En el bar se podía ver algo
más de ambiente de lo habitual. Era lo normal cuando llegaban los días de
fiesta. Abundio entro decidido, sin vergüenza alguna, con la cabeza elevada
dirigiendo la vista hacia varias direcciones, observando las mesas con gente que
llenaban la terraza. No como otros días, que se sentía atemorizado por la
presencia de otros que no fueran sus amigos y agachaba la cabeza hasta que
estaba junto a ellos o llegaba a la barra del bar.
Efectivamente, como le había
dicho su padre, ya estaba El Gorgo allí. Y también El Femi y Woody, que
contenían al grandullón para evitar una de sus típicas broncas. Estaba
visiblemente bebido y en ese estado
siempre se volvía violento. Cualquier tontería le hacía apaciguarse un rato, hasta
que se le volvían a cruzar los cables. Esta vez fue la llegada de Abundio al
bar, la razón que hizo que apartara a El Femi y al primo de un zarpazo,
separándolos violentamente.
--¡Hombre Abundio! Si que
has tardado ¿Dónde te habías metido? Tomate algo ¿qué te pido?—voceó El Gorgo,
como si quisiera que lo oyera todo el bar.
--¡Venga, un mosto!—contestó
Abundio convencido y sin pestañear.
--¡Vale! ¿Blanco o
colorado?—añadió El Gorgo.
--¡Blanco!—respondió
Abundio.
--¡Marchando un mosto blanco
para mi amigo Abundio!
Abundio era el que mejor
manejaba a El Gorgo, pero nunca hubiera imaginado que pediría algo sin alcohol
sin que aquel saco de músculos montara en cólera. Lo normal hubiera sido
cerveza o licor, pero se iba a tomar un mosto para seguir disfrutando un rato
más de la entereza con la que empezó el día. Aunque no descartaba, como
mínimo, alguna cervecita durante el
resto del día.
Abundio, El Gorgo y Woody se
sentaron en una mesa en la terraza, mientras El Femi en una esquina camelaba a
una chavalita muy joven, que le miraba sonriente escuchando sus parafernalias
típicas de ligón.
Parecía mentira que
conociendo como era El Femi, las chicas del pueblo le siguieran haciendo caso. Tenía
algo cuando hablaba con ellas que era imposible de igualar, además de una
figura estilizada que le ayudaba en esos menesteres. Eso era lo que más
intrigaba a El Gorgo que se empeñaba en insistir que las chicas preferían los
músculos de un hombretón como él. Todos sabían que estaba equivocado, pero
nadie se atrevía a decirle cual era su error. No podían compararse los músculos
con la verborrea hipnótica y galante que poseía El Femi con las mujeres. No
discriminaba y era capaz de utilizar métodos rebuscados para conseguir su único
fin. Más de una vez sorprendía a todos cuando en conversaciones pretenciosas en
las que estaban todos los amigos con un grupo de chicas, El Femi se interesaba
por la chica menos interesante o exuberante. Más aun cuando comprobaban que con
este método acababa engatusando a todas las chicas presentes, quedándose el
resto de amigos sin ninguna posibilidad. Los amigos ya se había acostumbrado a
este tipo de estrategias y no había envidia alguna, salvo cuando marchaba solo con alguna de ellas, habiéndole
adjudicado prematuramente, ninguna posibilidad
de acabar así.
El Gorgo parecía
intranquilo, hinchaba el pecho de aire y lo soltaba rápidamente, subía y bajaba
sus pezuñas constantemente de la silla a su derecha que debía ocupar El Femi.
Dirigía su mirada de manera compulsiva hacia Abundio, Woody y el resto de
personas presentes en el local, mientras acomodaba su trasero una y otra vez en
la silla. De vez en cuando, paraba y se metía un trago de licor a garganta
abierta, de aquella copa que parecía una pecera.
--¿Qué te pasa
Gorgo?—pregunto Abundio por romper el hielo y comprobar si el mosto era el
causante de aquella intranquilidad.
--¡Nada Abundio! Solo
pienso—respondió el.
--¿En qué piensas?—insistió.
Se quedaron mirándose unos
segundos en silencio, volvió a mirar a todos los presentes como si siempre
siguiera el mismo orden y apuro de un trago el licor que quedaba en su copa.
--Pienso que estoy harto de
vivir. Harto de este pueblo, de su gente y de mi maldita existencia—Dijo El
Gorgo de un tirón como si llevara tiempo ensayándolo.
Woody se levanto de la mesa
con sigilo, como intentando no hacer ruido y se alejo hacia el interior del
bar. Era capaz de oler el peligro, sus locuras temporales le habían dotado del
poder para oler el peligro, aunque su desbarajuste mental, más de una vez lo
empujaba directamente a lanzarse sin pensar, al peligro más grande. Pero
tratándose de El Gorgo, era mejor poner tierra de por medio.
--¿Qué problema tienes
amigo? ¿Estás harto de la vida, de tu vida, de lo que eres, de lo que
serás?—arremetió Abundio con intención de despistar.
--¡Estoy harto y punto! No
me líes Abundio.
Woody se había quedado de
pie en el acceso de la terraza al bar, mirando hacia los amigos y sosteniendo
dos cervezas, una en cada mano.
--No te enfades Gorgo,
recuerda que soy tu amigo. Entiendo perfectamente lo que te pasa. A mí me pasa
lo mismo, también estoy muy harto. Y El Femi, a pesar de que siempre está con
alguna muchacha, como con esa que está ahora y a la que dobla en edad. O el
Woody, que se ha alejado asustado por el temor a recibir el primer sopapo.
Todos estamos hartos amigo mío. Cuando éramos pequeños no necesitábamos nada
especial para divertirnos. Acuérdate de aquellas largas conversaciones, los
días de lluvia, bajo el techado del tío
Genaro. Míranos ahora. Mírate Gorgo, por más que me esfuerzo no recuerdo la
última vez que te vi sobrio y tranquilo. Año tras año, la semana que vengo al
pueblo se convierte en más rutinaria e insana ¿Qué intentáis dilapidar bebiendo
como vikingos cada día? ¿Qué tratáis de ahogar con cada trago del nocivo licor?
La falta de afecto familiar, la soledad, la envidia de un trabajo en la ciudad
que seguro os mataría de aburrimiento, una corta semana que acaba haciéndose
larga ¿Por qué? Porque presentís que no merece vivir la vida para eso. ¿Y yo?
Cada sorbo de licor me acerca a un amor inalcanzable, lleno el vacio que dejo
mi madre, acompaño una soledad que hoy descubrí que es falsa ¿Por qué? Porque
también creo que no merece vivir la vida para eso. Porque siento que no merece
vivir para nada; porque una vida, con una finalidad determinada, se convierte
en una tortura; y, sin ninguna finalidad, en algo insípido.
El Gorgo escuchó las
palabras de Abundio sin respirar casi. Ya no miraba impulsivamente a todos lados,
sus ojos sin expresión, clavaban a Abundio sin pestañear. Woody se acerco
lentamente a la mesa, separo su silla alejándola un poco de El Gorgo y puso una
de las cervezas que llevaba en las manos delante de Abundio.
--Primo ¿Estás bien? ¿Te
ocurre algo? Te veo raro—Dijo Woody en tono compasivo.
Abundio agarro la cerveza
con tanta fuerza que parecía temer que se escapara y apuro media de un solo
trago. Con la misma fuerza la dejo en la mesa con un golpe que provoco que el
escaso contenido que quedaba, desbordara por arriba mojándole la mano.
--No, no me pasa nada. Este
año no voy a volver a la ciudad, me quedo en el pueblo para siempre. Quiero vivir sin condena. Quiero disfrutar de
la vida porque aun estoy a tiempo. Quiero hacerlo con vosotros, porque somos
amigos y siempre lo hemos sido. Propongo que vayamos al rio a nadar y que después
disfrutemos de la cabalgata de presentación de las fiestas. Propongo que
bebamos, todo lo que haga falta. Que bebamos para vivir y no que vivamos para
beber, como hemos hecho hasta ahora ¿Qué os parece?
Se escucho el sonido de una
bofetada donde estaba El Femi, Abundio y Woody miraron hacia su amigo y vieron
como se alejaba la chavala que estaba con él y como El Femi se marchaba en
dirección contraria llevándose la mano a la cara. El Gorgo ni se inmutó, seguía
con sus ojos clavados en Abundio. De repente se levanto como poseído por un ser
de ultratumba y le arreó una patada a la silla vacía donde debía estar El Femi,
enviándola a varios metros golpeando todo lo que pillaba en su camino.
--¡Maldita sea! ¡Me cago en
tu calavera Abundio, ya me has hecho el lio!
Miró otra vez hacia todos
lados y volvió a mirar a Abundio, acto seguido salió corriendo de la terraza y
se alejó corriendo como si le persiguiera el mismísimo diablo. Woody que estaba
loco pero no tonto, salió corriendo detrás de El Gorgo a los pocos segundos.
Allí quedó Abundio solo, con sillas tiradas por el suelo
a su alrededor y observado atónitamente por el resto de personas que estaban
disfrutando de la terraza del bar.
Cogió tranquilamente la
cerveza y le dio un pequeño sorbo,
mirando el paisaje que llenaba el horizonte y pensando que había dicho lo que sentía. Que
era lo correcto y estaba dispuesto a acabar lo que había empezado ese día,
aunque tuviera que hacerlo solo.
Continuara….
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