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domingo, 14 de julio de 2013

DONDE VA ESE TREN




Era una mañana normal, la rutina de siempre en la estaci­­ón de Pont de Fusta, a mediados de los noventa. Ya no salían trenes hacia Bétera y Llíria porque habían abierto el primer tramo de metro que cruzaba Valencia desde la parada de Ademuz  hasta San Isidro. A pesar de eso, la estación conservaba mucho glamur. El ir y venir de personas, viajeros o no, era constante. Aprovechaban el frescor del vestíbulo donde estaban Mercedes y Lola en su” taquilla supermoderna” y que en ocasiones me trataban como mi madre.
Salían trenes hacia Grao, Rafelbuñol y Ademuz donde se hacía transbordo con el metro.
Después del aluvión matinal de viajeros, a media mañana bajaba un poco la afluencia de gente pero estábamos en rebajas y se notaba en los trenes. Entonces yo era Interventor en Ruta, joven y sin hipoteca.
Esa mañana me dirigía por el andén hacia la última puerta de la Macosa que salía hacia “Rafel”. Intentaba seguir el paso de Párraga, con su gorra  y su banderín, dispuesto a dar la salida al tren, voceando aquellas frases que lo hicieron famoso:
-¡Va el Rafel! ¡Va che! ¡Va che va!
De repente oí jaleo por el vestíbulo y murmullo de la gente que tenía cerca, como intentando advertirme de algo.
Me giré hacia el vestíbulo y vi venir corriendo a una señora de unos cincuenta años, cargada de bolsas en las dos manos y gritando a viva voz:
-¿Dónde va ese tren, donde va ese tren?
Con un salto evitó el escalón que había en las puertas que separaban el vestíbulo del andén. Seguía corriendo como una yegua desbocada. Daba zancadas irregulares que anunciaban una  caída de morros inevitable, debido  al volumen de las bolsas que llenaban sus manos. Corría hacia el tren, pero ya sin dejar de mirarme, lo que hacía más peligrosa la galopada. Y seguía gritando:
-¿Dónde va ese tren, donde va ese tren?
Sin parar de correr, cuando pasó por delante de mí, la miré a los ojos y muy serio le dije:
-¡A Zaragoza señora, va a Zaragoza!
-¡Vale! Me contesto y sin dejar de correr, aprovechando la inercia producida por su velocidad, dio un salto y se coló en el vagón, librando las dos estriberas que tenían las Macosa y sin tocar ninguno de los bordes de la puerta. Vamos, entró “sin tocar aro”.
Transcurridos unos segundos, se asoma perpleja y jadeando para preguntarme:
-¿Dónde, pero no va a Rafelbuñol?
-Pues claro señora, si lo sabe de sobra
-Que susto me has dado bonico
Esta señora no quería perder el tren pero se equivoco en la forma de pararlo. Espéreme, falto yo, por favor, un momentito; hubieran sido formas más acertadas quizás. Posiblemente debido a las prisas o más bien al estrés que puede producir mirar  la hora y ver que se ha hecho tarde por culpa de unos cuantos escaparates más, se equivoco de frase entre las que llevaba en su cabeza. Encima tuvo la suerte de pillarme en un momento “chiste fácil”.
Fuimos bastantes los que no pudimos contener la carcajada, en el tren y en el andén
Tuve que realizar la intervención de ese tren y puedo asegurar que la señora no se molestó en absoluto, incluso me agradeció efusivamente  haberla esperado. Yo la felicité por su sprint final, con salto arriesgado
Pensándolo después, me alegré de que la señora se lo tomara en broma, gracias a Dios.

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