El recorrido en tren de Valencia a
Rafelbuñol esta adornado por una impresionante huerta. Hasta Meliana podemos
contemplar muchos campos de chufas y de hortalizas. A partir de Foios son los
naranjos los que predominan. Hace años cuando el tren cruzaba el paso a nivel
de Primado Reig ya se podía contemplar la huerta con todo su esplendor. Ahora
ya no es posible, el bonito paisaje comienza después de la estación de
Alboraya. La ciudad ha avanzado o la huerta ha retrocedido, según se mire.
Una tarde, bajando con el tren hacia Valencia,
mientras yo realizaba la intervención en ruta, tuvimos un arrollamiento a la
altura de la estación de San Lorenzo. Un suceso lamentable y desafortunado,
pero también inevitable. Se trataba de un suicidio premeditado. No era la
primera vez que me ocurría y tampoco al maquinista, pero nunca estas preparado
para estas cosas. El maquinista estaba bastante afectado, era normal. Yo tenía
que controlar la situación, aunque tampoco estaba bien del todo, sabía
perfectamente lo que tenía que hacer. Tenía que avisar cuanto antes, controlar
y vigilar que nadie tocara nada. Todo debía estar de la misma manera y posición
hasta que llegara el juez o algún jefe que me liberara a mí de aquella responsabilidad.
No disponíamos de teléfono ni
comunicación alguna por lo que me puse a andar por la vía dirección al paso a
nivel de Primado Reig. Antes de llegar vi policías motorizados que llegaban por
la calle con las sirenas puestas y que encaraban la vía del tren hacia mí. Es
posible que algún vecino de las fincas de alrededor, hubiera dado ya el aviso.
Ya era de noche y estaba muy oscuro. La
poca visibilidad me hacía tener dudas respecto al cadáver. Nadie debía tocar
nada. Estaba obsesionado. Mientras observaba los alrededores, casi a oscuras, vi
algo ensangrentado que podía haberse desprendido del cuerpo de la víctima. Me
lleve un susto importante. Lo dije en voz alta y el maquinista que estaba cerca
asintió con la cabeza. Me dijo que tuviera cuidado porque cuando el juez
acabara, debían llevárselo todo incluyendo las partes que se hubieran
desprendido. A pesar de estar muy oscuro yo no quería mirar. Ya empezaba a
estar como un flan. Por mi cabeza rondaba aquella leyenda que hablaba de un
arrollamiento en el que faltaban partes del cuerpo por habérselas llevado algún
animal ¿quien no había oído hablar de aquella leyenda? puse todo mi empeño en
que a mi no me pasara. Vigilé como si fuese mi vida en ello, pero sin mirar. Poco
a poco el lugar se iba llenando de policías, sanitarios, curiosos y
responsables de FGV. Era un frenesí de luces de linternas. Con el barullo note
el fogonazo de una de ellas apuntando en mi dirección. Como un acto reflejo
mire hacia el suelo iluminado y no pude evitar verlo claramente. Era un tomate
maduro aplastado sobre el balasto, lanzado desde la huerta que había a pocos
metros. Desproporcionado en tamaño, pero un tomate al fin y al cabo. Disimulando
me alejé un poquito del lugar, deseando que nadie recordara lo que había dicho
en voz alta, para evitar el bochorno. Había estado custodiando durante un buen
rato un tomate gigante machacado. Se me quedó cara de eso, de tomate, pero con
la satisfacción del deber cumplido
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