Era normal ver a Abundio con
semblante serio y pensativo, por eso disimulaba perfectamente la desilusión que
le invadía en ese momento. La cruda realidad acontecida con sus amigos parecía haberle apartado, con un empujón, del
buen camino que había tomado al comenzar el día. Pero a pesar de todo, él quería
pensar que solo se trataba de un pequeño contratiempo, una equivocación que le
obligaba a dar un pequeño rodeo pero que la dirección seguía siendo la
correcta; simplemente debería invertir más tiempo en recorrerlo.
Con la garganta resentida
por la bravuconada innecesaria que acababa de hacer bebiéndose de un trago una
copa de licor, se levanto a la barra a conseguir otro botellín de cerveza para
refrescar. De nada servía obsesionarse, no podía ser peor que cualquier día en
el pueblo en los últimos años o eso quería creer. Además, necesitaba algo
fresco para rebajar el sopor producido por el licor.
Salió otra vez a la terraza,
cerveza en mano y cabizbajo. Sin levantar la mirada, se dirigió a la mesa que
estaba antes de ir al interior del bar. Al acercarse, levantó la vista y vio
que la mesa no estaba vacía como la dejó. Justo en la silla que estaba antes,
se había sentado la chica morena del grupo que estaba detrás, donde las otras
chicas continuaban alegres y riendo con El Femi. Era la chica que le había dado
el bofetón a su amigo y ya estaba demasiado cerca para ignorarla o hacer como
si no la hubiera visto. Aun así hizo un quiebro con la cabeza en busca de otra
mesa libre para poder escapar.
--¡Espera Abundio, no te
vayas! Siéntate y hablemos un rato—se apresuró la chica al sospechar que no se
sentaba.
Sin mirarla a la cara, aparto
una de las sillas, tomó asiento y llevo a su boca el botellín, para dar un
pequeño sorbo. Al separarlo de sus labios, rebosaron unas pocas gotas de líquido
y salieron disparadas, casi alcanzan a la chica. Otra vez Abundio empezó a
acumular su riego sanguíneo en la parte alta de la cabeza, cambiándole el color
de la cara. Fue entonces cuando la miró.
--¡Perdona! Hola ¿Quién
eres?—le dijo Abundio serio y esquivo.
Evidentemente, hacia tanto
tiempo que no se encontraba en una situación forzada como esa, que se quedó
totalmente en blanco. Lo único que parecía recordar, era que no recordaba sonreír.
Tampoco podía explicarse de otra forma, que cuanto menos expresara una leve sonrisa,
para aliviar un poco la tensión. Su tono de voz era el de alguien asustado,
como si hubiera hecho algo malo. Le miro a la cara y pensó unos segundos, pero
no conseguía saber quién era la chica. Ella, al notar el apuro de Abundio sonrió con la
soltura de una mujer segura de sí misma y sabiendo que ya tenía el toro cogido
por los cuernos. Ese dominio innato femenino, que convierte a las mujeres en el
sexo dominante. Una notoria madurez en la expresión, a pesar de lo joven que
parecía.
--Soy Carol, la hermana de
Sandra fue al colegio contigo aquí en el pueblo ¿no te acuerdas?—dijo muy
animada.
Abundio, con un nudo en la
garganta que le impedía hablar, la miro temeroso, como tratando de digerir el momento.
La falta de costumbre en el trato femenino, le impedían reaccionar con soltura.
Tenía ante él a una guapísima morena,
con un cuerpo perfecto y que además parecía estar interesada en algo. No hacía
mucho que esa misma chica le había regalado un bofetón, de esos que humillan, a su amigo Femi; que seguía a lo suyo con el
resto de chicas en la mesa de detrás. Los nervios tenían bloqueado a Abundio,
sin decir nada volvió a coger la botella para dar otro trago, esta vez con
cuidado de no salpicar.
--¿Por qué estas
enfadado?—insistió ella.
--No, no es nada—respondió
Abundio.
Por más que se esforzaba,
Abundio no reconocía a la chica. Si que recordaba a su hermana Sandra, la que
iba con él al colegio. Recordaba que era fea, de las más feas de la clase la
pobrecita. Aquella chavalita no podía ser hermana de Sandra, era
voluptuosamente hermosa. Sin querer, Abundio parecía haberse topado con otro de
los problemas que convertían su vida en un aburrimiento. Capaz de recordar a
Sandra, pero solo como una chica fea. Seguramente porque en aquel entonces solo
tenía ojos para Alenka. Simplemente era una obsesión que le impedía ver al
resto de chicas con imparcialidad.
Sencillamente ninguna era tan guapa como Alenka. Era obvio que Sandra no
podía ser tan fea, sobre todo teniendo una hermana así. Él era el problema y
siempre tuvo fijación obsesiva por Alenka.
--¿Carolina, la hermana
pequeña de Sandra?—arrancó Abundio, un poco más tranquilo ya.
--Bueno, ya no soy tan
pequeña, tengo diecinueve años—respondió sin casi dejarle terminar la frase.
Efectivamente había acertado
antes cuando pensó que El Femi le doblaba casi la edad. Ahora sabia seguro que
él también.
--¡Diecinueve años, como
pasa el tiempo!—siguió Abundio, sin saber muy bien que decir.
Probablemente por la edad de
la joven, por el alcohol o simplemente porque era rematadamente tonto, nunca se
había fijado en esa chica en su semana anual en el pueblo. Ni en esa, ni en
ninguna otra. Ahora miraba hacia El Femi y era capaz de distinguir la belleza
de las chicas que le rodeaban, escuchando
atentamente.
--¿Y cómo está tu
hermana?—dijo el muy tonto para continuar la conversación, sin entender que no
iba por ahí el asunto.
--la Sandra bien, se caso
con un chico de la ciudad y se fue a vivir allí—contesto ella resignada, viendo
que no conseguía despertar el interés que pretendía.
Se quedaron los dos callados
y Abundio, se empezaba a dar cuenta también de lo tonto que era. Eso hizo que
empezara a ponerse otra vez nervioso. Bebía tragos de cerveza compulsivamente, encendió
un cigarrillo y empezó a dar aquellas caladas rápidas y nerviosas, que no harían otra cosa que acabar mareándole.
Ella, tranquila pero decepcionada, ya no dejaba de girarse para mirar la mesa
de sus amigas. Era todo tan evidente que cualquiera se hubiera dado cuenta de
que la situación era delicada, hasta el tontico de Abundio se daba cuenta, pero estaba tan bloqueado que no hacía nada
para mantener lo que parecía venirse abajo.
Era un milagro que la chica
siguiera sentada aun en su mesa y no se hubiera largado con viento fresco. Sentada
en el borde de la silla, apoyaba su cuello en el respaldo, dejando un vacio
entre su espalda y la silla. Parecía estar tumbada, aparentando estar a punto
de dormirse. Con los brazos cruzados a la altura de su prominente pecho, de
manera tan informal y descuidada, que empujaba sus pechos hacia arriba,
provocando que asomaran más de lo debido por la abertura de su escote. Miraba a
los lados y hacia abajo, deteniéndose momentáneamente en sus pies, que jugaban
con el papel de un azucarillo que había en el suelo.
Enfrente Abundio, como un
pasmarote, mirando también a todos lados menos a la chica. Recordó a El Femi
cuando decía aquello de que la sabia naturaleza, desde el principio de los
tiempos, dotaba a los hombres de un instinto al nacer, sin excepción e
indiscutible. Se trataba de un instinto que obligaba a cualquier hombre del
planeta, a no permanecer impasible ante
la presencia de un buen par de tetas. Corroborando aquella teoría que avalaba
El Femi, Abundio desvió tímidamente su mirada hacia aquellos senos perfectos.
Solo tardó un segundo en mirar hacia otro sitio, temeroso de que la chica
descubriera su atrevimiento. Creyendo haber realizado un acto heroico, miro
hacia su amigo y mentor, que seguía con su oratoria ligona con las otras chicas.
El Femi, que parecía estar en todo, se giró y puso una expresión extraña en su
rostro, dirigida al panoli de Abundio. Este levanto los hombros indicando que
no le entendía, pero El Femi no hizo ni caso, continuó a lo suyo.
Sin embargo, ese gesto pareció desbloquear un poco a
Abundio que se levanto de golpe como un resorte, arrastrando la silla hacia
atrás provocando un sonido estridente que casi hacen caer al suelo a Carol del
susto y de lo mal sentada que estaba.
--¿Qué haces? ¡Vaya susto me
has dado!—gritó ella, acobardando a Abundio.
--¡Perdona Carolina! Ha sido
sin querer ¿Quieres un refresco?
--No te molestes Abundio,
tengo que irme ya. Y no me llames Carolina, soy Carol—contestó ella
desquiciada.
--¡Perdona, perdona!
--¡Y no me pidas perdón
constantemente! Venga, tráeme una cerveza y me quedo un rato más. Pero sonríe
un poco, que parece que estés en un entierro.
Abundio se quedo de pie y
otra vez sin palabras. Dio media vuelta y se dirigió a por las cervezas.
En la barra del bar, con los
botellines delante, se quedó mirando su
figura reflejada en el espejo que había enfrente. Pensaba en el miedo que daba
aquella morena, física y mentalmente. Qué carácter tenía, pero no comprendía
porque no se había marchado ya. No entendía el interés por él de aquella joven
morena, valedora sin duda, de un varón de su edad y mucho más divertido. Fue
entonces cuando cayó en la posibilidad de que todo lo que estaba ocurriendo,
era obra del sinvergüenza de El Femi. Intentaba provocar algo nuevo en la
triste vida de Abundio, embaucando a la chica que le había dado el bofetón. Podía
ser una encerrona de su amigo, pero ¿Con que intención? ¿Qué olvidara su obsesión
con Alenka? Demasiado retorcido ahora sí que tenía un barullo mental que no se
había buscado. Miro su reflejo, las cervezas y finalmente al dueño del bar, que secaba vasos con un paño en una esquina.
--¡Manolo, ponme un
pelotazo!—dijo muy decidido.
Se bebió la copa en pocos
tragos, agarró las cervezas y salió hacia la terraza. Andaba ya con esa falsa
seguridad que creía le daba el alcohol. Lo creía erróneamente, porque pronto todo volvió a ser como antes
del copazo. Los dos callados y mirando hacia todos lados. Carol seguía moviendo
los pies, cambiando de sitio los papelitos del suelo. De vez en cuando ella miraba
al vacio y cambiaba rápidamente posando una mirada violenta y ardiente sobre
Abundio, que le hacía sentir como un
indefenso ratoncito al que esta acechando una serpiente.
Empezaron a levantarse las
chicas de la otra mesa y El Femi se acerco a la mesa que estaban Abundio y
Carol.
--Chicos, estas se van a
comer. Hemos quedado esta tarde en el rio, si no es a nadar será a pasar el
rato, ya veremos—explicó El Femi.
--¿A nadar no? ¿Por qué?—preguntó
ignorante Abundio.
--No te enteras de nada
Abundio, el rio ya no es lo que era. Luego te explico—concluyó Femi, sin perder
detalle de los andares de las chicas marchándose.
--Yo también me voy, nos
vemos luego, pero solo si viene Abundio—Dijo Carla mirando con desprecio al
Femi.
--Si, si que iré ¿Dónde voy
a ir si no?—dijo Abundio tratando de asegurar su presencia en el rio.
Se quedaron solos los dos
amigos.
Pensativo y serio para
variar, Abundio volvió a centrarse en el paisaje del horizonte. Parecía que la
cosa mejoraba, pero aun seguía teniendo muchas dudas.
Quizás otra cervecita le
ayudara a comprender.
Continuara…
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