Hace años entre en un bucle religioso-agnóstico del cual
no veo manera de salir. Si bien soy católico, no acabo de encontrar ningún
interés especial que me aficione a los rituales típicos de la religión que se
me ha endosado porque si. No obstante, me veo obligado en muchas ocasiones a
tener que vivir esos rituales, aunque sea por tradición y por no hacer un feo.
Los entendidos le llaman a esta actitud, ser practicante de la religión o no
serlo. Yo prefiero no usar esa definición porque considero que no se trata de
una situación blanca o negra, alto o bajo o exagerando, sí o no. Además, el
practicante en mi pueblo es el que pone inyecciones y vacunas.
Cuando surge alguna de esas situaciones religiosas de
compromiso (bodas, bautizos, etc.) me voy adaptando sobre la marcha a los
acontecimientos. Con esto quiero decir que si puedo me voy al bar y si no
puedo, aguanto el chaparrón y aprovecho para buscar alguna razón o argumento
que le dé un sentido razonable que pueda explicar el aguante de la brasa típica
del acto en cuestión.
Recientemente, el primer día de noviembre, me he visto en
una de esas situaciones. Se trata de la visita obligada al campo santo. Una
tradición anual de la religión católica obligatoria ese día y que este año he
visto de forma diferente. No puedo argumentar el porqué este año ha sido
diferente, pero puedo intentarlo.
Miento, creo que lo puedo argumentar. Sencillamente se trata en un
cambio de horario en la visita al cementerio que me ha abocado a compartir el
lugar con una muchedumbre desproporcionada. Sin ir más lejos me ha recordado a
aquellas Nocheviejas de la discoteca Arsenal. Un montón de extraños que nunca
habías visto allí, que invadían el espacio vital de los que íbamos todos los
fines de semana. Lógicamente, no encontré nada ético buscarme una excusa para
librarme de esta liturgia típica y que consiste en celebrar el día de los
muertos. Bueno, día de todos los Santos se le llama. No tuve más remedio de
sortear la situación, sin eludirla, pero buscando la manera más amena posible y
deseando que no se extendiera mucho; mejor dicho, que fuera lo más breve
posible.
Debido a una anomalía poco preocupante dentro de un
estado mental preocupante, llegue a la conclusión de que la mejor aptitud para
la ocasión, era fluir entre la gente intentando mantener la mente en blanco.
Siempre he creído tener la capacidad de
operar competentemente si consigo abstraerme de la realidad que me
rodea. Pues no, lo creo erróneamente porque en cualquier situación, si no digo
algo reviento.
Una manía que me persigue últimamente consiguió cambiarme
el plan. Ahora me lo leo todo, incluso la letra pequeña que no se lee nadie,
excepto las cosas relacionadas con mi trabajo (avisos, circulares, órdenes de
servicio, etc.) esas me dan mucha pereza. Es extraño, siempre espero que se lo
lea alguien y me lo cuente. Pues debido a esa afición leí el epitafio que
ilustraba una de las lapidas. Acto seguido, mire la foto del difunto en
cuestión y me pareció conocerlo desde siempre. Era la primera vez que veía
aquel rostro, pero eran tan explicitas aquellas breves palabras, que
consiguieron humedecerme los ojos. Tan breve y a la vez tan intenso que tuve
que cambiar de plan. El cementerio rebosaba literatura por todos lados. Poemas,
suculentas frases, trozos de canciones, lectura de todo tipo que tenían solo
una cosa en común, respeto. Se me pasó el tiempo volando, pero me llevaron a
una reflexión posterior. ¿De quién era la autoría de aquellas frases que decían
tanto con tan poco? Posiblemente la inspiración de algún familiar o algún retal
de algo ya escrito que no había tenido la suerte de tener en mis manos. No lo
sé, pero por momentos me sentí minúsculo.
Cada epitafio que leía encerraba mas fundamento del que yo podía plasmar
en mi mejor momento de inspiración.
No creo necesario explicar la sensación cuando se trata
de la lectura de alguna obra de Herman Hesse por ejemplo.
Pues no me queda para hacer algo que valga la pena. Toda
la eternidad o quizás resucite al tercer
día, aunque solo sea para molestar. En ese caso ni siquiera valdría mi epitafio.
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