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sábado, 19 de julio de 2014

POR UNAS RODAJAS



Una tarde de picnic en el campo, me junté con una persona no habitual y  descubrí que tenía el mismo problema que yo, estaba obsesionada con la teoría de las conspiraciones y manipulaciones a las que estamos sometidos los ciudadanos de a pie. Aseguraba que añaden, intencionadamente,  sustancias en determinadas comidas para hacerlas adictivas, escondidas en conservantes, colorantes o parecido.
Me puse a rebuscar en mi atrofiado cerebro y encontré cosas que podían dar por buena aquella teoría. No me estoy refiriendo a la adicción que te puede crear el chocolate o los dulces, sino a ciertos alimentos anti natura que engordan a lo bestia y que por alguna razón, no puedes parar de comerlos o desear comerlos. Incluso algunos slogans publicitarios ya utilizan aquello de—a que no puedes comer solo una o cuando haces pop ya no hay stop—
Vale, ahora todos dirán que eso es evidente, que todo el mundo lo sabe, pero que están muy buenos esos productos. Es normal encontrarse en esos picnics que he hablado antes, alguien que lleva esa bolsa de “snacks” novedosos que nadie ha probado o el típico bollo industrial que, al probarlo, te ves obligado a adquirirlo en tu próxima visita al supermercado. Mi recuerdo más lejano de este fenómeno de no parar de comer o desear comer algún producto,  se remonta a las papas aquellas que tenían una cara con una gran sonrisa en la bolsa. De eso hace más de treinta años.
Aunque parezca una tontería, que lo es, todo esto lo pensé el otro día mientras cortaba unas rodajas de fuet. Me acordaba de aquellos tiempos que un amigo mío se comía el fuet a bocados y yo a rodajitas entre el pan. El mismo fuet a mi me engordaba y él era fino como un palillo, pero no es esa la cuestión. La cuestión es que todos nos lo comíamos sin quitarle esa piel  blanquecina que lo envolvía. ¿Quién pelaba el fuet? Casi nadie, es que  no sabía igual. Por eso acabaron vendiéndose dentro de una bolsa, porque todos los manoseaban. Hasta los fabricantes sabían de sobra que nadie, absolutamente nadie, le quita la piel. Ese día,  yo cortaba rodajas del fuet mas barato que había en el súper, en su bolsita por supuesto, y veía como se desprendía sola aquella capa blanquecina. Puede que antes la piel se confeccionara con algún tipo de tripa del cerdo o que se yo, pero lo que yo cortaba era plástico, sin duda. Pero a pesar de eso, el recubierto blanco sabe igual que antes. Qué demonios esconderá esa capa blanca del envoltorio y ¿estará controlado sanitariamente? Lo más seguro es que haya control, pero yo veo engullir  bolsas de papas, con sabores extraños, a velocidad vertiginosa y también tendrán control sanitario. Ponle a tu hijo un plato repleto de lechuga ecológica y observa lo que tarda en comérselo, si es que consigues que empiece.
La explicación es fácil, algunos alimentos contienen sustancias que inciden en partes de nuestro cerebro creando una supuesta adicción, como las drogas o la manipulación visual mediática. Incluso creo que alguna de esas sustancias encubiertas se podría considerar droga, pero como pasa en la difusión  mediática, no todo va destinado a manipular, a veces solo quieren atontar.  Una idea, porque esas galletas negras con blanco dentro, no las fabrican solo con lo blanco. No habría que sufrir  viendo el absurdo de separarla y chupar lo de dentro.
Que sí, que cada uno se atonte como quiera, yo seguiré con el fuet, pero pelado. Me da unos ardores para morirme y me sienta fatal, pero por lo menos evito esa sustancia blanquecina que lo envuelve.
Y no me digas que tú siempre lo has comido sin piel que no me lo creo, seguro que alguna vez has probado pillín.

No continuará seguramente…
Y sí, la foto es mia.

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