Aquel podría haber sido otro día más en la triste vida de
Pascual Chufes Gordes, pero tenía algo distinto, era el día señalado, el día
del plan. Desde que su mujer lo abandonó dejándole los cuatro hijos, su vida se
había convertido en una rutina. Todos los días lo mismo, levantar a sus hijos
para llevarlos al colegio, alimentándolos con lo poco que sacaba mendigando
cada día. Lo había perdido todo, incluso la dignidad y solo era cuestión de días que le quitaran la
casa. Una casa que compró para sacar a su familia del viejo barrio donde vivían,
intentado que sus hijos crecieran en un ambiente menos violento.
Pascualet, así lo llamaban sus amigos y conocidos,
trabajó toda su vida en una pequeña línea de ferrocarriles que había en las
afueras de la ciudad. Su padre también trabajó toda la vida allí y medió para
que Pascualet ingresara y aprendiera una profesión. A finales de los años
ochenta todo iba viento en popa, la empresa gestionada públicamente, vivía sus
mejores momentos. Los trenes siempre llenos de viajeros. La mayoría de los
trabajadores de los polígonos que había en las ciudades de alrededor,
utilizaban el tren como medio de transporte rápido y barato. Además existía cerca
una mina que abastecía para dos trenes de mercancías diarios.
Quien iba a pensarlo. Hace unos años todo cambió, una
crisis mundial provoco un batacazo económico. Las fabricas y empresas empezaron
a cerrar en todo el pais. La mina cercana, debido al sobrecoste por la disminución
del gasto público, fue bajando la producción hasta acabar cerrando.
A pesar de que la línea de Pascualet era un servicio público,
cuando los políticos se quedaron sin dinero, comenzaron a desmantelarla.
La pequeña línea ferroviaria no se libró, pronto llegaron directivos que la
liquidaron. Por culpa de la mala gestión, la empresa empezó a ahogarse en
deudas. Se empezó a hablar de despidos. Pascual, debido a su edad, recibió
varias veces la visita de los enlaces sindicales para presionarle. Le
recomendaban que cogiera la prejubilación que la cosa iba a peor. Cansado de
tanto agobio, cedió y acepto lo que tanto le machacaron aquellos jóvenes sindicalistas. Poca cosa, la verdad.
En muy poco tiempo se vio sin trabajo y con pocas
posibilidades de encontrar uno a su edad. La falta de ingresos y el
aburrimiento provocó
que su libertina mujer abandonara el hogar, dejándole cuatro niños y una deuda con el banco imposible de pagar. A pesar de todo, lo que más indignó a Pascualet fue que poco después de cerrar la línea ferroviaria con engaños y mentiras, uno de los directivos que la llevo a la quiebra, abrió en aquel solar, una empresa de autobuses. Los autobuses cubrían los mismos trayectos que el antiguo tren, pero ahora todo en plan privado.
que su libertina mujer abandonara el hogar, dejándole cuatro niños y una deuda con el banco imposible de pagar. A pesar de todo, lo que más indignó a Pascualet fue que poco después de cerrar la línea ferroviaria con engaños y mentiras, uno de los directivos que la llevo a la quiebra, abrió en aquel solar, una empresa de autobuses. Los autobuses cubrían los mismos trayectos que el antiguo tren, pero ahora todo en plan privado.
Aquel día, Pascualet se quedo un rato mas frente al
espejo. Tenía que repasar el plan que llevaba tramando desde hacía meses, nada podía
salir mal. Después de un buen rato con la mirada perdida en el cuarto de baño, reaccionó.
Cogió la escopeta y se dirigió a la nueva empresa de autobuses. Nada más entrar
observo atónito el montaje. Algunos de aquellos que le presionaron a acatar la prejubilación,
eran directivos en la empresa. Con sus trajes y corbatas, alertados por la visión de la
escopeta de caza con cañones paralelos, comenzaron a gritar y a correr. Con el griterío,
apareció de frente el director que hundió la línea de trenes y que ahora era
empresario privado. Con la voz entrecortada, le dijo:
--Pascualet, recapacita. ¿Qué vas a hacer? Pero no te das
cuenta que no tienes huevos, que siempre has sido un mierdecilla.
Pascual, totalmente enajenado y con los ojos como platos,
levanto la escopeta a la altura de su cara y mirándolo dijo:
--Devuélveme mi vida.
Acto seguido apretó el gatillo esparciendo sus sesos en
la pared trasera creando un bonito estucado color cerebro y sangre. El plan era una
condena de por vida, pero gustosa. Ahora podía descansar tranquilamente.
No, no, me he equivocado a propósito. Ese no era el plan
de Pascualet, ese hubiera sido mi plan, pero no es mi historia es la de
Pascual.
En realidad Pascualet no tenía ningún plan. Perdió su
dignidad y a la vez, las ganas de vivir. Cuando dejo de tener ingresos, sumado
al alcoholismo que le atrapo, los servicios sociales le quitaron a sus hijos.
Acabó siendo un indigente alcohólico, ignorado por todos. Incluso por aquellos que
le llamaban Pascualet en tono afectivo. Hace poco dicen que lo han visto por el
monte, viviendo en una cueva.
¡Vaya mierda de plan! El sistema acabó con un hombre
honrado y trabajador. Posiblemente lamentó durante años no haber tenido un plan bien
elaborado. Y una escopeta.
Texto--Miguel Bou
Dibujo-Lope Troya
Texto--Miguel Bou
Dibujo-Lope Troya
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