Llevaba
días notando cosas extrañas. En casa, algunos electrodomésticos habían dejado
de funcionar y los que aun funcionaban lo hacían de forma anómala. Todos los fenómenos
que notaba apuntaban hacia la anunciada invasión extraterrestre de la que se
hablaba últimamente y que, según se decía, los humanos no podríamos hacer
frente.
Hoy parecía
ser el fatídico día, pero como un día normal, enfile el camino en dirección a
mi destino. El aire frio, más bien helado, azotaba en mi rostro, cuarteándome la
piel. Me detuve un momento, saque un cigarrillo y al inclinar la cabeza para
alcanzar la llama del encendedor, vi la prueba definitiva. No muy lejos,
observe lo que podía ser una nave nodriza. Alargada e iluminada, con un cañón
laser en la parte delantera que ya empezaba a disparar unos rayos azules. Me he
quedado alucinado, pero más aun cuando al mirar detrás de mí, he visto que me seguían
unos seres extraños. Apenas se les podían ver los ojos. Con el cigarrillo aun
sin encender he aligerado mis pasos. Mientras, por mi derecha, han empezado a
pasar naves más pequeñas con luces paralelas en la parte frontal.
Ya
no podía ir más deprisa y seguía sin despistar aquellos seres que me seguían.
Mis orejas ya eran como pequeños y frágiles objetos de cristal. Un golpe inocente
las harían mil pedazos.
Gracias
a Dios, he visto un pequeño bosque a mi izquierda, he saltado y me he
mimetizado con el entorno. Protegido por la penumbra, he conseguido que los
seres que me perseguían, pasaran de largo olvidándome. Casi al instante me he
tenido que enfrentar a algo peor. La prueba definitiva de que ya están aquí. La
prueba de que los extraterrestres tienen un plan elaborado para colonizarnos.
Frente a mí, unas criaturas pequeñas y con pelos puntiagudos. Se desplazaban en
formación, igual que un ejército. Envalentonado por su diminuto tamaño, no he
dudado en hacerles frente. Incluso he conseguido destruir a unos cuantos. Pero cuál
ha sido mi sorpresa al comprobar que sus vísceras era como un acido muy
corrosivo. Como ya vaticino Ridley Scott en su octavo pasajero, estas criaturas
contaban con fluidos altamente abrasivos. Convencido de que no iba a poder con
tanto poder ni con los numerosos efectivos que contaban, además del temor a
las represalias; he alargado mis zancadas para alejarme del lugar en dirección a
mi destino, del cual ya podía vislumbrar la luz.
Por
fin he llegado, he bajado las escaleras y, una vez a salvo, he cogido mi tren
hacia Rafelbuñol.
Un
tren nodriza saliendo del taller chispando el pantógrafo, un grupo de jubilados
andando deprisa como hacen diariamente, se abre el semáforo de la avenida y
vienen los coches “lijaos”, me meto por los pinos y no recuerdo que la
procesionaria no puedes pisarla así como así. Todo con aire congelado de cara.
Esta podría ser una explicación lógica, pero no ha sido así. Lo que yo he visto,
demuestra que ya están aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario