Una tarde de picnic en el
campo, me junté con una persona no habitual y
descubrí que tenía el mismo problema que yo, estaba obsesionada con la teoría
de las conspiraciones y manipulaciones a las que estamos sometidos los
ciudadanos de a pie. Aseguraba que añaden, intencionadamente, sustancias en determinadas comidas para
hacerlas adictivas, escondidas en conservantes, colorantes o parecido.
Me puse a rebuscar en mi
atrofiado cerebro y encontré cosas que podían dar por buena aquella teoría. No
me estoy refiriendo a la adicción que te puede crear el chocolate o los dulces,
sino a ciertos alimentos anti natura que engordan a lo bestia y que por alguna razón,
no puedes parar de comerlos o desear comerlos. Incluso algunos slogans
publicitarios ya utilizan aquello de—a que no puedes comer solo una o cuando
haces pop ya no hay stop—
Vale, ahora todos dirán que
eso es evidente, que todo el mundo lo sabe, pero que están muy buenos esos
productos. Es normal encontrarse en esos picnics que he hablado antes, alguien
que lleva esa bolsa de “snacks” novedosos que nadie ha probado o el típico bollo
industrial que, al probarlo, te ves obligado a adquirirlo en tu próxima visita
al supermercado. Mi recuerdo más lejano de este fenómeno de no parar de comer o
desear comer algún producto, se remonta
a las papas aquellas que tenían una cara con una gran sonrisa en la bolsa. De
eso hace más de treinta años.
Aunque parezca una tontería,
que lo es, todo esto lo pensé el otro día mientras cortaba unas rodajas de fuet.
Me acordaba de aquellos tiempos que un amigo mío se comía el fuet a bocados y
yo a rodajitas entre el pan. El mismo fuet a mi me engordaba y él era fino como
un palillo, pero no es esa la cuestión. La cuestión es que todos nos lo comíamos
sin quitarle esa piel blanquecina que lo
envolvía. ¿Quién pelaba el fuet? Casi nadie, es que no sabía igual. Por eso acabaron vendiéndose dentro
de una bolsa, porque todos los manoseaban. Hasta los fabricantes sabían de
sobra que nadie, absolutamente nadie, le quita la piel. Ese día, yo cortaba rodajas del fuet mas barato que había
en el súper, en su bolsita por supuesto, y veía como se desprendía sola aquella
capa blanquecina. Puede que antes la piel se confeccionara con algún tipo de
tripa del cerdo o que se yo, pero lo que yo cortaba era plástico, sin duda. Pero
a pesar de eso, el recubierto blanco sabe igual que antes. Qué demonios esconderá
esa capa blanca del envoltorio y ¿estará controlado sanitariamente? Lo más
seguro es que haya control, pero yo veo engullir bolsas de papas, con sabores extraños, a
velocidad vertiginosa y también tendrán control sanitario. Ponle a tu hijo un
plato repleto de lechuga ecológica y observa lo que tarda en comérselo, si es
que consigues que empiece.
La explicación es fácil,
algunos alimentos contienen sustancias que inciden en partes de nuestro cerebro
creando una supuesta adicción, como las drogas o la manipulación visual mediática.
Incluso creo que alguna de esas sustancias encubiertas se podría considerar
droga, pero como pasa en la difusión mediática,
no todo va destinado a manipular, a veces solo quieren atontar. Una idea, porque esas galletas negras con
blanco dentro, no las fabrican solo con lo blanco. No habría que sufrir viendo el absurdo de separarla y chupar lo de
dentro.
Que sí, que cada uno se
atonte como quiera, yo seguiré con el fuet, pero pelado. Me da unos ardores para
morirme y me sienta fatal, pero por lo menos evito esa sustancia blanquecina
que lo envuelve.
Y no me digas que tú siempre
lo has comido sin piel que no me lo creo, seguro que alguna vez has probado pillín.
No continuará seguramente…
Y sí, la foto es mia.
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