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jueves, 17 de julio de 2014

AQUEL VERANO Capitulo 15



Era normal ver a Abundio con semblante serio y pensativo, por eso disimulaba perfectamente la desilusión que le invadía en ese momento. La cruda realidad acontecida con sus amigos  parecía haberle apartado, con un empujón, del buen camino que había tomado al comenzar el día. Pero a pesar de todo, él quería pensar que solo se trataba de un pequeño contratiempo, una equivocación que le obligaba a dar un pequeño rodeo pero que la dirección seguía siendo la correcta; simplemente debería invertir más tiempo en recorrerlo.
Con la garganta resentida por la bravuconada innecesaria que acababa de hacer bebiéndose de un trago una copa de licor, se levanto a la barra a conseguir otro botellín de cerveza para refrescar. De nada servía obsesionarse, no podía ser peor que cualquier día en el pueblo en los últimos años o eso quería creer. Además, necesitaba algo fresco para rebajar el sopor producido por el licor.
Salió otra vez a la terraza, cerveza en mano y cabizbajo. Sin levantar la mirada, se dirigió a la mesa que estaba antes de ir al interior del bar. Al acercarse, levantó la vista y vio que la mesa no estaba vacía como la dejó. Justo en la silla que estaba antes, se había sentado la chica morena del grupo que estaba detrás, donde las otras chicas continuaban alegres y riendo con El Femi. Era la chica que le había dado el bofetón a su amigo y ya estaba demasiado cerca para ignorarla o hacer como si no la hubiera visto. Aun así hizo un quiebro con la cabeza en busca de otra mesa libre para poder escapar.
--¡Espera Abundio, no te vayas! Siéntate y hablemos un rato—se apresuró la chica al sospechar que no se sentaba.
Sin mirarla a la cara, aparto una de las sillas, tomó asiento y llevo a su boca el botellín, para dar un pequeño sorbo. Al separarlo de sus labios, rebosaron unas pocas gotas de líquido y salieron disparadas, casi alcanzan a la chica. Otra vez Abundio empezó a acumular su riego sanguíneo en la parte alta de la cabeza, cambiándole el color de la cara. Fue entonces cuando la miró.
--¡Perdona! Hola ¿Quién eres?—le dijo Abundio serio y esquivo.
Evidentemente, hacia tanto tiempo que no se encontraba en una situación forzada como esa, que se quedó totalmente en blanco. Lo único que parecía recordar, era que no recordaba sonreír. Tampoco podía explicarse de otra forma, que cuanto menos expresara una leve sonrisa, para aliviar un poco la tensión. Su tono de voz era el de alguien asustado, como si hubiera hecho algo malo. Le miro a la cara y pensó unos segundos, pero no conseguía saber quién era la chica. Ella,  al notar el apuro de Abundio sonrió con la soltura de una mujer segura de sí misma y sabiendo que ya tenía el toro cogido por los cuernos. Ese dominio innato femenino, que convierte a las mujeres en el sexo dominante. Una notoria madurez en la expresión, a pesar de lo joven que parecía.
--Soy Carol, la hermana de Sandra fue al colegio contigo aquí en el pueblo ¿no te acuerdas?—dijo muy animada.
Abundio, con un nudo en la garganta que le impedía hablar, la miro temeroso, como tratando de digerir el momento. La falta de costumbre en el trato femenino, le impedían reaccionar con soltura.  Tenía ante él a una guapísima morena, con un cuerpo perfecto y que además parecía estar interesada en algo. No hacía mucho que esa misma chica le había regalado un bofetón,  de esos que humillan,  a su amigo Femi; que seguía a lo suyo con el resto de chicas en la mesa de detrás. Los nervios tenían bloqueado a Abundio, sin decir nada volvió a coger la botella para dar otro trago, esta vez con cuidado de no salpicar.
--¿Por qué estas enfadado?—insistió ella.
--No, no es nada—respondió Abundio.
Por más que se esforzaba, Abundio no reconocía a la chica. Si que recordaba a su hermana Sandra, la que iba con él al colegio. Recordaba que era fea, de las más feas de la clase la pobrecita. Aquella chavalita no podía ser hermana de Sandra, era voluptuosamente hermosa. Sin querer, Abundio parecía haberse topado con otro de los problemas que convertían su vida en un aburrimiento. Capaz de recordar a Sandra, pero solo como una chica fea. Seguramente porque en aquel entonces solo tenía ojos para Alenka. Simplemente era una obsesión que le impedía ver al resto de chicas con imparcialidad.  Sencillamente ninguna era tan guapa como Alenka. Era obvio que Sandra no podía ser tan fea, sobre todo teniendo una hermana así. Él era el problema y siempre tuvo fijación obsesiva por Alenka.
--¿Carolina, la hermana pequeña de Sandra?—arrancó Abundio, un poco más tranquilo ya.
--Bueno, ya no soy tan pequeña, tengo diecinueve años—respondió sin casi dejarle terminar la frase.
Efectivamente había acertado antes cuando pensó que El Femi le doblaba casi la edad. Ahora sabia seguro que él también.
--¡Diecinueve años, como pasa el tiempo!—siguió Abundio, sin saber muy bien que decir.
Probablemente por la edad de la joven, por el alcohol o simplemente porque era rematadamente tonto, nunca se había fijado en esa chica en su semana anual en el pueblo. Ni en esa, ni en ninguna otra. Ahora miraba hacia El Femi y era capaz de distinguir la belleza de las chicas que le rodeaban,  escuchando atentamente.
--¿Y cómo está tu hermana?—dijo el muy tonto para continuar la conversación, sin entender que no iba por ahí el asunto.
--la Sandra bien, se caso con un chico de la ciudad y se fue a vivir allí—contesto ella resignada, viendo que no conseguía despertar el interés que pretendía.
Se quedaron los dos callados y Abundio, se empezaba a dar cuenta también de lo tonto que era. Eso hizo que empezara a ponerse otra vez nervioso. Bebía tragos de cerveza compulsivamente, encendió un cigarrillo y empezó a dar aquellas caladas rápidas y nerviosas,  que no harían otra cosa que acabar mareándole. Ella, tranquila pero decepcionada, ya no dejaba de girarse para mirar la mesa de sus amigas. Era todo tan evidente que cualquiera se hubiera dado cuenta de que la situación era delicada, hasta el tontico de Abundio se daba cuenta,  pero estaba tan bloqueado que no hacía nada para mantener lo que parecía venirse abajo.
Era un milagro que la chica siguiera sentada aun en su mesa y no se hubiera largado con viento fresco. Sentada en el borde de la silla, apoyaba su cuello en el respaldo, dejando un vacio entre su espalda y la silla. Parecía estar tumbada, aparentando estar a punto de dormirse. Con los brazos cruzados a la altura de su prominente pecho, de manera tan informal y descuidada, que empujaba sus pechos hacia arriba, provocando que asomaran más de lo debido por la abertura de su escote. Miraba a los lados y hacia abajo, deteniéndose momentáneamente en sus pies, que jugaban con el papel de un azucarillo que había en el suelo.
Enfrente Abundio, como un pasmarote, mirando también a todos lados menos a la chica. Recordó a El Femi cuando decía aquello de que la sabia naturaleza, desde el principio de los tiempos, dotaba a los hombres de un instinto al nacer, sin excepción e indiscutible. Se trataba de un instinto que obligaba a cualquier hombre del planeta,  a no permanecer impasible ante la presencia de un buen par de tetas. Corroborando aquella teoría que avalaba El Femi, Abundio desvió tímidamente su mirada hacia aquellos senos perfectos. Solo tardó un segundo en mirar hacia otro sitio, temeroso de que la chica descubriera su atrevimiento. Creyendo haber realizado un acto heroico, miro hacia su amigo y mentor, que seguía con su oratoria ligona con las otras chicas. El Femi, que parecía estar en todo, se giró y puso una expresión extraña en su rostro, dirigida al panoli de Abundio. Este levanto los hombros indicando que no le entendía, pero El Femi no hizo ni caso, continuó a lo suyo.
Sin embargo,  ese gesto pareció desbloquear un poco a Abundio que se levanto de golpe como un resorte, arrastrando la silla hacia atrás provocando un sonido estridente que casi hacen caer al suelo a Carol del susto y de lo mal sentada que estaba.
--¿Qué haces? ¡Vaya susto me has dado!—gritó ella, acobardando a Abundio.
--¡Perdona Carolina! Ha sido sin querer ¿Quieres un refresco?
--No te molestes Abundio, tengo que irme ya. Y no me llames Carolina, soy Carol—contestó ella desquiciada.
--¡Perdona, perdona!
--¡Y no me pidas perdón constantemente! Venga, tráeme una cerveza y me quedo un rato más. Pero sonríe un poco, que parece que estés en un entierro.
Abundio se quedo de pie y otra vez sin palabras. Dio media vuelta y se dirigió a por las cervezas.
En la barra del bar, con los botellines  delante, se quedó mirando su figura reflejada en el espejo que había enfrente. Pensaba en el miedo que daba aquella morena, física y mentalmente. Qué carácter tenía, pero no comprendía porque no se había marchado ya. No entendía el interés por él de aquella joven morena, valedora sin duda, de un varón de su edad y mucho más divertido. Fue entonces cuando cayó en la posibilidad de que todo lo que estaba ocurriendo, era obra del sinvergüenza de El Femi. Intentaba provocar algo nuevo en la triste vida de Abundio, embaucando a la chica que le había dado el bofetón. Podía ser una encerrona de su amigo, pero ¿Con que intención? ¿Qué olvidara su obsesión con Alenka? Demasiado retorcido ahora sí que tenía un barullo mental que no se había buscado. Miro su reflejo, las cervezas y finalmente al dueño del bar,  que secaba vasos con un paño en una esquina.
--¡Manolo, ponme un pelotazo!—dijo muy decidido.
Se bebió la copa en pocos tragos, agarró las cervezas y salió hacia la terraza. Andaba ya con esa falsa seguridad que creía le daba el alcohol. Lo creía erróneamente,  porque pronto todo volvió a ser como antes del copazo. Los dos callados y mirando hacia todos lados. Carol seguía moviendo los pies, cambiando de sitio los papelitos del suelo. De vez en cuando ella miraba al vacio y cambiaba rápidamente posando una mirada violenta y ardiente sobre Abundio, que le hacía sentir  como un indefenso ratoncito al que esta acechando una serpiente.
Empezaron a levantarse las chicas de la otra mesa y El Femi se acerco a la mesa que estaban Abundio y Carol.
--Chicos, estas se van a comer. Hemos quedado esta tarde en el rio, si no es a nadar será a pasar el rato, ya veremos—explicó El Femi.
--¿A nadar no? ¿Por qué?—preguntó ignorante Abundio.
--No te enteras de nada Abundio, el rio ya no es lo que era. Luego te explico—concluyó Femi, sin perder detalle de los andares de las chicas marchándose.
--Yo también me voy, nos vemos luego, pero solo si viene Abundio—Dijo Carla mirando con desprecio al Femi.
--Si, si que iré ¿Dónde voy a ir si no?—dijo Abundio tratando de asegurar su presencia en el rio.
Se quedaron solos los dos amigos.
Pensativo y serio para variar, Abundio volvió a centrarse en el paisaje del horizonte. Parecía que la cosa mejoraba, pero aun seguía teniendo muchas dudas.
Quizás otra cervecita le ayudara a comprender.

Continuara…

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