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martes, 11 de febrero de 2014

YA ESTAN AQUI




Llevaba días notando cosas extrañas. En casa, algunos electrodomésticos habían dejado de funcionar y los que aun funcionaban lo hacían de forma anómala. Todos los fenómenos que notaba apuntaban hacia la anunciada invasión extraterrestre de la que se hablaba últimamente y que, según se decía, los humanos no podríamos hacer frente.
Hoy parecía ser el fatídico día, pero como un día normal, enfile el camino en dirección a mi destino. El aire frio, más bien helado, azotaba en mi rostro, cuarteándome la piel. Me detuve un momento, saque un cigarrillo y al inclinar la cabeza para alcanzar la llama del encendedor, vi la prueba definitiva. No muy lejos, observe lo que podía ser una nave nodriza. Alargada e iluminada, con un cañón laser en la parte delantera que ya empezaba a disparar unos rayos azules. Me he quedado alucinado, pero más aun cuando al mirar detrás de mí, he visto que me seguían unos seres extraños. Apenas se les podían ver los ojos. Con el cigarrillo aun sin encender he aligerado mis pasos. Mientras, por mi derecha, han empezado a pasar naves más pequeñas con luces paralelas en la parte frontal.
Ya no podía ir más deprisa y seguía sin despistar aquellos seres que me seguían. Mis orejas ya eran como pequeños y frágiles objetos de cristal. Un golpe inocente las harían mil pedazos.
Gracias a Dios, he visto un pequeño bosque a mi izquierda, he saltado y me he mimetizado con el entorno. Protegido por la penumbra, he conseguido que los seres que me perseguían, pasaran de largo olvidándome. Casi al instante me he tenido que enfrentar a algo peor. La prueba definitiva de que ya están aquí. La prueba de que los extraterrestres tienen un plan elaborado para colonizarnos. Frente a mí, unas criaturas pequeñas y con pelos puntiagudos. Se desplazaban en formación, igual que un ejército. Envalentonado por su diminuto tamaño, no he dudado en hacerles frente. Incluso he conseguido destruir a unos cuantos. Pero cuál ha sido mi sorpresa al comprobar que sus vísceras era como un acido muy corrosivo. Como ya vaticino Ridley Scott en su octavo pasajero, estas criaturas contaban con fluidos altamente abrasivos. Convencido de que no iba a poder con tanto poder ni con los numerosos efectivos que contaban, además del temor a las represalias; he alargado mis zancadas para alejarme del lugar en dirección a mi destino, del cual ya podía vislumbrar la luz.
Por fin he llegado, he bajado las escaleras y, una vez a salvo, he cogido mi tren hacia Rafelbuñol.
Un tren nodriza saliendo del taller chispando el pantógrafo, un grupo de jubilados andando deprisa como hacen diariamente, se abre el semáforo de la avenida y vienen los coches “lijaos”, me meto por los pinos y no recuerdo que la procesionaria no puedes pisarla así como así. Todo con aire congelado de cara. Esta podría ser una explicación lógica, pero no ha sido así. Lo que yo he visto, demuestra que ya están aquí.

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