Abundio nunca hubiera
imaginado que en el primer arranque de sinceridad para explicar sus
sentimientos, iba a terminar de manera
tan dramática. Tampoco que El Gorgo, su leal amigo, huyera despavorido como si
hubiera visto al mismo diablo. El hombretón más valiente del pueblo,
desarbolado por unas simples palabras. No podía ser, algo no encajaba.
Al verse solo, suspiró con
tal fuerza que hizo volar la ceniza acumulada en el cenicero que había en la mesa.
Avergonzado por la nube que había levantado, miró a su alrededor con intención
de disimular. Justo detrás había una mesa con un grupo de chicas que le miraban
y murmuraban sin parar. Empezó a notar como todo su riego sanguíneo del cuerpo
se concentraba en su cara, que empezaba a coger color. En un intento de
provocar que circulara la sangre y no se acumulara justo ahí, se levantó para
arreglar el desorden de sillas que había provocado El Gorgo, al darle una
patada brutal a una de ellas. Se volvió a sentar tratando de ignorar al grupo
de chavalas que ya reían de forma más jocosa. Tratando de ignorarlas, se quedó
absorto con el sonido que producía el repicar de las campanas de la iglesia de
San Isidoro.
Cuan diferente sonaba el
volteo desenfrenado de las campanas anunciando el inicio de las fiestas. Que
distinto era escucharlas de esa forma y no de cerca, en su habitación y
resacoso después de una noche de borrachera. Imaginaba al capellán o quien
fuera, tirando impulsivamente de una cuerda para hacer girar aquellos monstruos
metálicos para que sus badajos golpearan en los laterales, produciendo
distintas melodías. Solo lo imaginaba, nunca lo había visto, hacía años que ya no
funcionaban así las campanas. Don Antonio, el cura, tenía un panel con varios
botones y solo tenía que elegir lo que quería que las campanas anunciaran, la
tecnología hacia el resto.
Obviando las risitas y
murmullos femeninos a su espalda, cogió el botellín de cerveza, utilizando solo
unos dedos, como haría un catador
profesional con una copa de vino caro. El escaso liquido que quedaba estaba ya
caliente y la espuma se adhería a los bordes dibujando estampitas con burbujas.
Las miraba fijamente mientras rebuscaba en su cabeza alguna explicación a la
reacción de El Gorgo.
Ausente y como si aguantara
la respiración para no provocar otra nube de cenizas, escuchó como alguien le
llamaba. Levantó la mirada y era El Femi, venía por la calle hacia el bar.
--¿Qué pasa Abundio, donde
ha ido El Gorgo?
Sin mirar a Abundio, El Femi
inició su típica localización de chavalitas cercanas, deteniendo su mirada en
las que a simple vista cumplía los requisitos de selección, para después
continuar un circular barrido visual del entorno, hasta volver a mirar a su
amigo.
--No sé. He tratado de
explicarle lo cansado que estoy de hacer lo mismo todos los años y cuando he
dicho que hoy podríamos ir a nadar al
rio, se ha cagado en mi calavera y se ha ido. Y mi primo detrás—contesto
Abundio con tono de preocupación.
--No se lo tengas en cuenta.
El grandullón ha tenido un invierno difícil ¿no te ha contado nada? Dale
tiempo, ya te lo contará.
--No Femi, ese es el
problema. Cada año, cada semana que vengo al pueblo, siempre acabamos igual. No
hablamos como lo hacíamos de jóvenes. Siempre acabamos borrachos, El Gorgo en
alguna bronca que termina pagando Woody y tu cada día desapareces con alguna
chica, que a la fuerza, la mayoría de días acabas con las mismas, porque el resto ya te han visto el plumero ¿Y
yo? Pues lo mismo, a dormir la borrachera, para levantarme fatal al día
siguiente, arrepentirme y no tardar ni un par de horas en empezar a beber otra
vez.
El Femi soltó una débil risa
y se levanto de la mesa.
--No me líes Abundio, voy a
pedir unas cervezas. Piensas demasiado.
--Espera Femi ¿tú eres feliz
así? Dime la verdad—Arremetió Abundio antes de que marchara a la barra del bar.
El Femi se quedo mirando a
Abundio y sin contestar, cogió el botellín vacio de la mesa y se dirigió al interior del bar.
Abundio desvió la vista
hacia la mesa de las chicas para comprobar, efectivamente, que todas tenían los
ojos clavados en su amigo alejándose y al mismo tiempo, se decían cosas al oído.
La verdad es que la naturaleza había dotado a El Femi de un cuerpo y un incomparable estilo para moverlo, que
explicaba con lógica aplastante, el interés que despertaba en las chicas.
Generalmente aquellas que ya tenían la categoría de mujer, habiendo abandonado
la de niñata engreída, hiciera poco o mucho; a él no le importaba y no
discriminaba edades mientras fueran mayores de edad.
Al poco apareció El Femi otra vez en la terraza
con dos copas de licor en la mano, con la típica soltura y desparpajo en sus
andares. Se sentó y puso una de las copas delante de Abundio.
--¡Toma Abundio, bebe!
Después de tantos años, no hay manera de que te quites de la cabeza a la
polaquita Alenka. Ya va siendo hora de
que empieces a olvidarla y te centres en otras chicas. En esas de ahí detrás,
sin ir más lejos.
--No amigo, no quiero licor
y no estoy hablando de Alenka. Más bien te hablo de este copazo, que es lo mismo
de lo que he hablado con el descerebrado saco de músculos que se marchó
corriendo. Estoy cansado de esconder la realidad tras el alcohol. La vida tiene
mucho más que ofrecernos que borracheras y descontrol insano ilimitado.
--¡Pero que me estas
contando Abundio!—Dijo El Femi en voz alta y levantándose de la mesa.
--¡Espera Femi! no huyas
como ha hecho El Gorgo. Escúchame solo un momento—imploró Abundio, tratando de
retener a su amigo.
Sin dejar de mirar hacia la
mesa que estaban las chavalas, levanto la copa y le dio un sorbo al abrasivo
licor que le cambió la cara al notar una quemazón en su garganta.
--Venga pues Abundio, dime qué
demonios quieres, pero date prisa que no quiero que se vayan esas chicas.
--¿Dónde van a ir? Son del
pueblo, las conoces de toda la vida y les doblas casi la edad. Además parece
que has olvidado que la morenita voluptuosa te ha dado un bofetón hace solo un
rato.
--Si es verdad, me ha
marcado la cara. Pero ya verás cómo antes de mañana la tengo en el bote.
--No apostaría lo contrario,
llevo años comprobando tu destreza innata ¿No te aburres? ¿Qué haces el resto
del año? Nunca has pensado que solo es una manera de llenar un vacío en tu vida.
Podrías aprender el oficio de zapatero que tiene tu padre y sentar la cabeza
con la fiel compañía de alguna de esas chicas de las que pareces aprovecharte.
El tiempo se acaba y pronto nos quedaremos solos, sin opción de evitar un fatal
desenlace cuando nuestros cuerpos no aguanten más estos excesos.
--¡Mierda Abundio, déjame en
paz! No me sermonees, pareces mi madre.
El Femi se puso de pie y sin
mirar a Abundio, apuro la copa de un solo trago y se dirigió hacia la mesa que
estaban aquellas chicas.
La morena que le había calentado
la cara, con los brazos cruzados, era la única que no le miraba. Parecía enojada
y veía sorprendida como sus compañeras de mesa repasaban al Femi de arriba a
abajo, dándose codazos al ver que se acercaba. Aparentaban una cierta
complicidad, pero en realidad parecían competir
entre ellas para ver cuál era la afortunada que tendría al Femi sentado a su
lado. Todas menos la morena claro, que seguramente callaba por sentirse
demasiado recatada en comparación a sus amigas.
Abundio volvió a quedarse
solo, esta vez con una copa de licor delante, al alcance de su mano.
No habían pasado ni unos
minutos cuando empezó a oír, otra vez, las carcajadas de aquellas muchachas. A
punto estuvo de mirar hacia ellas, pero
aguanto. Sabía de sobra lo que estaba ocurriendo, aunque debido al volumen de
las risas, no podia escuchar a su amigo.
Frente a lo que parecía el
segundo fracaso de un día que no había comenzado
mal, empezó a tener serias dudas sobre sus intenciones. Su ansiado plan para
cambiar aquel verano y, quien sabe, si también su futuro en el pueblo, hacía
agua por algún sitio y empezaba a hundirse. La pieza clave para su futuro en el
pueblo, la formaban sus amigos. Si no conseguía implicarlos, se vería obligado
a cambios radicales, que le asustaban solo de pensarlos.
Parecía claro que el grupo
de amigos eran demasiado adultos para escuchar sermones de alguien de su edad.
Su ritmo de vida les obligaba a escuchar los de sus padres constantemente. Por
eso Abundio no podía entenderlo, les hablaba como amigo sincero y ellos
expresaban un rechazo paternal. Puede que en el fondo no fueran tan amigos o
que no hubiera utilizado bien las palabras. No quería dar marcha atrás, aunque ya
empezaba a tener dudas de si conseguiría hacer diferente aquel verano. Pero si tenía
muy claro que quería hacer diferente su futuro y lo estaba intentando desde
primera hora del día. Aun quedaba mucho día y vida por delante, puede que no
estuviera todo perdido. En un pueblo así, era difícil esconderse, tendría más oportunidades para explicarse
mejor ante sus amigos.
Esforzándose para no mirar
con cada risotada que oía detrás, donde El Femi tenía hipnotizadas a las
chavalas con su sensacional verborrea ligona, fijó su mirada sobre la copa de
licor, llena casi hasta los bordes. Justo al escuchar la siguiente risa, agarró
la copa y se apretó todo el licor de golpe apresuradamente.
--¡A la mierda todo!—dijo en
voz alta, golpeando la mesa con la copa vacía.
Continuara…
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