pero era
pronto para cantar victoria, solo era una mañana diferente después de mucho
tiempo y condicionada por una serenidad
manifiesta por la ausencia, desde hacía horas, de intoxicación etílica. Aun
debía encontrarse con sus amigos y ver que ocurría.
Quién sabe si su futuro
después de aquel verano, iba a estar marcado por aquel día concreto.
Continuará….
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