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miércoles, 28 de agosto de 2013

AQUEL VERANO Capitulo 2



Bajo el sofocante sol que socarraba el pueblo en verano, protegidos por la sombrilla de la terracita del bar, los tres amigos se pidieron otra ronda de cerveza. Era el único bar del pueblo, que tenia terraza exterior.  Lo regentaban una pareja joven que llegó al pueblo cuando Abundio  tenía solo doce años. Vinieron buscando  trabajo en el campo, recogiendo aceitunas durante la temporada y el resto del año no hacían nada. Con sus pelos y vestiduras extrañas para los habitantes del pueblo, se pasaban casi todo el tiempo en el bar. Pronto se fue descubriendo que en realidad eran hijos de dos familias ricas de la ciudad y que habían cambiado su acomodada vida, por una vida rustica, sana y sin lujos. En su tercer año en el pueblo todo cambio, uno de ellos recibió una herencia de su padre. Compraron el bar en el que pasaban los días y lo reformaron. A pesar de conservar sus zarrapastrosas y aparentemente desaseadas melenas, se convirtieron en empresarios. Convirtieron aquel bar oscuro en un modernito Pub, con una terraza en la calle y otra interior situada en un patio del local. En muy poco tiempo se convirtió en lugar de moda en el pueblo y las aldeas de los alrededores. Algunos jóvenes, utilizaban la terraza interior para iniciarse en el malsano vicio de fumar. Al estar en un patio interior, proporcionaba discreción y evitaba problemas con algún vecino chivato que pasara por la calle. Abundio fue uno de esos jóvenes que con el tiempo,  adquirió el vicio de fumar. Nunca se planteo dejarlo, aunque sus amigos se lo recomendaban constantemente.
Abundio encendió otro cigarrito, con un semblante tan serio, que asustaba por la naturalidad que desprendía, no parecía forzado a propósito.  Observaba, con gesto inalterable, como sus dos amigos  voceaban y discutían haciendo  aspavientos con los brazos,  recordando travesuras vividas. Cualquiera hubiera pensado que hablaban de cuando eran niños, sin embargo discutían hechos ocurridos días antes. El Femi y El Gorgo siempre hacían lo mismo la semana que estaba Abundio en el pueblo. Discutían y discutían con posiciones extremadamente opuestas, además de incomprensibles, dada la amistad que les unía. Cuando estaba el primo Woody, este asentía alternativamente  a uno y a otro,  como intentando darles la razón a los dos. Este hecho hacia que la discusión durara poco y con los dos combatientes perplejos, además de evitarse una reprimenda verbal. El primo trabajaba en la fábrica de pinturas. Tenía un aspecto enfermizo y a veces reaccionaba desproporcionadamente, a pesar de ser un enclenque. Por sus reacciones, algunos pensaban que estaba loco e incluso que sus arrebatos de locura los provocaba el respirar  tanto tiempo el aguarrás de la fábrica.
En el pueblo casi todos tenían su apodo. Algunos se lo ganaban, a otros se les quedaba el mote de rebote, como al primo. Otros, como El Femi, acababan con el resultante  de una mezcla heterogénea de motes indiscriminados. También es verdad que El Femi siempre fue la victima perfecta de los graciosillos “sacamotes”. Su afición a jugar con las niñas desde pequeñito, fue alimentando la imaginación de estos desalmados, hasta que tuvo edad de quedarse con uno para siempre. Un mote, que según su origen, ya no tenía nada que ver con la personalidad original, puesto que ahora los padres de esas niñas les prohibían acercarse a El Femi. Menudo era con las chicas, ya le hubiera gustado a Abundio ser como él para conquistar a Alenka hacia unos años. Lo del Gorgo era más simple. Su nombre era el de uno de los monstruos que salía en aquellas películas japonesas, donde mutaciones gigantes de lagartos e insectos atacaban Hong Kong, arrancando siempre los cables de la luz y provocando chispas. Gorgo era uno de ellos y por el tamaño se le quedo el apodo. Si abría los brazos podía abarcar a los tres amigos y si apretaba, podía cortarles la respiración. Era el bruto del grupo, el que inspiraba temor a todo aquel que intentara desestabilizar o molestar a los cuatro amigos.
Después de otra ronda, el Woody  ya empezaba a balbucear cuando decía algo, a El Femi no le faltaba mucho y a El Gorgo ni se le notaba. Abundio continuaba alternando su mirada perdida y semblante serio,  con una fijación hipnótica incisiva sobre el camarero  cuando traía las cervezas. Ahí llegaba otra ronda.
Continuara…..

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