Era una mañana normal, la rutina de
siempre en la estación de Pont de Fusta, a mediados de los noventa. Ya no salían
trenes hacia Bétera y Llíria porque habían abierto el primer tramo de metro que
cruzaba Valencia desde la parada de Ademuz hasta San Isidro. A pesar de eso, la estación
conservaba mucho glamur. El ir y venir de personas, viajeros o no, era
constante. Aprovechaban el frescor del vestíbulo donde estaban Mercedes y Lola
en su” taquilla supermoderna” y que en ocasiones me trataban como mi madre.
Salían trenes hacia Grao, Rafelbuñol y
Ademuz donde se hacía transbordo con el metro.
Después del aluvión matinal de viajeros, a
media mañana bajaba un poco la afluencia de gente pero estábamos en rebajas y
se notaba en los trenes. Entonces yo era Interventor en Ruta, joven y sin
hipoteca.
Esa mañana me dirigía por el andén hacia
la última puerta de la Macosa
que salía hacia “Rafel”. Intentaba seguir el paso de Párraga, con su gorra y su banderín, dispuesto a dar la salida al
tren, voceando aquellas frases que lo hicieron famoso:
-¡Va el Rafel! ¡Va che! ¡Va che va!
De repente oí jaleo por el vestíbulo y
murmullo de la gente que tenía cerca, como intentando advertirme de algo.
Me giré hacia el vestíbulo y vi venir
corriendo a una señora de unos cincuenta años, cargada de bolsas en las dos
manos y gritando a viva voz:
-¿Dónde va ese tren, donde va ese tren?
Con un salto evitó el escalón que había
en las puertas que separaban el vestíbulo del andén. Seguía corriendo como una
yegua desbocada. Daba zancadas irregulares que anunciaban una caída de morros inevitable, debido al volumen de las bolsas que llenaban sus
manos. Corría hacia el tren, pero ya sin dejar de mirarme, lo que hacía más
peligrosa la galopada. Y seguía gritando:
-¿Dónde va ese tren, donde va ese tren?
Sin parar de correr, cuando pasó por
delante de mí, la miré a los ojos y muy serio le dije:
-¡A Zaragoza señora, va a Zaragoza!
-¡Vale! Me contesto y sin dejar de
correr, aprovechando la inercia producida por su velocidad, dio un salto y se
coló en el vagón, librando las dos estriberas que tenían las Macosa y sin tocar
ninguno de los bordes de la puerta. Vamos, entró “sin tocar aro”.
Transcurridos unos segundos, se asoma perpleja
y jadeando para preguntarme:
-¿Dónde, pero no va a Rafelbuñol?
-Pues claro señora, si lo sabe de sobra
-Que susto me has dado bonico
Esta señora no quería perder el tren pero
se equivoco en la forma de pararlo. Espéreme, falto yo, por favor, un momentito;
hubieran sido formas más acertadas quizás. Posiblemente debido a las prisas o más
bien al estrés que puede producir mirar
la hora y ver que se ha hecho tarde por culpa de unos cuantos
escaparates más, se equivoco de frase entre las que llevaba en su cabeza. Encima
tuvo la suerte de pillarme en un momento “chiste fácil”.
Fuimos bastantes los que no pudimos
contener la carcajada, en el tren y en el andén
Tuve que realizar la intervención de ese
tren y puedo asegurar que la señora no se molestó en absoluto, incluso me
agradeció efusivamente haberla esperado.
Yo la felicité por su sprint final, con salto arriesgado
Pensándolo después, me alegré de que la
señora se lo tomara en broma, gracias a Dios.
Escrito en 2008
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