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jueves, 15 de agosto de 2013

SIN PALABRAS



A lo largo de la historia el ser humano se ha beneficiado del don de la palabra entre otras cosas para comunicarse con sus semejantes. La expresión oral de manera racional es una de las características que diferencia a las personas de los animales. En multitud de lenguas, idiomas o dialectos el habla es utilizada por todas las personas.Todas menos Juan, Maquinista de FEVE en la zona de Bilbao, él era una excepción. Podía estar horas sin decir ni una sola palabra, ni siquiera para soltar un taco aunque fuera en un acto reflejo.
Algunos compañeros afirmaban haberle escuchado hablar alguna vez pero no existían pruebas que lo demostraran, esto descartaba la posibilidad de que fuera mudo. Yo conocía a un mudo de nacimiento, que era más expresivo que Juan. Nunca había conocido a nadie tan arisco como él, era lo más opuesto a mí y Dios lo creó para ponerme a prueba.
Aquel día me habían asignado servicio de mercancías como Agente de Tren. Concretamente el servicio de bobinas que consistía en transportar de una parte a otra de Altos Hornos de Vizcaya, enormes y alargadas planchas de acero enrolladas sobre si mismas como lo hace un matasuegras cuando dejas de soplar. Pesaban varias toneladas cada una. Cuando llegue al depósito de La Casilla y vi que tenía que ir toda la mañana con Juan me disgusté un poco. Se me iba a hacer eterno un servicio encerrado en la cabina de la locomotora con un señor que ni siquiera bostezaba. Mi único aliciente eran los bonitos paisajes que podía disfrutar por la ventana y que de vez en cuando tendría que bajar a hacer maniobras, pero no quería resignarme nada más empezar. Con un poco de esfuerzo (por mi parte) aquella situación  podía cambiar, éramos Maquinista y Agente de Tren, una pareja ferroviaria condenada a entenderse. A media mañana todo seguía igual,  solo se escuchaba el rugir de la máquina. Faltaba poco para romper el hielo, nos acercábamos a la gran maniobra. La madre de todas las maniobras. Consistía en bajar las plataformas cargadas con bobinas por una pendiente de infarto. Yo tenía que saltar en la primera aguja de la playa de vías y esperar que pasase todo el tren. Cuando le veía el culo al tren, corría y abría el grifo del freno de cola para avisar al maquinista que había liberado la aguja. Entonces  empezaba a empujar el tren y me subía en la primera plataforma para controlar posibles obstáculos ya que desde la máquina no se veía nada,  ahora iba en cola. No era muy complicado, lo había hecho otras veces, pero dialogando, no como lo iba ha hacer ese día.
Cuando empezamos el descenso me salí a la parte de afuera de la cabina.Empezó a coger velocidad. A lo lejos veía la aguja donde tenía que saltar. Juan tenía que empezar a frenar pero seguía muy rápido. Miré dentro de la cabina  y él ni me miró. Seguía acelerando. Volví a mirarle y de repente giró los ojos hacia mi y otra vez hacia la vía. Su mirada hablo más que su lengua en toda la mañana. Algo iba mal. No podía dominar el tren porque sorprendentemente seguía acelerando. Me quedaban pocos segundos para pensar lo que iba a hacer. Cualquiera hubiera entrado otra vez a la cabina para averiguar que pasaba pero yo no quería hablar con Juan, era como hablar con una pared. Cuando vi un hueco en el suelo salte, arriesgando como mínimo la dentadura. Gracias a Dios aterricé entero y de pie. Allí me quedé viendo pasar el tren a toda velocidad y totalmente convencido que no iba a ser yo el que tirara del aire de cola. Porqué iba a arriesgar más partes de mi cuerpo si el tren no tenía pinta de poder pararse. Paró casi en el siguiente pueblo. De los dos dependía que todo quedara solo en un susto pero teníamos que hablar. Me dirigí hacia el tren cambiando a la posición correcta la infinidad de agujas que había talonado el tren. Juan tenía que darme una explicación, podía haberme matado. Para evitar hablar conmigo, empezó a empujar con la máquina antes de que le diera el visto bueno de las agujas. No pude hacer nada, solo observar como iban descarrilando las plataformas según llegaban a la última aguja que había talonado, muy lejos de mi posición. Las bobinas iban cayendo y rodando, machacando todo lo que pillaban a su paso pero Juan seguía empujando. Paró cuando la locomotora no pudo arrastrar más el amasijo de hierros. Acudió el Capataz de maniobras de Altos Hornos y se quedó sin palabras, yo también y Juan no dijo nada, como era habitual.
Paralizamos dos días toda esa zona. Que desastre. Fue mi primer expediente disciplinario, totalmente merecido puesto que yo también era responsable. Sin embargo solo me sentía culpable de una cosa. De no haber dicho ni una maldita palabra que  podría haber evitado aquella chapuza de maniobra. Personalidades opuestas se repelen.

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