Bajo el sofocante sol que socarraba el pueblo en verano,
protegidos por la sombrilla de la terracita del bar, los tres amigos se
pidieron otra ronda de cerveza. Era el único bar del pueblo, que tenia terraza
exterior. Lo regentaban una pareja joven
que llegó al pueblo cuando Abundio tenía
solo doce años. Vinieron buscando trabajo en el campo, recogiendo aceitunas
durante la temporada y el resto del año no hacían nada. Con sus pelos y
vestiduras extrañas para los habitantes del pueblo, se pasaban casi todo el
tiempo en el bar. Pronto se fue descubriendo que en realidad eran hijos de dos
familias ricas de la ciudad y que habían cambiado su acomodada vida, por una
vida rustica, sana y sin lujos. En su tercer año en el pueblo todo cambio, uno
de ellos recibió una herencia de su padre. Compraron el bar en el que pasaban
los días y lo reformaron. A pesar de conservar sus zarrapastrosas y
aparentemente desaseadas melenas, se convirtieron en empresarios. Convirtieron
aquel bar oscuro en un modernito Pub, con una terraza en la calle y otra
interior situada en un patio del local. En muy poco tiempo se convirtió en
lugar de moda en el pueblo y las aldeas de los alrededores. Algunos jóvenes,
utilizaban la terraza interior para iniciarse en el malsano vicio de fumar. Al
estar en un patio interior, proporcionaba discreción y evitaba problemas con
algún vecino chivato que pasara por la calle. Abundio fue uno de esos jóvenes
que con el tiempo, adquirió el vicio de
fumar. Nunca se planteo dejarlo, aunque sus amigos se lo recomendaban
constantemente.
Abundio encendió otro cigarrito, con un semblante tan serio,
que asustaba por la naturalidad que desprendía, no parecía forzado a
propósito. Observaba, con gesto
inalterable, como sus dos amigos
voceaban y discutían haciendo aspavientos con los brazos, recordando travesuras vividas. Cualquiera
hubiera pensado que hablaban de cuando eran niños, sin embargo discutían hechos
ocurridos días antes. El Femi y El Gorgo siempre hacían lo mismo la semana que
estaba Abundio en el pueblo. Discutían y discutían con posiciones
extremadamente opuestas, además de incomprensibles, dada la amistad que les
unía. Cuando estaba el primo Woody, este asentía alternativamente a uno y a otro, como intentando darles la razón a los dos.
Este hecho hacia que la discusión durara poco y con los dos combatientes
perplejos, además de evitarse una reprimenda verbal. El primo trabajaba en la
fábrica de pinturas. Tenía un aspecto enfermizo y a veces reaccionaba
desproporcionadamente, a pesar de ser un enclenque. Por sus reacciones, algunos
pensaban que estaba loco e incluso que sus arrebatos de locura los provocaba el
respirar tanto tiempo el aguarrás de la
fábrica.
En el pueblo casi todos tenían su apodo. Algunos se lo
ganaban, a otros se les quedaba el mote de rebote, como al primo. Otros, como
El Femi, acababan con el resultante de
una mezcla heterogénea de motes indiscriminados. También es verdad que El Femi
siempre fue la victima perfecta de los graciosillos “sacamotes”. Su afición a
jugar con las niñas desde pequeñito, fue alimentando la imaginación de estos
desalmados, hasta que tuvo edad de quedarse con uno para siempre. Un mote, que
según su origen, ya no tenía nada que ver con la personalidad original, puesto
que ahora los padres de esas niñas les prohibían acercarse a El Femi. Menudo
era con las chicas, ya le hubiera gustado a Abundio ser como él para conquistar
a Alenka hacia unos años. Lo del Gorgo era más simple. Su nombre era el de uno
de los monstruos que salía en aquellas películas japonesas, donde mutaciones
gigantes de lagartos e insectos atacaban Hong Kong, arrancando siempre los
cables de la luz y provocando chispas. Gorgo era uno de ellos y por el tamaño
se le quedo el apodo. Si abría los brazos podía abarcar a los tres amigos y si
apretaba, podía cortarles la respiración. Era el bruto del grupo, el que
inspiraba temor a todo aquel que intentara desestabilizar o molestar a los
cuatro amigos.
Después de otra ronda, el Woody ya empezaba a balbucear cuando decía algo, a
El Femi no le faltaba mucho y a El Gorgo ni se le notaba. Abundio continuaba
alternando su mirada perdida y semblante serio, con una fijación hipnótica incisiva sobre el
camarero cuando traía las cervezas. Ahí
llegaba otra ronda.
Continuara…..
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