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domingo, 4 de agosto de 2013

LA HUERTA

El recorrido en tren de Valencia a Rafelbuñol esta adornado por una impresionante huerta. Hasta Meliana podemos contemplar muchos campos de chufas y de hortalizas. A partir de Foios son los naranjos los que predominan. Hace años cuando el tren cruzaba el paso a nivel de Primado Reig ya se podía contemplar la huerta con todo su esplendor. Ahora ya no es posible, el bonito paisaje comienza después de la estación de Alboraya. La ciudad ha avanzado o la huerta ha retrocedido, según se mire.
Una tarde, bajando con el tren hacia Valencia, mientras yo realizaba la intervención en ruta, tuvimos un arrollamiento a la altura de la estación de San Lorenzo. Un suceso lamentable y desafortunado, pero también inevitable. Se trataba de un suicidio premeditado. No era la primera vez que me ocurría y tampoco al maquinista, pero nunca estas preparado para estas cosas. El maquinista estaba bastante afectado, era normal. Yo tenía que controlar la situación, aunque tampoco estaba bien del todo, sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Tenía que avisar cuanto antes, controlar y vigilar que nadie tocara nada. Todo debía estar de la misma manera y posición hasta que llegara el juez o algún jefe que me liberara a mí de aquella responsabilidad.
No disponíamos de teléfono ni comunicación alguna por lo que me puse a andar por la vía dirección al paso a nivel de Primado Reig. Antes de llegar vi policías motorizados que llegaban por la calle con las sirenas puestas y que encaraban la vía del tren hacia mí. Es posible que algún vecino de las fincas de alrededor, hubiera dado ya el aviso.
Ya era de noche y estaba muy oscuro. La poca visibilidad me hacía tener dudas respecto al cadáver. Nadie debía tocar nada. Estaba obsesionado. Mientras observaba los alrededores, casi a oscuras, vi algo ensangrentado que podía haberse desprendido del cuerpo de la víctima. Me lleve un susto importante. Lo dije en voz alta y el maquinista que estaba cerca asintió con la cabeza. Me dijo que tuviera cuidado porque cuando el juez acabara, debían llevárselo todo incluyendo las partes que se hubieran desprendido. A pesar de estar muy oscuro yo no quería mirar. Ya empezaba a estar como un flan. Por mi cabeza rondaba aquella leyenda que hablaba de un arrollamiento en el que faltaban partes del cuerpo por habérselas llevado algún animal ¿quien no había oído hablar de aquella leyenda? puse todo mi empeño en que a mi no me pasara. Vigilé como si fuese mi vida en ello, pero sin mirar. Poco a poco el lugar se iba llenando de policías, sanitarios, curiosos y responsables de FGV. Era un frenesí de luces de linternas. Con el barullo note el fogonazo de una de ellas apuntando en mi dirección. Como un acto reflejo mire hacia el suelo iluminado y no pude evitar verlo claramente. Era un tomate maduro aplastado sobre el balasto, lanzado desde la huerta que había a pocos metros. Desproporcionado en tamaño, pero un tomate al fin y al cabo. Disimulando me alejé un poquito del lugar, deseando que nadie recordara lo que había dicho en voz alta, para evitar el bochorno. Había estado custodiando durante un buen rato un tomate gigante machacado. Se me quedó cara de eso, de tomate, pero con la satisfacción del deber cumplido


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